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Por qué Maradona también es un icono para los que no le vimos jugar

SAN PAOLO STADIUM, NAPOLI, CAMPANIA, ITALY - 2020/11/25: People outside San Paolo Stadium in front of a drawing depicting Diego Armando Maradona with candles in front of him. (Photo by Carmine Laporta/KONTROLAB/LightRocket via Getty Images)
Las familias napolitanas se reúnen para homenajear a la figura de Maradona a la entrada de San Paolo. (Foto Carmine Laporta/KONTROLAB/LightRocket via Getty Images)

¿Se puede idolatrar a alguien al que jamás has visto jugar en directo? ¿Podemos sentir las generaciones que nunca vivimos sus gestas en el Mundial de México 1986 que se nos ha arrancado un pedazo de cosmos futbolístico con su adiós? El culto a la figura de Diego Armando Maradona a nivel mundial es la prueba de que su símbolo, como mito y futbolista, supera los límites temporales impuestos por la edad. La tradición oral, acompaña de la videoteca, gambetea al tiempo y recorta al presente.

¿Cuántas veces te dijeron tus mayores que si te creías Maradona por no pasarla? ‘El Pelusa’, de zurda inmortal, es tan viejo como el mismo fútbol porque representa su grandeza, su ambición, su poder emancipador y su implicación social. Como explicó Eduardo Galeano, “el más humano de los Dioses”, reúne las debilidades y las virtudes del hombre. Nos pone frente al espejo y nos aporta un rayo de esperanza de que todo es posible. "Cuando era chico, de una patada en el culo me subieron a la cima de una montaña y nadie me dijo cómo sobrevivir ahí", explicaba el ‘10’.

Diego (el de la gente) es aquel crío que salió de un barrio marginal, rodeado de pobreza y miseria, como Villa Fiorito donde no se comía todos los días. El que vivió apelotonado con sus ocho hermanos y sus dos padres en una casa de dos habitaciones en la que el agua se filtraba en invierno y el calor calentaba el material barato en verano.

Es aquel que, no teniendo nada, tenía todo si había una pelota de por medio. El que a pesar de dejar de vivir codo con codo junto a las penurias económicas, vencer a los más ricos y denunciar las injusticias de la pelota, jamás se olvidó de dónde venía. El que tejió la conexión más potente con su afición.

David contra Goliat. La victoria y el éxito contra todo pronóstico. La meritocracia hecha jugador encargada de romper barreras. Un fenómeno sociopolítico capaz de vengar a un país contra otro en dos actos magistrales. En el primero, pícaro y matón, consigue birlarle la cartera a los ingleses que habían masacrado a sus compatriotas en Las Malvinas en una guerra absurda. En el segundo, firma el gol con más peso histórico en la historia de los Mundiales. Rebelde, insaciable. La pureza y alegría de Maradona con la pelota mientras lo mataban a palos tan solo se ve atenuada por su fuerza icónica.

Insubordinado, bocazas y soñador. No le importó detectar un Villa Fiorito enorme en Napoli, extrapolar sus sentimientos como joven, entender lo que padecían las gente del sur de Italia y enarbolar la bandera del cambio. Diego fue el primer futbolista en denunciar el racismo y el clasismo del norte y recuperar la autoestima de una tierra denostada con aires de inferioridad hasta su llegada. De los pocos en ridiculizar a la FIFA y poner la alerta sobre su maquinaria corrupta. Siempre con consciencia de clase.

Revolucionario, guerrero, valiente cercano y carismático. Descubrir a Maradona fue como descubrir una manera de afrontar la vida y vivir el fútbol. El Diego (sí, el de la gente) es una bella y evocadora defensa de la contradicción humana. Su figura alberga increíbles paradojas que él no se encargaba de aclarar pero nos demuestran la autenticidad del personaje.

Lo explica su preparador físico, Fernando Signorini "Con Diego iría al fin del mundo, pero con Maradona ni a la esquina". Porque ‘El Pelusa’ se retiró en Cuba, llamó ‘hijo de puta’ a Juan Pablo II al visitar El Vaticano y ver los techos de oro y al tiempo fue a cobrar dinero de los jeques. Su vida es un camino de contradicciones. Y menos mal, porque así sabemos que no era Dios.

La generación que no vivió los días de Maradona llora la muerte del Diego como si lo hubiese visto jugar en directo. Lloran los niños y lloran los mayores. Como si todo el mundo conociese cada centímetro de su viaje del barro a la gloria. “Qué hipócritas”, pensarán algunos. Como si no llevásemos viviendo al Pelusa durante toda nuestra corta existencia. Como si su larga influencia en la memoria colectiva del aficionado que lo admiró durante su carrera y creó el marco de comparación no nos hubiese llegado.

Yo les contesto qué símbolo futbolístico tan descomunal debes ser como para que la gente que no vivió tu fútbol en directo sienta pena por tu muerte. Que te adoren decenas de generaciones pese a la distancia temporal. Que tu figura sea tan eterna que ni el tiempo pueda borrar tu magnetismo. Ha muerto el hombre, pero el mito sigue y nace la leyenda. Es el momento de que nosotros, como hicieron con uno mismo en su día, nos encarguemos de hacerle llegar a las próximas generaciones la historia del futbolista que representó mejor que nadie el camino de la humanidad.

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