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Si Devin Booker es capaz de anotar 70 puntos pero no puede con una mascota es que algo se ha torcido en la NBA

Devin Booker se lamenta durante un partido de los Phoenix Suns. Foto: Jacob Kupferman/Getty Images.
Devin Booker se lamenta durante un partido de los Phoenix Suns. Foto: Jacob Kupferman/Getty Images.

Hace aproximadamente un año y medio, Devin Booker se cabreaba durante un pick-up game porque le hacían un doble marcaje. Hace unos días, el enfado de la estrella de los Phoenix Suns y uno de los anotadores más letales de la NBA venía porque la mascota de los Toronto Raptors intentó desconcentrarle durante un tiro libre. ¡Una mascota! Puede meter 70 puntos en un partido pero no lidiar con una mascota (que hace su trabajo). La NBA cada vez es más blandita, y lo dicen hasta sus propios jugadores.

Ya no hay bad boys en la NBA. O al menos no tantos como antes. Son una especie en peligro de extinción, entre otras cosas porque la Liga ya no es lo que era. Sin entrar en eso que ya es un tópico de “el baloncesto de los 90 era baloncesto de verdad” y similares, lo cierto es que los jugadores y la propia competición es mucho más blanda en la actualidad. Que no estamos haciendo apología del juego sucio, el trash-talk llevado al límite o el contacto físico excesivo, pero quizás la NBA de hoy en día se haya vuelto mucho más soft de la cuenta.

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“De acuerdo, tío, tenemos que parar. Los dos llevamos demasiado tiempo en la Liga. ¡Venga, tío, vamos a calmarnos con las faltas técnicas! Yo quiero mi dinero, tú quieres el tuyo. Dejémoslo ir”. Con estas palabras, antes de un partido, ofrecía Jimmy Butler la pipa de la paz a Joe Ingles, uno de sus archienemigos en la NBA. Ambos han tenido más de un encontronazo a lo largo de los años y se han dicho de todo en la cancha, y como consecuencia han sido castigados con sendas técnicas y la correspondiente multa de 15.000 dólares por cada una de ellas. Y es que la NBA cada vez se pone más firme (y recaudadora) para evitar escenas como las que protagonizaban grandes trash-talkers y bocazas de la historia como Kevin Garnett, John Starks, Reggie Miller o Gary Payton. Algo que parte de la afición e incluso algunos jugadores echan de menos porque entienden que el baloncesto se está convirtiendo en un mírame-y-no-me-toques (y no se te ocurra mirar mal).

“No veo demasiados trash-talkers del tipo de Kevin Garnett o Gary Payton. Ya no hay ese asalto verbal como el que se daba antes”. Lo dice Damian Lillard, estrella de los Portland Trail Blazers. Ni el “asalto verbal” de antes, ni el ‘lenguaje corporal’. Un “no, no, no” negando con el dedo índice de Dikembe Mutombo después de cada tapón es impensable ahora. Sólo hacerlo mirando de reojo al rival o a la afición contraria es motivo de falta técnica (y 15.000 dólares). Hacer el The Choke de Reggie Miller a Spike Lee, simulando una estrangulación tras destrozar a los Knicks, es motivo de expulsión y sanción ejemplar. Son dos extremos del ‘lenguaje corporal’, pero ambos se han convertido en poco menos que tabú. De la celebración de las big balls mejor ni hablamos… ¡Menuda ordinariez! Se tiran de los pelos en las oficinas de la NBA cada vez que se ve en una cancha.

El problema está en la globalidad e inmediatez actual de la NBA (y otras tantas cosas) mediante las redes sociales. Lo que sucede en la cancha se lleva de forma casi automática a Internet y, por el bien de los likes, se exagera. Un intercambio de palabras subido de tono entre dos jugadores se traduce en “tangana”. Si uno de ellos aplaude a medio metro del rival, “pretendía provocar una pelea”. Si ambos protagonistas juntan sus cabezas se magnifica en “estuvieron a punto de llegar a las manos”. Se magnifica, se sobredimensiona y se tergiversa.

Si antes, rozando más o menos la frontera, casi todo era de boquilla, ahora queda como mucho en gestos. La celebración de Lillard mirando un reloj ficticio en su muñeca cuando ha llegado el Dame Time o incluso aquella vez que dio la puntilla a los Oklahoma City Thunder desde media cancha y los mandó a casa diciendo adiós con su mano mientras era abrazado por sus compañeros. El gesto de mecer a un bebé de Russell Westbrook cuando está dominando a su rival. El gritar y golpearse el pecho de Kevin Durant tras una jugada determinante. El lucir músculos de tantos y tantos jugadores cuando muestran su poderío físico en la zona. “Aún quedan algunos trash-talkers y bocazas en la NBA, pero en esta época es más algo de hacer gestos”, confiesa el propio Lillard. Muchos gestos y sin pasarse… y siempre y cuando no seas una mascota, no vaya a ser que Devin Booker se enfade y vaya en plan acusica a os árbitros.

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