Anuncios

Lewis Hamilton, un ser humano vulnerable que se siente solo en la burbuja de la Fórmula 1

Lo vaticinó Alain Prost, dueño de cuatro coronas: Lewis Hamilton será el campeón de Fórmula 1 este año, y también el próximo. Y de cumplirse el pronóstico, que parece más que lógico porque Mercedes bien puede dominar la categoría hasta el disruptivo cambio reglamentario de 2022 (con tope de presupuestos), el piloto inglés pasaría a tener ocho cetros, uno más que Michael Schumacher. Sería el dueño de muchos récords históricos del mejor automovilismo del mundo. Y nada parece en condiciones de detenerlo.

Hamilton vive días de éxito. Años de éxito, más bien. A esta altura, la noticia es que él no gane una carrera. Pero en su pico de rendimiento, y quizás también el de popularidad gracias a su liderazgo en la lucha contra el racismo que encarnó la Fórmula 1 presionada por él, sorprendió con una publicación en las redes sociales: se mostró, sin que fuera un tema de conversación previo, como una persona dubitativa, insegura, temerosa, que debe lidiar con la cotidianeidad. Que extraña a los suyos mientras padece la vida en la "burbuja" a la que está obligado para competir este año en Fórmula 1.

Llamativamente, difundió un texto muy personal en Twitter e Instagram. Que empieza con este párrafo: "Hay dos costados en mí. Primero, el que ven en TV. El competitivo, despiadado, hambriento corredor que surge en mí cuando bajo el visor. Cuando el visor está bajo revivo; todos mis miedos, inseguridades y dudas quedan de lado y mi concentración no se quebrará hasta que el trabajo esté hecho. Se siente como si recibiera los superpoderes que siempre he soñado, pero detrás del volante".

Es así. Salvo excepciones, no hay quien pueda con Hamilton. Sea punteros o arremetan desde atrás, él y su Mercedes parecen invencibles. Dan la impresión de poder hacer cuanto se propongan; de que los errores, los defectos y las fallas no están entre las posibilidades. Y sin embargo, hay un ser humano ahí, en esa cabina.

"En segundo lugar, estoy yo, simplemente. Alguien que arma su vida día por día, como ustedes. Tratando de encontrar paz interior, de manejar el tiempo, de equilibrar trabajo y vida, de encontrar tiempo para la familia y los amigos; intentando manejar mis emociones, y encontrar tiempo para las otras cosas que me apasionan. Como muchos de ustedes, simplemente estoy tratando de ser y de hacer lo mejor en todo", siguió, exhibiéndose como cualquier otro, antes de adentrarse en cierto sufrimiento que viene experimentando. "También tengo un montón de días difíciles. Especialmente, en la burbuja en la que estamos ahora. Uno se queda solo, extraña a sus amigos y familia, y en semanas consecutivas de carreras no hay mucho tiempo para nada salvo el trabajo. Entonces, estoy agradecido a los que están más cerca de mí por ayudarme a mantener el equilibrio, sea mediante mensajes de texto, llamadas de teléfono o FaceTime", reveló.

El aislamiento impacta en un hombre -ya anda por los 35 años- de intensa vida social, polifacético, capaz de hablar públicamente de Jesucristo como de tener noviazgos mediáticos, a veces ríspidos, y gustoso de la vida nocturna y la exposición en las redes sociales, que llegaron a desenfocarlo en el inicio del campeonato de 2016, el único que perdió (a manos de Nico Rosberg, un compañero de inferior capacidad) desde 2014.

Le cuesta permanecer confinado, como les costó a su compañero, Valtteri Bottas, y a Charles Leclerc, de Ferrari, al punto de que al principio del aislamiento salieron de la burbuja y fueron apercibidos por la categoría. El campeón no tiene alternativa, porque es la norma y porque Sergio Pérez, aunque autorizado, se contagió de coronavirus cuando dejó el hermetismo protector sanitario de la Fórmula 1. Pero Hamilton, que ni siquiera tiene hijos, lo siente. No le da lo mismo estar lejos de sus afectos. Y más si recibe golpes como la muerte de Chadwick Boseman, el actor de cine comprometido con la causa antirracista a quien homanejeó el fin de semana pasado entre sus éxitos en Bélgica, inmeditamente después de ser, como siempre, un predador en la competencia.

"Me parece que lo que estoy queriendo decir es que nunca es malo pedir ayuda si se la necesita, ni contarle a alguien cómo se siente uno. Mostrar el costado vulnerable no hace débil a uno. Contrariamente, me gusta pensar en eso como una posibilidad de volverse más fuertes, y mejores que lo que éramos. Dondequiera que estén en el mundo, espero y rezo por que ustedes sepan que son increíbles, dotados, talentosos, bellos y fuertes, y más allá de lo que diga cualquiera, pueden hacer casi todo aquello en lo cual pongan su mente. Todo lo que deben hacer es creer y hacer la tarea", se desnudó emocionalmente el supercampeón, que se despidió escribiendo "con cariño" antes de poner un icono final de manos juntas en gesto de oración. En Twitter, su mensaje cosechó hasta la madrugada del jueves más de 5500 republicaciones y de 37.000 "me gusta"; en Instagram, más de 405.000 reacciones.

Alguna vez otro monstruo hipercompetitivo y candidato a ser el mejor de la historia en lo suyo, el tenista Rafael Nadal, admitió ser en la vida cotidiana lo opuesto a lo que se veía en la cancha. Sobre el court, una mentalidad arrolladora, una fiera avasallante. Fuera del tenis, un hombre que dudaba mucho antes de tomar determinaciones, desde las grandes hasta las pequeñas. Inseguro, necesitado de consultas. A Lewis Hamilton le sobran victorias, dinero y aceptación social, desde hace años y cada vez más. En la pista arrasa. Pero en un ambiente, el de la Fórmula 1, al que muchos consideran frío, esta máquina de ganar recuerda que en el deporte siempre hay personas como protagonistas centrales. Con sus genialidades. Y sus imperfecciones.

Vídeo | Alguersuari recuerda el 2007 con Alonso y Hamilton