El desafío de Koeman: transformar al Lionel Messi de ojotas y short en un futbolista motivado

Cuando Lionel Messi se reincorpore la próxima semana a los entrenamientos de Barcelona, se reencontrará con el director técnico del que pensaba que no iba a verle más la cara después de la reunión que habían mantenido hace poco más de dos semanas. Ronald Koeman le había transmitido al rosarino en ese cónclave privado lo mismo que había dicho públicamente el día de su presentación oficial: "Sólo quiero trabajar con gente que quiera estar aquí, que desee dar el máximo por Barcelona. Si no, que vayan al club y le digan que no están contentos de estar acá". Fue el último empujón que necesitaba Messi para despachar el burofax.

El técnico holandés tiene modales que lo emparentan más con la rigidez de su compatriota Louis Van Gaal, de quien fue su ayudante de campo en Barcelona, que con el paternalismo susurrante de otro holandés, Frank Rijkaard, responsable del debut del rosarino en la primera división. Koeman le expresó en ese cara a cara que lo quería en su proyecto, algo que no evitaba que Messi siguiera viéndose "más afuera que adentro de Barcelona". Sensación reforzada cuando escuchó de Koeman que su amigo Luis Suárez debía buscarse club.

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Al ex zaguero central, autor del gol de la primera Champions League ganada por Barcelona, en 1992, no le tiembla el pulso para hacer cirugía mayor. En su anterior experiencia en el fútbol español (Valencia, 2007/08), se enfrentó con los dos capitanes del plantel e ídolos de la hinchada, Santiago Cañizares y David Albelda. En medio de un ambiente crispado, conquistó la Copa del Rey, pero también se fue con el equipo al borde de los puestos de descenso.

Hasta no hace mucho, Messi soñaba con volver a formar el tridente con Suárez y Neymar que obtuvo el triplete en 2015. Ahora quedará como solista, un verso libre en un equipo en el que no sobra presupuesto para contrataciones importantes. En la lista de Koeman hay dos compatriotas: el volante Georginio Wijnaldum (Liverpool) y el centrodelantero Memphis Depay (Lyon).

Sin poder cumplir el anhelo de irse, Messi empezará una segunda era en Barcelona, la del pos-burofax. No será un comienzo de temporada más, una continuidad de las 16 que lleva en la primera división. Si bien en dos ocasiones (2013 y 2016) había pensado en seguir su carrera en otro club, nunca como ahora había forzado tanto su salida. Quizá porque algunos ya lo veían como a un ex compañero, el volante Frenkie De Jong le dio una suerte de bienvenida: "Estoy muy contento de que Messi se quede. Es el mejor jugador del mundo".

Cuando se sume al plantel, Messi mirará alrededor y encontrará muy poco de lo que lo acompañó en los años de grandes triunfos y felicidad. A los 33, entre tantas luchas que lo esperan está la de combatir la nostalgia. Jugadores que fueron sus socios futbolísticos, el complemento ideal para potenciarse, ya no están. Ahora se verá más obligado a entenderse con Antoine Griezmann; a descifrar los desmarques de Martin Braithwaite; a sintonizar con el toque del recién llegado Miralem Pjanic; a aconsejar y ordenar a Ansu Fati, Ousmane Dembelé y Trincão.

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Ni el presidente Josep María Bartomeu ni ningún otro dirigente del área deportiva lo tranquilizarán con algún anuncio que solucione su queja de "falta de proyecto, de los malabares que se hacen para ir tapando agujeros". Interpretan que Messi sigue ofuscado y aunque hable poco, no siempre es coherente. Tienen la grabación de octubre de 2019, con la temporada ya en marcha, en la que el Nº 10 decía en Catalunya Radio que los últimos fracasos deportivos "no se debían a la falta de un proyecto porque hay un plantel con grandísimos jugadores para optar a ganar todo". Y si los triunfos no llegaban, la culpa era "de los jugadores". Esos mismos futbolistas que siete meses después cerraron la campaña sin ningún título después de 13 años y humillados por el 8-2 de Bayern Múnich. Entonces Messi prefirió apuntar a los despachos.

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Luego de la primera semana de entrenamientos con un Messi en pie de guerra desde su residencia de Casteldefels, Koeman retoma la idea que tenía desde un principio: "Hay que organizar el equipo para los jugadores que ganan partidos, como Messi. Necesita cierta libertad en su juego. Otros jugadores tienen que trabajar para que él pueda estar en la mejor posición". Tácticamente, traduce ese enunciado en un 4-2-3-1 o en un 4-3-3.

En estos momentos, Koeman tiene la motivación y el entusiasmo que están adormecidos en Messi. A los 57 años, después de someterse en mayo a un cateterismo a causa de un infarto, el holandés aceptó un espinoso desafío porque sabía que probablemente Barcelona no tocaría su puerta por tercera vez. En enero, tras el despido a Ernesto Valverde, había rechazado la propuesta. Ahora no dudó de dejar al seleccionado de Holanda. Era una manera de adelantarse a Xavi, que tarde o temprano terminará en el banco catalán.

Sólo porque es Messi, Koeman puede aceptar a un futbolista taciturno, que anunció que se queda en Barcelona vestido para ir a la playa, con ojotas y short, disparando a la línea de flotación del presidente. Un futbolista que denunció, pero no quiso llegar a los tribunales. La sentencia, de absuelto con honores o condenado, estará en la cancha.