Deporte en el siglo XXI. Tiger Woods, el director de orquesta que afinó la música del golf

Del juego artesanal y los aires de romanticismo a la fiereza de los swings y la espectacularidad. El golf vivió una gran mutación desde el nuevo milenio, porque varios factores se aliaron para hacer de este deporte una competencia donde el más preparado es el que triunfa. Lógicamente, los talentosos siguen corriendo con ventaja; la magia sigue encantando los fairways, búnkers y greens. Pero hoy gana quien mejor analiza cada escenario, cultiva el físico, fortalece su mente con distintas técnicas, se instruye con la ayuda de diferentes especialistas y aprovecha la tecnología al máximo.

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No hay lugar para improvisados, todos juegan bien. No firmar un score total bajo el par tras la segunda vuelta significa hacer las valijas y volverse a casa, excepto en durísimos torneos como el US Open o certámenes con condiciones muy desfavorables. En esta lucha sin cuartel por la cima del leaderboard, el nivel de exigencia es cada vez mayor porque siempre hay alguien que, tarde o temprano, vuelve a elevar la vara. El último eslabón de esta tendencia es Bryson DeChambeau, que aumentó 20 kilos para incrementar distancias con el driver hasta sumar 40 yardas de potencia, un progreso notable. "Cualquier jugador del PGA Tour muere por ganar 5 yardas", apunta Emiliano Grillo, hoy el mejor golfista argentino.

DeChambeau es el típico jugador de época, porque además de utilizar la ciencia y la tecnología al servicio de su juego -que le reportó ya seis títulos en el PGA Tour- entiende lo que representa ser la cara de una marca comercial asociada con el golf. Todo un revolucionario, pero nadie como Tiger Woods, quien fue el que produjo el gran quiebre para que este deporte se volviera hipercompetitivo y obtuviera muchísima más exposición.

Es cierto que ya en 1997, con apenas 21 años, había irrumpido al obtener de manera brillante el Masters de Augusta. Pero profundizó el dominio en su increíble temporada 2000, cuando se adjudicó tres de los cuatro majors. Fue tal su trascendencia que millones de amantes del deporte empezaron a prestarle atención al golf, cautivados por su calidad y su ambición de gloria. Fueron testigos de una historia personal que ya empezaba a transcender su propia disciplina. Moldeado con la perseverancia que le inculcó su padre Earl, el californiano rompió records tanto deportivos como comerciales y disparó los ratings. Mostró una dedicación especial para su cuerpo bajo un concepto de atleta de elite y tomó las riendas del circuito con swings dinámicos, gran manejo de hierros y justeza con el putter.

Paralelamente con una evolución en la fabricación de palos y pelotas, a partir del uso de otro tipo de materiales, los golfistas empezaron a comprender por dónde vendría la nueva tendencia. Con su supremacía, Tiger obligó a ampliar la extensión de las canchas para complicar a los competidores. Cuando se impuso en el US Open 2000 con una diferencia de 15 golpes sobre sus escoltas, el golf mundial tomó nota de que, definitivamente, estaba frente a un jugador distinto, de esos que le ponen su nombre a una era.

Cuando entré al golf hice las cosas de forma distinta, porque nadie siquiera se había entrenado, nadie hacía pesas o salía a correr Tiger Woods

Gracias a Tiger, el golf se globalizó e incursionó en nuevos mercados. Qatar, China, Malasia y México, por ejemplo, pasaron a convertirse en sitios familiares en pos de contar con los mejores jugadores del mundo en sus canchas. La irrupción de aquel chico de piel morena, víctima de algunos comentarios racistas cuando empezó a atrapar objetivos importantes, provocó una expansión absoluta en ventas de entradas, derechos de transmisión y anunciantes para el PGA Tour, el principal favorecido de su continuo ascenso. La televisación y las bolsas de premios en dólares crecieron de manera exponencial con el envión de esta Tigermanía, que trajo una ola de grandes beneficios comerciales en los últimos 20 años, solo jaqueados recientemente por la pandemia de coronavirus.

El efecto contagio de Tiger generó el surgimiento de otras estrellas como Rory McIlroy, Phil Mickelson, Jordan Spieth, Brooks Koepka, Bubba Watson, Dustin Johnson, Justin Thomas, Adam Scott y Justin Rose, entre otros, que conformaron un circuito mucho más atrapante para seguir. Ellos mismos están agradecidos por ser los beneficiados en dólares de este círculo virtuoso y, con la unión de sus talentos, armaron el gran circo.

Aquella antigua creatividad en los golpes cuenta ahora con el valor agregado del músculo y la búsqueda permanente de alcanzar nuevas distancias. Todo implica nuevas exigencias: más presión porque hay mayor cantidad de jugadores en condiciones de ganar, campos presentados con precisión de relojería y unos sponsors que reclaman resultados cada semana. La TV, con el seguimiento golpe por golpe para cada jugador, colabora decisivamente para que el golf sea hoy un espectáculo muy atractivo, para erradicar esa idea de que es un deporte cansino y exclusivo para gente grande.

Si el Big Three animado por Jack Nicklaus, Arnold Palmer y Gary Player colaboró notablemente para popularizar el golf, la aparición de Tiger y su impresionante cosecha de 15 majors sentaron las bases para que este deporte tenga hoy todas las características de un verdadero show: figuras aquí y allá dispuestas a cristalizar grandes conquistas ante los ojos del mundo.