Blancos, ricos y de colegio de pago: este es el equipo más elitista del mundo

Jugadores de la selección nacional inglesa de cricket escuchando el himno nacional.
Jugadores de la selección inglesa alineados mientras suena el himno nacional antes de empezar un test contra Australia. Foto: Gareth Copley/Getty Images.

Lo que hoy conocemos como deporte, en el sentido de competiciones organizadas basadas en la actividad física con un reglamento controlado por jueces y árbitros, nació en la Inglaterra del siglo XIX. Los gentlemen de la época, que no tenían necesidad de romperse las manos trabajando y disponían de tiempo para entretenerse con estas cosas, fueron adaptando prácticas tradicionales de su tierra y convirtiéndolas en juegos que practicaban con el único afán de divertirse. Así nacieron, por ejemplo, el fútbol, el rugby, el tenis y tantas otras actividades que conocemos hoy.

El pueblo llano lo vio, pensó que era interesante y poco a poco se quiso ir incorporando no solo a jugarlo, sino a verlo, lo que propició que los sports se convirtieran en espectáculos que la gente pagaba por presenciar y que, por tanto, los atletas más cualificados podían cobrar por practicar. Además, el poderío industrial británico hizo que sus empresas, fábricas y minas se expandieran por todo el planeta en busca de recursos, llevando consigo sus juegos y consiguiendo que los nativos les copiaran.

De esta manera, lo que nació como pasatiempo para ingleses pudientes se acabó convirtiendo en pasión popular para todo tipo de públicos en cualquier rincón del mapa. Sin embargo, hay un deporte que no ha sabido (o no ha querido) salir de las mansiones y palacetes de las clases más acomodadas de la vieja Britania. Se trata, como muchos habrán sospechado, del cricket.

Así se desprende de una investigación del periodista especializado Scyld Berry en el diario The Telegraph. Tomando como ejemplo la última convocatoria de la selección nacional, que se ha enfrentado a la de Pakistán este mismo verano, nueve de los once jugadores que formaban parte del equipo habían estudiado en colegios privados, que requieren de los padres de los alumnos el pago de cuotas bastante elevadas. Precisamente debido a su precio, ese tipo de educación suele estar reservada a las élites con más recursos económicos: un 7 % de la población, indica The Guardian.

Sin embargo, en el equipo nacional la cuenta es fácil: 9 de 11 son, redondeando, el 82 %. El porcentaje es holgadamente mayor incluso que en la Cámara de los Lores, la parte del Parlamento del Reino Unido a la que se accede formando parte de la nobleza (o bien de manera hereditaria o bien siendo nombrado directamente por la Reina por los servicios al país). En la institución considerada el paradigma del elitismo apenas el 57 % viene de la escuela de pago, según denunció el año pasado la actual oposición laborista al gobierno.

No es cosa solamente de estos últimos partidos. Tal como refleja la edición de 2020 de The Cricketers’ Who’s Who, el anuario que analiza la situación de este deporte en el país, hay 462 jugadores masculinos profesionales ahora mismo; descontando 126 que se criaron en el extranjero, quedan 336 de formación puramente inglesa... de los cuales hasta 152, el 45 %, fueron a clase en instituciones privadas. La distancia con respecto a la situación demográfica británica es evidente.

Momento del partido entre Inglaterra y Pakistán disputado en agosto.
Momento del partido entre Pakistán (blanco más claro, con números verdes) e Inglaterra disputado el pasado 25 de agosto en Southampton. Foto: Mike Hewitt / POOL / AFP via Getty Images.

Es probable que buena parte del público hispanohablante no esté familiarizado con el cricket, que si se presencia por primera vez sin haber recibido alguna formación previa puede resultar muy difícil de entender. Resumiendo mucho y asumiendo que caemos en generalizaciones burdas, puede decirse que tiene un cierto parecido con el béisbol. El lanzador de un equipo arroja, desde un extremo de una especie de pasillo, una pelota al bateador del otro bando, que está en el lado contrario, para intentar derribar una estructura de madera llamada wicket que está detrás de él; este, por su parte, tiene que procurar golpear la bola y mandarla lo más lejos posible para que, mientras sus rivales la recuperan, le dé tiempo a completar tantas carreras como pueda de punta a punta del pasillo. Hay mil sutilezas y matices que lo complican, pero detallarlas haría este artículo incluso más denso de lo que ya es.

Por sus características, este juego siempre ha sido, desde sus orígenes, un deporte más bien orientado a las clases más acomodadas. Primero, porque necesita de mucho espacio: el campo tiene el tamaño aproximado de uno de fútbol, aunque sea de forma ovalada. Pero un partido no se puede improvisar en cualquier sitio, como se hace por ejemplo con el fútbol de manera informal, ya que no debe haber obstáculos que se interpongan en cualquiera de las muchas posibles trayectorias de la pelota. Además, con los tests, el formato tradicional de juego, un partido puede llegar a alargarse no ya horas, sino días. Y el equipamiento (bates, pelotas, palos que forman el wicket) es muy específico y no precisamente barato.

Todos estos factores hacen que, aunque haya mucha afición y los wickets y los innings ocupen su lugar habitual en la prensa, en Inglaterra siempre haya estado en un segundo plano por detrás del fútbol o el rugby. Sin embargo, se da la circunstancia de que en otros lugares es el deporte nacional, mueve multitudes y ocupa horas de televisión. Son particularmente fanáticos en el subcontinente indio (Pakistán, Sri Lanka, Banlgadés y la propia India), y también se encuentran abundantes seguidores en territorios colonizados por el Imperio Británico, como las islas caribeñas (que compiten conjuntamente a nivel internacional bajo el nombre “Indias Occidentales”), Australia, Nueva Zelanda y varios estados del sur de África. En Europa, de momento, el único sitio donde ha arraigado mínimamente es Irlanda; ni siquiera la vecina Escocia le presta demasiada atención. Y en el resto del mundo, casi nada.

Jugadores de la selección de cricket de Inglaterra y de Pakistán se dan la mano.
Babar Azam, de la selección de Pakistán, rodeado de jugadores ingleses. Foto: Stu Forster/Getty Images for ECB.

¿Es un problema que en Inglaterra el cricket sea prácticamente un coto para las clases altas? Muchos allí creen que sí. En primer lugar, por la pérdida de competitividad que supone para los Tres Leones. No aprovechar a los jugadores que proceden de la escuela pública supone un derroche de talento que lastra los resultados. Berry señala que el estilo de juego de los cricketers, particularmente de los bateadores, procedentes de la educación privada tiende a ser muy similar, lo que da pocas alternativas y le facilita la tarea a los oponentes.

Pero más allá del rendimiento deportivo, también se ve la situación como un reflejo claro de las desigualdades que, en una de las democracias más consolidadas del mundo, todavía sigue habiendo entre grupos sociales. Como todo equipo de élite, la selección de cricket sirve también de inspiración para los más jóvenes, quienes están recibiendo el mensaje de que, más allá de su habilidad jugando, sus orígenes pueden ser determinantes para que lleguen o no a triunfar.

Otra de las causas, además, es que cada vez hay menos campos de juego que no sean de titularidad privada; The Guardian indica que, debido a las restricciones presupuestarias, hasta 215 colegios públicos se han visto obligados durante la última década a vender los terrenos que poseían para poder cuadrar sus presupuestos. Incluso llega a convertirse en una cuestión de salud pública: niños que no juegan, por no tener dónde o por estar desmotivados, son niños que crecen sin deporte y, por tanto, con más riesgo de problemas físicos como la obesidad, que es cada vez más grave entre los menores de edad.

Hay incluso cierto componente racial, puesto que las familias más acomodadas en Inglaterra casi siempre son blancas y en el país ya hay más de 13 % de la población que pertenece a otras etnias; este factor, denuncian algunos activistas, contribuye a la segregación y la discriminación. Ebony Rainford-Brent, una de las pocas jugadoras negras que han llegado a defender a Inglaterra a nivel internacional, no se corta al diagnosticarlo: aunque es verdad que hay algún representante de su raza en la élite, se trata de jugadores nacidos en las Indias Occidentales y emigrados desde allí. “No hemos visto jugadores que lleguen procediendo de la comunidad local”, se queja.

Propuestas de soluciones hay varias. Existe hasta una ONG llamada Chance to Shine que pretende precisamente fomentar el aprendizaje y la práctica del cricket en todo tipo de entornos sociales. Favorecer la integración en el sistema de la población de origen asiático, donde el deporte causa fervor, también sería de gran ayuda. Y no es menor la importancia del Twenty20, un nuevo formato de juego, inventado en 2003 y todavía minoritario, que reduce radicalmente la duración de los partidos (ya no días, sino un máximo de tres horas) y por tanto, al hacerlos más manejables, permite que más gente se anime a participar. De momento, en todo caso, queda mucho trabajo por hacer para que el carácter de “deporte de ricos” pase a la historia.

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