La Champions en Lisboa: cambia, todo cambia

En La pandilla salvaje (Sam Peckinpah, 1969), uno de los westerns más violentos de la historia, la banda despiadada muere en su ley, superada porque no supo advertir que los tiempos habían cambiado. Que el enemigo atacaba con auto y no a caballo. Con ametralladora automática y no con pistola. Ya resignados, Pike (William Holden) y Dutch (Ernest Borgnine) hablan de la gente que "no aguanta que se le demuestre que se equivoca" porque "el orgullo le impide aprender de sus errores". "¿Y nosotros Pike?", pregunta Dutch. "¿Creés que hemos aprendido algo al equivocarnos hoy?". Un amigo cinéfilo me recuerda la peli al hablar de las duras caídas del Barcelona de Leo Messi y del Manchester City de Pep Guardiola en Lisboa. Barcelona, no por haber perdido. Sino por cómo perdió. Repitiendo sus fiascos de tres Champions seguidas. Arrollado sucesivamente por Roma, Liverpool y Bayern Múnich. Y Guardiola porque, a la hora de la verdad, él, que es amante del riesgo, prefirió la cautela.

Cuentan en Inglaterra que Guardiola quedó obsesionado después de que arriesgara un audaz 4-2-4 en semis de la Champions de 2014 y Real Madrid lo aplastara con un 5-0 global. Algo más cuidadoso a partir de entonces, Guardiola acumuló de todos modos nuevas derrotas europeas. En la caída del sábado pasado contra Lyon, Pep sorprendió al dejar en el banco los pies más hábiles de Phil Foden, Riyad Mahrez y David y Bernardo Silva, claves en su idea de cuidar la pelota. Eligió fortalecer el medio con jugadores más combativos, que pudieran proteger del contragolpe a su defensa algo lenta. El DT obsesivo, personal y detallista puede ser una virtud. Pero también una contra. ¿Debía cuidarse tanto el proyecto acaso más caro en la historia del fútbol moderno (eso es Manchester City) en un partido ante el séptimo de la liga de Francia? No habría sorprendido si era Diego Simeone. Pero era Guardiola.

A Pep, es cierto, le cabe que el resultado podría haber sido otro si Raheem Sterling no hubiese fallado con el arco libre. Barcelona, en cambio, tiró la toalla contra Bayern mucho antes del final. Cuenta el escritor Juan Cruz que en pleno partido lo llamó el músico Alejandro Sanz. "El Bayern", le dijo Sanz, "es una buena canción, ritmo, armonía y melodía y el Barça es como una canción de Leonard Cohen, bella pero lenta". El poeta canadiense dijo alguna vez que aún la inevitable debacle "tiene que ser en los confines estrictos de la dignidad y la belleza". Pero no hubo dignidad ni belleza en Lisboa. Hubo 8-2. Humillante para el mejor jugador del mundo y para el club del mayor presupuesto de la pelota. Triste, como dijo ayer Papu Gómez, para los que aman el fútbol. El recambio siempre es difícil. Despedir los restos del mejor equipo de la historia (¿con Messi o sin él?) lo es más. El esquema de partido único en la sede fija de Lisboa, forzado por la pandemia, puede ser un condicionante y el deporte todo puede estar viviendo meses de reyes con asteriscos. Pero Messi y Pep, campeones juntos en otros tiempos, llevan ya demasiados años estrellándose contra la misma piedra. Podrían estar reviviendo el diálogo de Pike y Dutch.

La nueva "Pandilla Salvaje" podría ser este fútbol colectivo que ya no ofrece tiempo y que deja espacio mínimo a los artistas. Anunciábamos el duelo Messi vs. Lewandoski. Pero fue, no quedaron dudas, Barcelona vs. Bayern Múnich. La última gran generación de directores técnicos alemanes que tiene como figura central a Jürgen Klopp (Liverpool) mantiene la tradición de armar obras colectivas. Hansi Flick resonó por el 8-2 del viernes y su Bayern asoma favorito en la semifinal de hoy ante el sorprendente Olympique Lyonnais (que tiene DT francés, Rudi García). La primera semifinal fue ayer un duelo entre técnicos alemanes, pero menos parejo, porque el ganador, Thomas Tuchel (46 años) contó con Neymar-Kylian Mbappé, dupla de PSG con hambre de Balón de Oro, más Angel Di María, ante el RB Leipzig más obrero de su joven colega Julian Nagelsman (33). Reconvertido con dinero de Qatar, el club-Estado parisino es el nuevo poder económico del fútbol. PSG, al menos, fue siempre un club de fútbol. Su vencido, RB Leipzig, es un invento y un negocio distinto.

El odio que generó la irrupción de RB Leipzig entre hinchas alemanes fue reflejado ayer por 11Freunde ("11Amigos"). La revista cumplió su promesa y no publicó su crónica online de la semifinal contra PSG. "Normalmente tendríamos que cubrirlo, pero RB", protestó la revista alemana, "no es un club normal". Dietrich Mateschitz, multimillonario capo de Red Bull, admirador de Donald Trump, no pudo comprar a clubes más poderosos por la regla alemana que intenta mantener a los clubes en manos de sus socios. Compró entonces a uno de la quinta categoría (SSV Markranstadt) que tenía apenas ocho socios. Sumó nueve propios; le cambió nombre, escudo y colores; lo subió cinco categorías en siete años y, en apenas once, llevó a RB Leipzig a semifinales de la Champions. Chequera, pero también gran planificación a cargo de Ralf Rangnick. Hinchas rivales quemaron su césped, le tiraron piedras y bombas, lo reciben de luto y lo acusan de "matar al fútbol". Algún día será campeón y alguna crónica maldecirá acaso al fútbol moderno. Podría apelar a otra frase célebre del viejo filme de Peckinpah. La del viejo don José, que dice "todos soñamos con volver a ser niños". Hasta que un gol del rival nos despierta.