Cavani y el racismo de los antirracistas

Brasil tiene el mejor historial de apodos en Sudamérica. "Petróleo" fue común entre jugadores negros. Muchos brasileños le dicen aun hoy a sus amigos "Negrao". O "Meu preto". Dulzura típica en una cierta cultura brasileña, dicen unos, o rémora del pasado esclavista, añaden otros. No es solo Brasil. Desde Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa al chileno Víctor Jara cantaron "Duerme, duerme negrito". En Uruguay, muchas mujeres le dicen "mi negrito" a esposos e hijos. Y viceversa. A "La Negra Rosa", Rosa Luna, bailarina legendaria de Carnaval, que también fue presidenta de la organización Mundo Afro, no le gustaba que todo fuera tan natural. "Negra Rosa o Negro Rada, resaltan el color de piel porque nos ven diferentes, jamás se adjetiva Blanco a nadie". Una escultura suya precedió en la estación Tres Cruces, de Montevideo, a otra del gran Obdulio Varela, capitán histórico de la selección del Maracanazo en el Mundial de 1950. Apodado "El Negro Jefe".

Uruguay, que tiene más del ocho por ciento de población negra, se jacta de contar con el primer jugador negro que jugó en una selección en competencia oficial. Isabelino Gradín, descendiente de africanos de Lesoto, hijo de una lavandera en el barrio de Palermo, explosivo zurdo de Peñarol, se coronó en 1916 como goleador de la primera Copa América, jugada en Buenos Aires. Una leyenda, sin documentación oficial, indica que Chile protestó su inclusión. Campeón sudamericano de atletismo (ganó nueve medallas), Gradín sufrió alguna vez racismo en su propia tierra, cuando un club social de Florida le prohibió ingresar a un festejo de Peñarol que él mismo había ayudado a conseguir. Los primeros jugadores negros sufrieron racismo en casi todas partes. En Inglaterra, cuna del fútbol, la selección demoró 106 años en tener por primera vez un jugador negro, Vivian Anderson. Es el país cuya Federación acaba de sancionar a Edinson Cavani porque el goleador uruguayo de Manchester United agradeció a un compatriota en las redes con el apodo cariñoso de "negrito".

Anderson, hijo de inmigrantes jamaiquinos, uno de los tantos lugares donde el otrora Imperio Británico explotó recursos y esclavizó a su población, debutó a los 18 años como lateral derecho de Newcastle. En su libro "First among Unequals" (El primero entre desiguales) cuenta que le pidió al técnico Dave Mackay que no lo incluyera porque en el calentamiento miles de hinchas lo insultaban y lanzaban gritos de mono. Cada pelota que tocaba era una nueva agresión. Agradeció que Mackay lo haya obligado a jugar. Lo mismo le sucedió en su debut en el Nottingham Forest de Brian Clough. Le tiraron bananas mientras calentaba y volvió al banquillo. "¿No te dije que calentaras? Vuelve y tráeme una banana. Si dejas que otros dicten tu vida elegiré a otro", lo retó el entrenador. Anderson sufrió racismo en casi todas las canchas. En 1978, sesenta y dos años después que Isabelino Gradín, se convirtió en el primer jugador negro de su selección nacional. Recibió un telegrama de la Reina. En 2000 fue nombrado Miembro de la Real Orden del Imperio Británico.

La propia Federación inglesa (FA) recordó estos meses en su página oficial a los pioneros. Desde Arthur Wharton, ghanés de familia adinerada, arquero de los "Invencibles" de Preston North en 1880, hasta John Barnes, que casi nos arruina la gloria de México 86. Todos sufrieron racismo. A Cyrille Regis llegaron a dejarle en su buzón de correo un sobre con balas. Hoy, la FA es la única Federación que impuso el "Black Lives Matter" en sus camisetas y mantiene la decisión de que sus jugadores sigan arrodillándose antes de cada partido. Nacionales y foráneos deben respetar su normativa, redes sociales incluidas, sean de Japón o de Uruguay, donde la sanción a Cavani provocó indignación. "Esa cola de paja que los expone (a los ingleses) a excesos absurdos", editorializó el diario El País, conservador. "El racismo de los antirracistas", posteó alguien. "Donde todos ven un hijo de los pueblos originarios amerindios, los ingleses ven un supremacista blanco", ironizó otro. Uno más recordó que Cavani debutó en Danubio en 2006 ante Defensor Sporting, rival clásico, cuyo apodo es "La Farola" o "La Viola". O "Los Tuertos", apodo que el propio club recuerda orgulloso y que se debe a que algunos de los fundadores de 1920 sufrían estrabismo.

Pelé, bisnieto de esclavos con ancestros en Angola o Nigeria, cuenta que nunca le gustó Gasolina, el apodo que le pusieron algunos compañeros cuando llegó a Santos con apenas 15 años de edad. Menos aún le gustó el de Criolou (Criollo), un modo despreciativo en Brasil para referirse al negro. Se lo decían de modo afectuoso, prensa incluída, igual que el de "Alemao", porque su tipo físico, supuestamente, contrastaba con el color de su piel. "Mamá, él habla", contó la revista Cruzeiro que un niño sueco le dijo a su madre tras oír a Pelé en pleno Mundial 58, donde ganó su apodo mítico de "O Rei". Cinco años después, Pelé sufrió racismo en la final de la Libertadores en la Boca, donde otro Santos juega justamente hoy. La Bombonera le cantó "los macaquitos de Brasil". En rigor, a "O Rei" ni siquiera le gustaba de niño el apodo de Pelé. Quería que, simplemente, lo llamaran por el nombre que le había puesto papá Dondinho: Edson.