La carrera sucia por la vacuna para la Covid19

El Presidente Trump visitando el Centro de Innovación de Fujifilm Diosynth Biotechnologies, una planta de fabricación farmacéutica donde se están desarrollando componentes para una posible vacuna contra el coronavirus | Imagen Carlos Barria TPX
El Presidente Trump visitando el Centro de Innovación de Fujifilm Diosynth Biotechnologies, una planta de fabricación farmacéutica donde se están desarrollando componentes para una posible vacuna contra el coronavirus | Imagen Carlos Barria TPX

El esfuerzo científico que el coronavirus ha despertado en centros e instituciones de todo el mundo solo se puede describir como histórico. Miles de investigadores se han puesto a trabajar día y noche para desentrañar los misterios de un virus, desconocido hace solo unos meses. Los resultados son apabullantes, la cantidad de estudios publicados supera con creces la de cualquier otro campo y los progresos en la deseada vacuna son revolucionarios. Ante este crecimiento y avance sin precedentes en la carrera por desarrollar un tratamiento o una vacuna, muchos autores han alzado la voz denunciando tretas, malas jugadas, prisas y algunas prácticas que, directamente, se podrían calificar como tramposas.

La ciencia es una herramienta de conocimiento. Nos ha permitido conocer mejor el universo que nos rodea y una notable parte de las leyes que lo rigen. Pero, al fin y al cabo, sigue siendo una actividad humana y, aunque posee mecanismos que reducen los sesgos y errores, también está influenciada por fuertes factores externos que, en momentos de crisis sanitaria mundial, se hacen más evidentes y poderosos. En esta pandemia de COVID19, la ya de por sí complicada labor de la investigación científica está soportando una enorme presión por parte de los incontables intereses políticos, sociales y, por supuesto, económicos.

El fiasco de la hidroxicloroquina en Estados Unidos, los retrasos y mala gestión de la epidemia por algunas instituciones científicas, como la propia OMS, determinadas potencias mundiales acaparando los stocks de medicamentos y material sanitario, la falta de previsión evidente y graves errores en el asesoramiento científico de la mayoría de gobiernos, malas prácticas en docenas de estudios retractados o la aprobación de algunos tratamientos sin la suficiente evidencia científica. La lista de despropósitos es casi interminable.

Todo esto sin entrar siquiera en la actual y febril carrera por el desarrollo de una vacuna: se han lanzado acusaciones muy graves hacia Rusia y China por intentar hackear y espiar a grupos de investigación en otros países, fundadas sospechas de que altos ejecutivos de biotecnología están especulando para sacar beneficio de las candidatas, agencias reguladoras que ceden fácilmente ante las presiones políticas acortando plazos y controles en las fases de desarrollo.

Una voluntaria del ensayo en fase 3 de vacuna para el coronavirus en el hospital Sao Lucas en Brasil | Imagen Reuters/Diego Vara
Una voluntaria del ensayo en fase 3 de vacuna para el coronavirus en el hospital Sao Lucas en Brasil | Imagen Reuters/Diego Vara

La situación se está volviendo tan agitada que H. Holden Thorp, editor en jefe de la Revista Science, publicó hace unos días un contundente editorial titulado: “Una peligrosa carrera por las vacunas” donde advertía que “los atajos en las pruebas de seguridad y eficacia de las vacunas ponen en peligro millones de vidas a corto plazo y dañarán la confianza del público en las vacunas y en la ciencia durante mucho tiempo”.

Las prisas de algunos dirigentes nos están conduciendo por un camino lleno de peligros. El presidente ruso, Vladimir Putin, anunció a los cuatro vientos una vacuna que aún no ha superado la fase más importante de seguridad y eficacia. El presidente, Donald Trump, no contento con sus peligrosas declaraciones con la hidroxicloroquina o el remdesivir, ahora aparece en público para anunciar que Estados Unidos tendrá lista una vacuna… precisamente en periodo de campaña electoral.

Holden Thorp, en alusión directa a los grandilocuentes anuncios de Trump, explica que “los estudios de fase 3 sobre candidatas a vacunas involucran a aproximadamente 30.000 pacientes. Un ensayo controlado aleatorio es particularmente importante para determinar la eficacia de la vacuna, y el trabajo debe continuar hasta que los individuos del grupo de control se infecten. Es imposible predecir cuánto tiempo llevará. La aprobación prematura de una vacuna en los Estados Unidos (o en cualquier lugar) podría ser una repetición desastrosa del fiasco de la hidroxicloroquina, pero con mucho más en juego”.

Todos estamos cansados, todos ansiamos una solución que nos devuelva a la normalidad, pero para conseguirlo debemos cuidar y respetar las fases y controles porque, de lo contrario, el remedio puede ser peor que la enfermedad. Por ahora, y según el editorial de Science, los científicos en EEUU se mantienen firmes. Francis Collins, director del Instituto Nacional de Salud, pidió enfáticamente que se realicen correctamente los ensayos de vacunas en fase 3, y el director de la FDA, Stephen Hahn, también ha declarado que seguirá los protocolos.

¿Cuánta presión pueden aguantar los investigadores, los responsables de los centros y las agencias reguladoras?, ¿Cómo explicar a los políticos que en la carrera por la vacuna, las trampas y las prisas pueden salir muy caras?, ¿Qué mecanismos deberíamos poner en marcha para salvaguardar la independencia y calidad de la investigación científica de la que, en esta crisis sanitaria, dependen tantas vidas?... cuestiones básicas que deberíamos plantearnos antes de lanzar la típica pregunta de cuándo llegará la vacuna.

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Referencias científicas y más información:

Thorp, H. Holden. “A Dangerous Rush for Vaccines” Science, agosto de 2020, DOI:10.1126/science.abe3147.

Laura Spinney “How the race for a Covid-19 vaccine is getting dirty” The Guardian