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El capitán de todo

LIVERPOOL, Inglaterra — Jordan Henderson tenía bastantes cosas en la cabeza. Primero que nada, la herida en el muslo, un legado de la cirugía a la que se había sometido unas semanas antes que todavía no había sanado del todo. Hasta que sanó por completo, no pudo hacer mucho más que cambiarse los vendajes y esperar. Admitió que el problema es que no se le da muy bien esperar.

Necesitaba que le sanara para poder volver a entrenar y necesitaba volver a entrenar para volver a jugar. Esta era su siguiente preocupación. Esa noche, su equipo, el Liverpool, recibía al Real Madrid en los cuartos de final de la Liga de Campeones. Era el tipo de ocasión que Henderson disfruta, pero la herida implicaba su ausencia, al igual que en las últimas seis semanas.

A Henderson tampoco se le da muy bien estar ausente. En el curso de varias horas de entrevistas a lo largo de los últimos tres meses, mientras se recuperaba de la lesión, a menudo reconoció que es un “mal paciente”. Se le dificulta quedarse tranquilo, pero encuentra aún peor la falta de capacidad de acción, la impotencia.

Había estado así durante el invierno, como testigo del colapso de la temporada del Liverpool. El club, arruinado por las lesiones y con el tanque casi vacío, perdió seis partidos consecutivos de local. Cayó de la cima de la Liga Premier, al cuarto lugar, luego al sexto y después al octavo. Para Henderson, era su “responsabilidad” ayudar al equipo a recuperar el rumbo.

Y sabía que, si la herida no sanaba y no podía jugar de nuevo para el Liverpool, se iban a estropear sus planes para el verano. Había platicado con Gareth Southgate, el entrenador de Inglaterra, quien le había asegurado a Henderson, de 30 años, que le iba a dar todo el tiempo posible para demostrar su preparación física para la Eurocopa del verano. No obstante, Henderson sabía que había una fecha límite y que tenía que cumplir con ella.

Sin embargo, a pesar de tener todo eso en la cabeza, con toda esa espera y preocupación, Henderson también tenía otra cosa en mente. A últimas fechas, había pensado mucho en el abuso en las redes sociales. Como cualquier persona en el ojo público, tenía experiencia de primera mano, no solo el zumbido constante y discreto de los francotiradores y los troles, sino también la descarga de ácido que había soportado en sus primeros días en el Liverpool.

No obstante, eso le preocupaba menos que los ataques racistas que habían sufrido sus amigos y compañeros de equipo, que el hecho de que los futbolistas jóvenes están expuestos a eso antes de tener la piel curtida, que la intimidación en línea que sufren niños y adolescentes. Así que hizo algo que se le da hacer: buscó la manera de ayudar.

A principios de año, había dado su testimonio frente a un panel del gobierno británico sobre el problema de la seguridad en las redes sociales. Una semana antes, había cedido el control de sus cuentas a una organización sin fines de lucro que combate el abuso en línea. Y luego, mientras sus coequiperos se preparaban para enfrentar al Real Madrid, sostuvo una reunión en Zoom con ejecutivos de Instagram, en la que les lanzó preguntas en torno a las medidas que estaban tomando para ayudar.

Le hablaron sobre carpetas de tombstone y silenciar comentarios. Los presionó para que le dieran respuestas sobre los mecanismos que tienen para denunciar abusos. Se enteró del uso que hacen de la inteligencia artificial. Les dijo en qué áreas creía que se habían quedado cortos sus esfuerzos.

Henderson no necesitaba hacer nada de esto. Ya tenía bastante en qué pensar. Sin embargo, como lo dijo su amigo y excompañero de equipo Nedum Onuoha, así no es realmente como funciona Henderson. “Jordan quiere escuchar, aprender y entender”, comentó. “Tiene una perspectiva superior, que va más allá de su perspectiva como individuo”.

Para Henderson, no se trata de algo tan sofisticado. Mencionó que siente una “responsabilidad inmensa”, no solo con el Liverpool, no solo con los aficionados, sino también con cualquiera que admire a los futbolistas. “Tenemos la plataforma para ayudar”, señaló. En su mente, todo se reduce a una simple ecuación. “Si puedo ayudar, ¿por qué no lo haría?”.

Todo queda en un abrazo

Algo que se vuelve muy evidente de inmediato en el silencio cavernoso de un estadio vacío de la Liga Premier es que Henderson es extremadamente ruidoso. Durante un partido, prácticamente ofrece comentarios jugada por jugada: regaña y arenga, ladra las órdenes, dirige el juego. Habla todo el tiempo. Solo se calla para recobrar el aliento y gritar.

No acepta de buena gana esta observación. Tan solo admite que tiene la “voz fuerte” y que está al tanto de que eso no les gusta a todos sus compañeros. “A algunos no les importa. A algunos no les gusta”, mencionó. A lo largo de los años, ha logrado determinar cada vez mejor quién pertenece a una u otra categoría. Si se equivoca, no demora en arreglar las cosas. “Todo queda en un abrazo y sigues adelante”, aseguró.

Henderson alcanzó la mayoría de edad en una época en la que los capitanes del fútbol inglés todavía dominaban el deporte. Roy Keane en el Manchester United, John Terry en el Chelsea, Steven Gerrard en el Liverpool: símbolos y sinónimos de los clubes que representaban, capitanes en la tradición de Bryan Robson y Roy of the Rovers, figuras que dominaban los partidos y definían las temporadas a placer.

No obstante, Henderson se convirtió en capitán en un momento en que todo eso estaba comenzando a parecer un poco anticuado, en la era del superentrenador y el sistema, en la que las instrucciones llegan desde la línea de banda y los movimientos se aprenden de memoria, en la que la preponderancia de los datos ha relegado a los grandes factores imponderables —el carácter, el hambre y el deseo— a una especie de superstición ancestral.

Sin embargo, para Henderson, ser capitán es importante. Es una responsabilidad que siente intensa y personalmente. Le dedica mucho tiempo a analizar qué es ser capitán, cuáles son sus propias necesidades y las de su equipo, el lado del manejo de la gente, el de los recursos humanos y el de la psicología, qué tipo de capitán quiere ser.

Ha luchado con ese equilibrio desde que le dieron el puesto en el Liverpool, la tarea abrumadora de seguir los pasos de Gerrard. En un sentido, era el candidato evidente: había sido vicecapitán algunos años y tuvo el sello de aprobación de Gerrard. “Siempre tuve la confianza de que creyó que yo era la persona adecuada”, comentó Henderson.

No obstante, en otro sentido, era un riesgo. Es difícil de imaginar ahora, pero Henderson se volvió capitán tan solo unos años después de que el Liverpool quiso cambiarlo por el delantero estadounidense Clint Dempsey. Cuando llegó Jürgen Klopp como director técnico, no mucho tiempo después de que Henderson fue nombrado capitán, hubo especulaciones de que el entrenador tal vez quería degradarlo.

Klopp hizo lo opuesto. Le ofreció su apoyo incondicional. En un inicio, Henderson tuvo sus problemas con el peso de la capitanía. No quería que sus coequiperos pensaran que el honor lo había cambiado, pero, según dijo, remplazar a Gerrard le “afectó probablemente en el aspecto mental”.

“Me sentía responsable de muchas cosas. Siempre he puesto primero al equipo, pero estaba asumiendo demasiada responsabilidad por todos los demás. Eso puede poner en riesgo tu propio rendimiento. Jürgen me ayudó mucho en ese aspecto. Me ayudó a quitarme un poco el peso de encima. A partir de ahí, creo que todo fluyó mejor”.

Todo lo que hemos construido

Henderson estaba en casa cuando el autobús del Liverpool se detuvo afuera de Elland Road, en Leeds. La lesión del músculo aductor que lo había obligado a permanecer fuera de combate durante dos meses estaba sanando bien; se sentía más fuerte, en mejor forma, mejor en general. Su humor también había mejorado. Había podido ver un poco más a sus compañeros. La suerte del Liverpool estaba cambiando: pasaba de desastrosa a tan solo decepcionante.

Esa tarde, vio en la televisión cuando unos aficionados rodearon el autobús que llevaba a sus compañeros y descargaron su furia por las propuestas —divulgadas el día anterior— de una Superliga europea.

Los jugadores del Liverpool se habían enterado de las propuestas al mismo tiempo que todos los demás. En un principio, Henderson no les prestó demasiada atención. Los dueños del Liverpool, Fenway Sports Group, habían sido fundamentales para los planes, pero nadie les había informado a los futbolistas. Sin embargo, cuando leyó sobre la propuesta, le pareció “inaceptable” por naturaleza. “No está bien que los equipos no desciendan”, opinó. “Debes ganarte el derecho de estar en la Liga de Campeones”.

Cuando se dio cuenta de que la Superliga no era solo un rumor mediático, la reacción inmediata de Henderson fue proteger no solo a su equipo. Para ese entonces, alguien que iba en el autobús le contó que, cuando los jugadores entraron al estadio en Leeds, encontraron camisetas esperándolos en el vestidor con el logo de la Liga de Campeones y la leyenda “Gánenselo”.

“Para mí, las camisetas fueron una falta de respeto”, señaló Henderson. “Los jugadores no habían hecho nada. No era algo que quisiéramos”.

No obstante, también le preocupaba su club. Sentía lealtad y, en cierto grado, gratitud a los dueños del Liverpool. “Si te fijas, han hecho un buen trabajo”, mencionó. “Han hecho crecer al club. Han invertido dinero. Han construido un nuevo campo de entrenamiento. Trajeron al entrenador”.

Sin embargo, su temor era que la Superliga pudiera poner una barrera entre el club y sus aficionados, que la unidad de propósito que había llevado al Liverpool a obtener el título de la Liga de Campeones en 2019 y el trofeo de la Liga Premier en 2020 se fuera a fracturar de manera irrevocable. “Me preocupaba que se afectara”, mencionó. “Todos hemos aportado para llegar a este punto y no quería una división”.

Después del partido, Henderson y sus coequiperos hablaron sobre el próximo paso. El día siguiente, decidieron publicar un mensaje en sus cuentas de redes sociales tomado de los comentarios que le hizo el mediocampista James Milner a un reportero de televisión después del juego. “No nos gusta y no queremos que suceda”, había dicho Milner.

La idea era publicar un comunicado simultáneo, una señal sincronizada de que los jugadores del Liverpool estaban unificados en su oposición, y hacerlo de una manera que nadie tuviera que enfrentarse solo a la ira del público. No obstante, alguien tenía que ir primero. El resto de la escuadra del Liverpool publicó el mensaje inmediatamente después de que Henderson presionó el botón.

Un capitán para los capitanes

La mayor parte del tiempo, el grupo de WhatsApp en el que están al menos 20 de los actuales capitanes de la Liga Premier permanece en silencio. Se actualiza de vez en cuando, al agregar o eliminar miembros cuando los equipos ascienden o descienden, pero la mayor parte del tiempo está inactivo. En algunos casos, sus miembros pueden ser amigos, pero, en medio de la temporada, son rivales antes que nada.

Sin embargo, cuando el fútbol comprendió el significado de las propuestas de la Superliga, comenzó el alboroto. Lo ocurrido en Leeds había convencido a Henderson de la importancia de que los jugadores presentaran un frente unido. Él sabía que las divisiones tribales solo iban a debilitar el mensaje.

Por eso, el mismo día que coordinó la respuesta de los futbolistas del Liverpool a la idea, sugirió tener una reunión en Zoom con todos los capitanes de la liga para hablar sobre un comunicado de mayor envergadura. A final de cuentas, no fue necesario: la Superliga colapsó el día antes de la fecha programada para que esta se llevara a cabo.

No obstante, la iniciativa evidenció que el papel de capitán de Henderson se ha extendido más allá del Liverpool más o menos durante el último año. Medio en broma, medio en serio, Onuoha lo llama el “capitán de capitanes” de facto.

Una nueva batalla

Después de la debacle de la Superliga, Henderson todavía tenía muchas cosas en la cabeza. Sus entrenamientos se estaban intensificando. Lo más probable era que otra vez jugara para el Liverpool esta temporada en que su equipo buscaba rescatar un lugar en la Liga de Campeones, pero esperaba recuperarse para ganarse un lugar en la selección de Inglaterra. Esta semana, Southgate envió a dos fisioterapeutas al centro de entrenamiento del Liverpool para que vieran su progreso.

Y todavía seguía pensando en proteger a sus compañeros, en proteger a su club, en asegurarse de que todos los futbolistas de todos los otros clubes se mantuvieran unidos. Pero, de manera más general, también estaba pensando en lo que venía.

“Lo de la Superliga no estuvo bien”, opinó. “Pero tampoco está bien la nueva Liga de Campeones. No ha habido ninguna consideración para el bienestar del jugador. Sé que a nadie le gusta escuchar las quejas de los futbolistas cuando hay gente que trabaja todo el día, pero damos todo cuando jugamos. Estás exhausto cuando sales de un partido y después no tienes tiempo de recuperarte. Es inaceptable. Es pedir lesiones a gritos”.

Lo ha visto de primera mano. Henderson cree que la lesión que le costó los últimos tres meses de la temporada fue el resultado de un calendario sobrecargado y lleno de presión. Además, “sin duda”, la rotura del tendón rotular que puso fin a la temporada de Joe Gomez, su compañero de equipo en el Liverpool e Inglaterra, “fue una consecuencia de lo que nos piden hacer”.

Todo esto lo ha llevado a la conclusión de que algo debe cambiar. No sabe cómo será ese cambio, todavía no. Lo único que sabe es que tiene una voz, una que se hace escuchar más allá de los confines de un estadio vacío y que es su deber usar: para hablar sobre el Sistema Nacional de Salud (NHS, por su sigla en inglés), la desigualdad, el abuso en las redes sociales o cualquier otro tema en el que crea firmemente.

No lo hace por creer que la gente debe sentirse obligada a escucharlo solo porque es un jugador o un capitán de fútbol. Lo hace porque cree que ese estatus le da la responsabilidad de hablar siempre que sienta que puede ayudar. En su mente, es bastante simple. “Si crees firmemente en algo, entonces sería una especie de pecado no hacerlo”, señaló.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company