El caballo con herraduras "de basquetbolista" que sobrevivió al parto, a su tamaño inusual y al diagnóstico de "futuro sombrío"

Nadie recuerda haber visto, al menos en los hipódromos de Australia, un caballo más alto y más pesado que Holy Roller. Sus dos metros y medio de altura intimidaban. Sus huellas quedaban marcadas en cada paso con esas herraduras especiales hechas a medida, porque sus cascos medían casi el doble que cualquier otro de su raza. Tenía calzados de basquetbolista, como para jugar en la NBA.

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Nunca se animaron a subirlo a una balanza: a buen ojo, sus alrededor de 800 kilos de adulto eran demasiado para básculas por las que rara vez pasaba algún purasangre de más de 550 kilos. Seabiscuit, la estrella de los hipódromos norteamericanos de la década del '30 cuya historia llegó al cine, o Gobernado, el patito feo por el que nadie levantó la mano en un remate en la Argentina de los años '60 y después fue un campeón, serían ponys al lado suyo, puesto en perspectiva.

Aquella oscura madrugada del 18 de octubre de 1992 en la que nació en Woodlands Stud, en Clevedon, al norte de Nueva Zelanda, los que asistieron a Secret Blessing en el parto ya estaban alarmados. Era domingo, como en este 2020. Dos años antes, la yegua, de porte normal, había parido a una hembra a la que inicialmente llamaron "Inmense". Eso es lo que creyeron a primera vista. Inmensa, en realidad, fue la sorpresa que se llevaron en el haras cuando les tomó algo más de una hora que diera a luz nuevamente.

Cuando el potro salió, la madre ya estaba exhausta. Había luchado mucho. Normalmente, los caballos se ponen de pie entre 10 y 20 minutos después, pero eso no ocurrió mientras mimaban e hidrataban a la yegua. Casi tanto tiempo como demoró en salir del vientre, el potrillo tardó en afirmarse sobre sus manos y patas, con gran esfuerzo. "Huge" (Enorme, en inglés) escribió uno de los veterinarios en la planilla. El zaino le llegaba casi hasta el pecho. El nivel de sorpresa fue escalando en la misma medida que la preocupación.

Pasó media hora más hasta que fuera en busca de la leche materna. "No había muchas esperanzas de que sobreviva", confesaría años después uno de los parteros. Sí lo hizo, y creció diferenciándose de la manada en el tamaño. Cuando llegó al campo de preparación para la competencia, otra mirada negativa surgió en el camino. "Estaría bien tirando de un carro", fue la prejuiciosa inicial evaluación del primer jinete que lo montaría. Y una más tajante de Peter Snowden, por entonces encargado de la cabaña: "Caballo muy grande. Mirada despreocupada. No se esforzará excepto bajo una presión extrema. Lo más rápido que corre es en un galope lento y siendo exigido. No es un atleta. Su futuro es sombrío". El portal australiano Punters recopiló aquellas menciones.

Pese a los malos augurios, le dieron una oportunidad. "El enorme animal sabe dónde pisar y tiene un equilibrio tremendo. Físicamente parece un patovica, pero es sano en la misma proporción", se esperanzó Snowden pasado un tiempo. Las pistas esperaban, al fin, por Holy Roller. El grandulón fue a Canterbury para su debut, en 1200 metros. Inicialmente, pagaba 33 a 1. Cuando apareció en la redonda de exhibición, los corredores de apuestas ya daban 100 a 1 por su triunfo. Quienes lo observaban dentro de las gateras junto al resto no cabían en su asombro. "Este caballo castrado y grandote no puede funcionar en este circuito de curvas cerradas", explicaban. Los escépticos vencieron: llegó penúltimo.

Sin embargo, al cuarto intento y subido hasta 1600 metros, logró su primera victoria. El dictamen en esa etapa fue más sorpresivo: "Le falta crecer". En realidad, el entrenador se refería a la maduración. De regreso del campo, gestó cuatro conquistas consecutivas. Holy Roller tenía la virtud de ser, sobre todo, un gran atleta: ganó 12 de sus 25 carreras. Se mantuvo en competencia por seis temporada, hasta 1999.

Rod Hoare, un veterinario que se había enamorado de la historia del caballo, se ofreció a los dueños para hacerle un lugar en su campo cuando concluyera su campaña. Lo llamaba "Roley". "A pesar de su tamaño, no era muy valiente. De hecho, se sudaba. Cuando lees su historial veterinario y lo relacionas con su historial de carreras, observas que cuando estuvo en forma, ganó. Pero si decía algo así como leve hinchazón en una mano, en la carrera siguiente terminaba de los últimos", decodificó el doctor con el paso del tiempo.

Holy Roller lo conquistó todavía más cuando convivió con él. "Si le dolía una mano, se paraba en el campo, la levantaba del suelo y ponía su hocico en la parte que le dolía, como mostrándote. ¡Nunca había visto un caballo así!", confesó Hoare. Algunos fanáticos le pedían visitarlo en su chacra, después de ir a verlo de cerca cuando competía. Sus herraduras mutaron en souvenirs. En algunos hipódromos, las gateras se reforzaban en el andarivel que ocuparía para garantizar que se sostuviera adentro sin abrir la puerta trasera.

Holy Roller, en uno de sus triunfos

Su mayor demostración fue en 1997, en un clásico de Randwick, cuando tenía 5 años y se hizo paso entre varios rivales para vencer en lucha. La aceleración que mostró aquella tarde, impropia de un caballo de su tamaño, cautivó a más fanáticos dentro y fuera del turf. En su avance era una topadora y eso le permitió lograr, además, un Grupo 2 en Mooney Valley. El caballo de futuro sombrío se había mostrado altamente competitivo hasta principios de 1999, cuando una ecografía delató una rotura ligamentaria que obligó a su retiro.

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Fue entonces cuando en Woodlands aceptaron la oferta de Hoare, al que le apasionaba la equitación. Por eso, recuperado, a "Roley" se lo pudo ver en algunos concursos de exhibición o saltando troncos hasta sus últimos días. "Cuando llegaban los visitantes a verlo y le traían golosinas, iba como un perro labrador buscando el caramelo o la palmada en el pescuezo uno por uno, bajando la cabeza", describió Rod. De viejo, Holy Roller no logró superar graves problemas en los dientes que le impedían comer lo suficiente para mantenerse en buena forma. Pero sigue vigente en el corazón de los fanáticos en la misma dimensión de su porte.