El motivo homófobo detrás de que ningún futbolista lleve el 24 en Brasil

Jugadores de la selección de fútbol de Brasil, de espaldas, celebrando un gol
No verás el número 24 en las camisetas de los jugadores brasileños que disputan la Copa América. Foto: Thiago Ribeiro/NurPhoto via Getty Images.

Jugar al fútbol en plena pandemia del coronavirus complica un poco las cosas. No es solo que no se permita público en las gradas, sino que en cualquier momento se puede sufrir la desgracia de que algún jugador caiga infectado y, por motivos de seguridad, deje de estar disponible; bien lo sabe España con casos recientes como el de Sergio Busquets. Para tratar de compensar esta situación y sacar adelante los torneos se han adoptado medidas extraordinarias, como ampliar las listas de futbolistas convocados para así tener más de donde elegir.

En la Eurocopa, por ejemplo, la UEFA ha permitido que, en lugar de los 23 integrantes habituales, cada selección pueda llevar hasta 26 hombres. Para la Copa América, la CONMEBOL ha ido más allá y ha subido el tope a 28. Algunos participantes han explotado al máximo esta posibilidad y han aprovechado todos los cupos; otros, como Brasil, se han limitado a incluir solo alguno más que de costumbre. La canarinha, concretamente, se ha quedado en 24.

Viendo el listado de la seleção, más allá de la identidad de los escogidos por el entrenador Tite (entre los que hay hasta seis competidores de LaLiga española: los madridistas Vinícius, Casemiro y Rodrygo, los atléticos Felipe y Lodi y el bético Emerson), lo que llama la atención es cómo han decidido ordenarse y repartirse los números que están luciendo en sus camisetas. Porque aunque sean 24, los dorsales utilizados van del 1 al 25. Precisamente el que se han saltado es el 24, que quedaría entre el guardameta Ederson (23) y el centrocampista Douglas Luiz (25).

Podría pensarse que es simple casualidad. O que, igual que el 15 de Sergio Ramos, se trata del que suele usar algún miembro habitual del plantel que esta vez no ha ido y los compañeros han optado por respetarlo. Pero no: en el caso del 24 las causas son culturales y tienen un trasfondo homófobo muy desagradable.

Gente haciendo cola a la entrada de un establecimiento de lotería en Brasil
Entrada a un establecimiento de loterías en Assis, cerca de São Paulo. Foto: Rodrigo Paiva/Getty Images.

En Brasil existe un entretenimiento muy popular llamado jogo do bicho, que se podría traducir como "juego de los animales". Es una especie de mezcla entre lotería y bingo que surgió en 1892, cuando la ideó el barón de Drummond, propietario del zoo de Río de Janeiro, como un modo de atraer visitantes a su negocio. Escogió 25 animales, los ordenó alfabéticamente (con alguna excepción) y le adjudicó a cada uno una cifra. Al principio de la jornada se sorteaba el "bicho del día" y se colocaba un dibujo suyo en un tablón, tapado bajo un paño que solo se desvelaba cuando el establecimiento iba a cerrar; quienes, en el billete de su entrada, llevaran un número que coincidiera obtenían un premio en dinero.

No habría pasado de ser una rifa más que organiza un comerciante cualquiera si no fuera porque el detalle de la fauna cayó en gracia, lo de mantenerlo oculto durante horas le daba un plus de emoción... y además, en plena época de recesión económica, se podían obtener grandes ganancias haciendo apuestas relativamente pequeñas. Por eso, al poco tiempo salió del zoo y se extendió por todo el país. Los números de los 25 animales se multiplicaron por 4 para cubrir toda una centena (por ejemplo, el avestruz, que es el 1, abarca las terminaciones de 01 a 04; el águila, 2, de 05 a 08; el camello, 8, de 29 a 32; y así sucesivamente) y se empezaron a celebrar sorteos por todas partes. De manera informal, porque aunque en la práctica apenas se persigue, oficialmente es ilegal: se supone que el monopolio de los juegos de azar lo tiene Caixa, una entidad financiera pública que organiza loterías más tradicionales.

El caso es que el bicho, y las asociaciones que establece entre guarismos y seres vivos, ya son una parte indisoluble de la cultura popular brasileña. El problema con el 24 es que se identifica con el ciervo, que en idioma portugués se dice veado. Tal palabra suena muy similar a viado, un término extremadamente despectivo para aludir a los hombres homosexuales que puedes equiparar al insulto homófobo que más feo te parezca en castellano.

Ese es el motivo de que el 24, para los brasileños, no sea simplemente el resultado de multiplicar 3 por 8. En una sociedad en la que todavía perviven fuertes estereotipos sexistas incluso al más alto nivel, cualquier alusión a lo gay, por sutil que pueda parecer, es suficiente para generar rechazo entre grandes capas de población. Por eso, bien para evitar insultos y burlas, bien por convicción propia, los futbolistas se niegan a llevar ese número si pueden evitarlo.

El futbolista Gabriel Barbosa se quita su camiseta con el número 24 y la enseña al púlbico
Gabriel Barbosa 'Gabigol' dejó el año pasado su número 9 en el Flamengo para lucir el 24 como parte de una campaña contra la homofobia. Foto: Dhavid Normando/AFP via Getty Images.

No es solo en la selección nacional. En el Brasileirão, la primera división del sistema de ligas del país, participan actualmente 20 clubes; redondeando a 25 integrantes por plantilla, tenemos 500 futbolistas en la élite (en realidad la cantidad es mayor, porque muchas son bastante más amplias al incluir canteranos que tienen minutos de manera muy esporádica, pero permítenos esta simplificación). Solo hay tres que se atreven a jugar con el 24. Dos de ellos son extranjeros: los colombianos César Haydar (Bragantino) o Víctor Cantillo (Corinthians); no sin polémica en el segundo caso, ya que él insistía en utilizarlo porque era el que lucía en su equipo anterior (Junior de Barranquilla) desde hacía años y en el Timão intentaron prohibírselo. El único brasileño que lo lleva es Kevin Malthus, un jovencísimo centrocampista del Santos que ha hecho su debut como profesional este año y que de momento ha dispuesto de muy pocas oportunidades. En los demás equipos simplemente hacen como la selección: se lo saltan y pasan del 23 al 25.

Las veces que se luce el 24 en Brasil son por motivos extraordinarios. O bien porque algún club no se ha acogido aún al sistema de numeración fija y tenía tantos suplentes en el banquillo que a alguien le tocaba, o bien porque en las participaciones en la Copa Libertadores se requiere que los dorsales vayan del 1 al 30, sin excepciones, y a algún jugador que en el campeonato nacional luce cifras altas no le ha quedado más remedio que reubicarse. O bien como parte de campañas contra la homofobia, tal como hizo durante algunos momentos del año pasado el delantero Gabriel Barbosa dejando atrás su 9 habitual en el Flamengo.

Puede parecer una cuestión banal, pero este asunto del 24 refleja lo hondo que está anclado el problema de la discriminación contra el colectivo LGBT en un país como Brasil. Siendo el fútbol allí una pasión de multitudes a niveles inimaginables en otros lugares, acciones como la de Gabigol son muy simbólicas para ayudar a que acabe el estigma y aumente la tolerancia. Todavía queda, sin embargo, muchísimo trabajo por hacer, y tal situación lo ejemplifica perfectamente.

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