Bol Bol, la herencia del gigante: el joven que sacudió "la burbuja de la NBA" y busca terminar el sueño de Manute

Medir 2,31m te sitúa más cerca del cielo, pero también te impide despegar del suelo. A Manute Bol la NBA no le impresionó más que su propia vida. El legendario pívot sudanés aterrizó en la mejor liga de baloncesto del mundo con solo 23 años, pero bien curtido en la supervivencia. Cuando al gigante de cuerpo infinito y cara de niño le preguntaron en 1985 por el reto sobrevenido, el vértigo, el desarraigo, la presión y otros lugares comunes del periodismo y la psicología deportiva, respondió con una mesura lapidaria. "No me asusta nada. Cuando era más joven tuve que cazar un león con mis propias manos", soltó.

Cazando rebotes entre zarpazos y coleccionando tapones, Bol hizo carrera (Bullets, Golden State Warriors, Sixers y Heat) mientras le escrutaban como a un extraterrestre, se convirtió en el jugador más alto de la historia de la competición -honor que años más tarde tuvo que compartir con el rumano Gheorghe Muresan-, dejó huella en una época plagada de mitos y murió joven, sin tiempo de recoger su legado. Pero estos días, en Disney World, su herencia ha emergido con fuerza. Su hijo, Bol Bol, de 20 años, 2,18m, 2,34m de envergadura y 99 kilos, se ha convertido en la gran atracción de la reanudación de la Liga. En su debut oficial con los Denver Nuggets, en el partido amistoso ante los Wizards, Bol deslumbró con 16 puntos, 10 rebotes, seis tapones y una exhibición de habilidad, dinamismo y acierto exterior impropios de un siete pies. "No me sorprende lo que ha pasado porque he trabajado muy duro, esperando este momento. Traté de no ponerme nervioso. Sabía que todo iba a llegar", resumió con serenidad genética el protagonista, elegido en el puesto 44 del último draft. Un impacto de apellido ilustre que ha hecho desempolvar los archivos para trazar la biografía del fenómeno en ciernes.

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El sueño americano de su padre, Manute, duró 10 años. En 1995, los Milwaukee Bucks, que iban a ser la quinta franquicia en su currículo, le despidieron sin llegar a debutar. Su artritis crónica en las rodillas se convirtió en un obstáculo insalvable que le impedía mantener la exigencia física de la competición. El mismo cuerpo que le había encumbrado se revelaba con constantes achaques. Ahí acabó la carrera del pívot africano en la NBA. Un viaje incompleto. Para la enciclopedia quedó el dato de sus 2.086 tapones en 624 partidos de liga regular, a una media de 3,34 por encuentro, la segunda más alta de todos los tiempos solo por detrás de Mark Eaton (3,50).

Los focos se apagaron y Bol regresó a Sudán. Su tierra natal había estado inmersa en una guerra civil desde 1983 y durante esos años él fue enviando la mayor parte de sus ganancias en la NBA al Movimiento de Liberación del Pueblo, que defendió a su tribu Dinka contra el régimen islamista del norte del país. En 1997, durante un breve alto el fuego, Manute llegó a la capital, Jartum, con la promesa de un puesto en el gobierno como ministro de deportes.

Aquello quedó en un mero movimiento propagandístico que nunca se concretó, pero en ese viaje, Bol, entonces con 35 años y ya divorciado de su primera esposa, conoció a una joven de 17 años, Ajok Kuag, con la que acabaría casándose. Para salvar las reticencias por la diferencia de edad y como parte del acuerdo de matrimonio, Manute pagó a la familia de la novia 150 vacas, como peculiar dote. El 16 de noviembre de 1999 nació el primogénito de la pareja. Lo llamaron Bol Manute Bol, en un homenaje onomástico al patriarca, el abuelo de Manute, Bol Chol Bol, el gran jefe Dinka, que creció hasta los 2,39m y tuvo 58 esposas.

Manute se apagó como deportista en modestos equipos de Uganda y Qatar y regresó a EE UU años más tarde como refugiado político junto a su familia tras ser acusado de espionaje en favor de los estadounidenses. El exilio forzado no se pareció a su aventura de juventud. Su maltrecha salud y sus problemas económicos le sumieron en la ruina y la enfermedad. Un grave accidente de tráfico en 2004 acabó por lastrarle físicamente de por vida. El 19 de junio de 2010, a los 47 años, Manute Bol falleció en un hospital de Charlottesville (Virginia) a causa de un fallo hepático. También padecía el síndrome de Stevens-Johnson, un trastorno grave y extraño de la piel. La única vez que Bol Bol regresó a Sudán fue, con 11 años, para enterrar a su padre. A partir de ese día, con el físico como réplica y el orgullo como espuela, inició su carrera en el baloncesto. El deporte que comenzó a practicar de bien pequeño casi por obligación paterna se convirtió en pasión y homenaje. "Es lo que me hace feliz, porque siento que mi padre está cerca cuando juego", declaró en su primera aparición en los medios.

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Con la doble nacionalidad sursudanesa y estadounidense y formado en la Universidad de Oregon, Bol Bol fue traspasado a los Nuggets la misma noche del draft de 2019. En Denver, con dudas sobre su madurez y estado físico -arrastra una lesión en un pie que le impidió disputar más de nueve partidos en su única temporada universitaria- prefirieron que continuase con su formación en la liga de desarrollo antes de dar el salto definitivo a la NBA y le firmaron un contrato de colaboración por el que podía pertenecer a la franquicia 45 días durante la presente temporada. Aprovechando las bajas y la amplitud de las plantillas para afrontar la reanudación de la competición en la burbuja de Orlando, Bol Bol se hizo un hueco en la convocatoria de los Nuggets y no tardó en aprovecharlo.

En su primer partido formó en un quinteto inaudito compuesto por cinco jugadores interiores, con una altura media de 2,09 metros. "Puede haber sido el quinteto inicial más alto en la historia de la Liga", apuntó el entrenador de los Nuggets, Mike Malone. Allí estaban Nikola Jokic (2,13), Jerami Grant (2,03), Paul Millsap (2,01), Mason Plumlee (2,11), y Bol Bol (2,18), que acaparó todo el protagonismo pese a ser su primera experiencia profesional. Su polivalencia, juego de pies y descaro para los lanzamientos exteriores le convirtieron en la sensación de la noche. "Ha sido su primer partido en la NBA, así que está muy bien todo lo que ha hecho. Hemos tratado de ponerle en medio de nuestra zona, de convertirle en una especie de embudo y que se pusiera a taponar tiros. Y ha funcionado. Jugó 32 minutos, el que más del equipo. No va a hacer otra cosa que mejorar. Tenemos un par de amistosos más y vamos a seguir dándole oportunidades para que pueda aprender", valoró Malone.

Hace cinco años, en un reportaje del New York Times titulado Emergiendo a la sombra de un padre de siete pies, Bol Bol sentenció: "Quiero terminar lo que él no pudo hacer". Ha comenzado el viaje. La herencia del gigante emerge en la NBA. La leyenda sigue creciendo.

© Faustino Sáez / EL PAIS