Boca: el efecto Palermo y los tres focos de incendio que quiere apagar frente a River

Tevez y Paulo Díaz, durante el Superclásico del 14 de marzo de este año
Mauro Alfieri / LA NACION

Boca se juega mucho frente a River, el domingo próximo, en la Bombonera. Está el lógico y tangible pase a las semifinales de la Copa de la Liga, pero este superclásico también ofrece otro abanico de situaciones que el equipo xeneize debe poner sobre la mesa.

El primero es claro y más que evidente. Después de cinco eliminaciones consecutivas contra el equipo de Núñez, los de la Ribera piden a gritos que esa racha termine de una vez por todas. Que la rueda finalmente gire y vuelva a ponerlo en la vereda ganadora. Semifinales de la Copa Sudamericana 2014; octavos, final y semifinales de la Copa Libertadores (2015, 2018 y 2019), y Supercopa Argentina 2017 terminaron con alegría millonaria y fastidio azul y oro. Son, hasta el momento, seis años interminables para Boca. Y el partido de este fin de semana ofrece, una vez más, la posibilidad de ponerle freno a esa racha adversa.

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Al mismo tiempo, será la primera vez que Marcelo Gallardo, verdugo de Rodolfo Arruabarrena, Guillermo Barros Schelotto, Gustavo Alfaro y el ex presidente Daniel Angelici, enfrentará en un mano a mano definitorio al trinomio compuesto por Miguel Ángel Russo, Juan Román Riquelme y Jorge Ameal. Si todo sale bien, se dirá que el cambio de aire político en el club de la Ribera cambió la tendencia de los recientes traspiés frente al clásico rival y se recordará la Superliga 2019/2020 arrebatada sobre el final de la última fecha a los de Núñez. Si no, el huracán Gallardo también arrasará con esa idea, se colgará una nueva medalla y actualizará su lista de boquenses derrotados.

Russo mira atento, escoltado por Somoza y el resto de sus colaboradores
LA NACION/Mauro Alfieri


Russo mira atento, escoltado por Somoza y el resto de sus colaboradores (LA NACION/Mauro Alfieri/)

Desde lo futbolístico también aparece un foco más que importante. En esa montaña rusa en la que Boca transita su vida deportiva, tan capaz de golear 7 a 1 a Vélez como de perder 1 a 0 con Patronato, o de ganar cinco partidos seguidos y luego perder tres en fila, aparece una vez más River para evaluar su presente y condicionar su futuro. En épocas en las cuales el DT Russo dejó de ser un intocable para el Consejo de Fútbol liderado por Riquelme, una victoria sobre el millonario puede servir como un bálsamo de confianza para despejar nubarrones de otra crisis futbolística. Por el contrario, una derrota será muy difícil de digerir.

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Con un plus: las caídas ante Barcelona y Santos condicionan el futuro inmediato en la Libertadores, con lo que el resultado del domingo influirá directamente en el estado anímico de un equipo que ya viene golpeado (tres derrotas seguidas), carente de gol (lleva 375 minutos sin anotar) y, fundamentalmente, con una llamativa falta de rebeldía y de reacción ante la adversidad. Apenas cuatro días más tarde se jugará sus chances de avanzar a los octavos de final frente al conjunto ecuatoriano, al que en Guayaquil enfrentó con suplentes, salió a cuidar el 0 a 0 y se volvió con las manos vacías.

El fastidio de Villa, tras la derrota con Santos en Brasil que condicionó el futuro de Boca en la Libertadores
El fastidio de Villa, tras la derrota con Santos en Brasil que condicionó el futuro de Boca en la Libertadores


El fastidio de Villa, tras la derrota con Santos en Brasil que condicionó el futuro de Boca en la Libertadores

A eso se le suma otra determinación del cuerpo técnico que no cayó nada bien en las oficinas del predio de Ezeiza: ayer el plantel tuvo el día libre. En un contexto previo al superclásico creen que hubiera sido más adecuado intensificar el trabajo y focalizarse en el rival de toda la vida. No ocurrió.

De todas maneras, también es verdad que los superclásicos potencian a unos y otros. Así quedó expuesto en los dos encuentros que protagonizaron este año, en los cuales cada uno exhibió lo mejor de sí y ambos culminaron igualados. Será la primera gran vidriera de la tan mentada MVA, compuesta por Cristian Medina, Alan Varela y Agustín Almendra, tres chicos que supieron imprimirle frescura, actitud, dinámica y juego al medio campo azul y oro.

Por último, un dato que con cada temporada que pasa se convierte en una mochila más pesada: el 15 de mayo de 2011, Boca venció 2 a 0 a River. Un gol en contra de Juan Pablo Carrizo y un cabezazo bombeado de Martín Palermo desataron la fiesta en la Bombonera, que también disfrutó de las pinceladas de Juan Román Riquelme. Todo potenciado por el mal momento de los de Núñez, que después de aquello no pudieron reaccionar y terminaron con su histórico descenso a la B Nacional. Aquella fue la última vez que el xeneize pudo ganar y disfrutar a lo grande en un superclásico de local. El lunes se cumplirán 10 años…

Es cierto. Hubo otras dos victorias de Boca en Brandsen 805, aunque sin espacio para tanto regocijo. La primera se dio el 3 de mayo de 2015, por el campeonato de 30 equipos. Pero el agónico 2 a 0 (tantos de Cristian Pavón y Pablo Pérez, en los últimos seis minutos) quedó algo opacado porque el foco mayor de aquellos días estaba puesto en la serie de octavos de final de la Copa Libertadores, que finalmente clasificó a River por la descalificación de Boca, luego de la bochornosa noche del gas pimienta.

El caso más reciente se dio el 22 de octubre de 2019. Obligado a remontar el 0-2 en el Monumental, el equipo xeneize ganó 1 a 0, pero no le alcanzó para avanzar a la final de la Libertadores.

De los 10 superclásicos restantes que se disputaron en la Bombonera en esta década, 7 terminaron en empate y 3 en victorias millonarias.

Para la historia xeneize, y sobre todo la reciente, ganarle a River apenas tres partidos de los 13 disputados en la Bombonera en los últimos 10 años suena a demasiado poco. Es una deuda que este equipo tiene, aun cuando la gran mayoría de los actuales integrantes del plantel no hayan formado parte de los tropiezos anteriores.

Así está Boca en la actualidad, tratando de encontrar la fórmula para desactivar al exitoso River de Gallardo y viendo la manera de mentalizarse en que esta vez sí puede volver a sonreír frente al rival de siempre. Al mismo tiempo, sigue bien alerta a sus propios demonios. Esos que, en ocasiones, se convierten en su peor enemigo.