La noche del 10: Riquelme y su fútbol de autor, en la función de despedida que lo unió a Messi y a Maradona

Juan Román Riquelme, con la camiseta de Maradona
Juan Román Riquelme, con la camiseta de Maradona - Créditos: @Sebastián Domene

Dicen que el fútbol es, ante todo, el arte del engaño. El último domingo, los artistas compartían la Bombonera. Juan Román Riquelme, con sus 45 años y Leo Messi, de vacaciones. Pero el partido era lo que menos importaba. Al fin y al cabo, “el arte”, como dicen otros, “es la única mentira que nos dice la verdad”. Al escenario subió también la camiseta de Diego Maradona. Los tres grandes 10 juntos. Historia del fútbol. Historia del arte. Más allá de viejos egos o juegos políticos fue un momento sublime. Recordé el film El Cartero, cuando “Pablo Neruda” descubre que Massimo Troisi le roba sus versos. “La poesía”, justificó Troisi, “es del que la necesita”. La belleza del fútbol también.

Es cierto, Román no llegó a los niveles de Diego y Leo. Pero no debe ser casual que su arte, luego de la Argentina, haya encontrado reconocimiento unánime en Brasil, justamente el país que reinventó el número 10 con Pelé. Y que construyó nación luego del “Tri” de México 70. “Jogo Bonito” y “Futebol-Arte” (el periodista Alex Bellos contaba que Inglaterra, cuna del fútbol, recorre su historia a través de las grandes guerras y que Brasil, en cambio, lo hace a través de los mundiales). Bien, en ese Brasil (que hoy busca un DT italiano para su selección en crisis) miles de niños fueron llamados “Riquelme” a partir del año 2000. O “Rikelme”, “Rikelmo”, “Rikelmi” y “Rykelmo”. Como sea, fue puro homenaje a Román.

Si el “10″ es un puesto en extinción, Román podría ser entonces algo así como “el último poeta”. No solo porque el “10″ clásico dejó de existir (Leo siempre jugó a otra cosa). Sino porque Román representó como pocos un fútbol de autor. Lento, pero rápido. Dueño de su propio tiempo. Y dueño así del partido. Caño de espaldas o sin siquiera tocar la pelota. Esquivando patadas con el brazo o poniendo el culo. Con tranco largo o pelota bajo la suela. Resolviendo el momento, pero pensando los noventa minutos. Bombero y estratega. “En el arte”, dijo alguna vez Pablo Picasso, “no hay pasado ni futuro. Hay presente”. Y hay eternidad.

Podemos apreciar clásicos de la pintura o la música sin saber siquiera el nombre de su creador. Difícil, en cambio, que eso suceda en el fútbol. Si “arte es lo que hacen los artistas”, en el fútbol, esos artistas llevan número en su camiseta. Luego agregaron el nombre. Y la tele que certificó los milagros. Son artistas que juegan en equipo. Mejoran a sus compañeros. Pero son también solistas extraordinarios. Artistas individuales en un deporte que muchas veces describe a sus mejores equipos como una “máquina”, una “Naranja Mecánica” o “fútbol científico”. Ajedrez. Laboratorio. Ya casi sin lugar para ellos.

Lionel Messi y el abrazo con Juan Román Riquelme
Lionel Messi y el abrazo con Juan Román Riquelme - Créditos: @JAVIER GARCIA MARTINO

Román podría haberse dedicado solo a regalarnos belleza. Pero no. Su imagen icónica no es el caño a Yepes, el baile a Geremi de Real Madrid o las pisadas de la Libertadores en Brasil. La imagen es la del Topo Gigio. Un presentador del domingo exageró describiéndolo casi como un Che Guevara que baja de la Sierra Maestra listo para la revolución. Pero su estilo nunca fue el de Diego. Su único histrionismo en sus entrevistas (aisladas y muy elegidas) es el mate. “El tiempo es oro”, dice la TV. Pero él demora la respuesta. “Agarra su termo Stanley”, lo desenrosca, lo ajusta, ceba, mueve la bombilla, y “tarda media hora en llevarse el mate a la boca. Está pensando”, lo describió una vez el escritor Juan José Becerra.

El emblemático festejo a lo 'Topo Gigio' de Riquelme, que luego Messi tomó prestado
El emblemático festejo a lo 'Topo Gigio' de Riquelme, que luego Messi tomó prestado - Créditos: @captura

El domingo hizo lo mismo cuando mencionó a Maradona (su ídolo de pibe, y a quien enfrentó de grande porque Diego fue contra sus tiempos). Román esperó primero que la Bombonera coreara a Diego. Pidió, luego, que le sostuvieran el micrófono. Se sacó la camiseta. Esperó que le pasaran la 10 de Maradona. Se la puso. Y retomó la palabra. El homenaje terminó incluyendo no solo a Diego. Estuvieron también allí representados el Boca de Carlos Bianchi campeón de todo. La selección campeona de Qatar. Pekerman y su juvenil. Y Messi claro, que en 24 horas recibió un baño de fútbol “argento”. La Bombonera abusó reclamándole que se pusiera la camiseta de Boca. Ni siquiera se había puesto el sábado la de Newell’s.

Carlos Bianchi, ingresando a la Bombonera para el partido despedida de Juan Román Riquelme
Carlos Bianchi, ingresando a la Bombonera para el partido despedida de Juan Román Riquelme

Arte pragmático, el fútbol compite. Y precisa ganar. Sus artistas lo hacen usando su propio cuerpo como medio. Román ya no lo puede usar más. Y tampoco le sirve hoy el Topo Gigio, porque ahora él es la autoridad. Román-dirigente sumó cinco títulos, pero también cuatro técnicos en tres años, reflejo de que su Boca pocas veces jugó bien. Puede sumar estrellas, fútbol femenino y reserva incluidas (y en otros deportes también). Sin embargo, según algunos portales, el club parecería vivir en crisis eterna. Si el equipo no mejora, habrá pocas chances en la Libertadores. Es año electoral. Y quiere volver el macrismo, que ya gobernó 24 años, y tiene aparato político y mejor prensa. “Nunca fui ni voy a ser empleado de ellos”, desafió Román. El ídolo confronta. No le teme al conflicto inevitable. Su gente le cantó el domingo que “de Boca no se va”. Y él respondió que morirá “bostero”. Competitivo y soberbio, el artista sabe que el tiempo del ídolo va de la mano del resultado. Porque el fútbol puede ser arte. Pero vive del gol.