Nick Kyrgios contra "Nick Kyrgios" o cómo triunfar pisoteando tu leyenda

WASHINGTON, DC - AUGUST 07: Nick Kyrgios of Australia celebrates after defeating Yoshihito Nishioka of Japan in their Men's Singles Final match during Day 9 of the Citi Open at Rock Creek Tennis Center on August 7, 2022 in Washington, DC. (Photo by Patrick Smith/Getty Images)
Nick Kyrgios, campeón en el cuadro de individuales y el de dobles en el torneo de Washington (Photo by Patrick Smith/Getty Images)

Durante prácticamente toda su carrera, Nick Kyrgios se esforzó en ser único. Dio todo lo que tenía en su mano para conseguir que se hablara de él no ya como jugador de tenis sino como marca reconocible. Que todo el mundo supiera de qué estaba hablando cuando hablaba de Nick Kyrgios: del triunfo del talento frente al esfuerzo, de la negativa a dedicarle al tenis más tiempo del necesario, de la polémica y la queja constante como expresión del "outsider", del que nunca estará cómodo en ningún grupo y mucho menos en un grupo de elitistas cortados por un mismo patrón.

Eso fue Kyrgios casi desde su sorprendente victoria contra Nadal en Wimbledon 2014 hasta principios de este año. Un buen instagrammer. Un pésimo competidor. Un chico joven que no estaba dispuesto a renunciar a las noches, las fiestas, las chicas y los amigos a cambio de subir diez puestos en un ranking de millonarios. Kyrgios hizo de sus limitaciones -que eran y siguen siendo muchas- un motivo de orgullo y las disfrazó convirtiéndolas en otra cosa: una reivindicación, quizá. "No gano porque no quiero", "no gano porque no me merecéis", "no gano porque ganar es de horteras".

Y así pasaron los años y las trifulcas -tiene pendiente un juicio por malos tratos hacia su antigua pareja mientras presume de la nueva, Costeen Hatzi- hasta que, de repente, llegó una victoria que cambió su carrera y su vida: su primer Grand Slam, aunque fuera en dobles, junto a su amigo de adolescencia Thanasi Kokkinakis. Ahí, Kyrgios descubrió muchas cosas, pero la primera era que la victoria era adictiva. Que ganar un partido y luego otro, hasta cinco, seis o siete, es una sensación maravillosa. Y, aún más, que cuando ganas, se te permite todo. Que el público de Australia le adoraba incluso cuando lanzaba pelotazos a las gradas. Que la prensa le reía las mismas gracias por las que le saltaban al cuello poco antes.

En otras palabras, que ganar merecía la pena, y al fin y al cabo, las juergas ya se las había corrido, las noches ya las había consumido, las chicas ya las había disfrutado... ¿Por qué no intentarlo de la otra manera? ¿Por qué no luchar contra Nick Kyrgios, contra la leyenda "Nick Kyrgios", y buscar un par de años de éxito de verdad, del que pasa a los libros y a los recuerdos? ¿Por qué no tenerlo todo: la leyenda del indomable y el palmarés que merece su talento? Se puso a ello... y los resultados siguieron llegando.

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En la rueda de prensa de este domingo en Washington, después de ganar el trofeo en individuales y en dobles (junto a otro rebelde sin causa, Jack Sock), el finalista de Wimbledon repitió las palabras "entrenamiento" y "trabajo" en incontables ocasiones. A los 27 años, Kyrgios ha descubierto que lo que decían era cierto: que si entrenabas todos los días, si moderabas los excesos, si encontrabas algo parecido a la estabilidad, aunque sea una estabilidad difusa, de pasarte todo el partido hablando con tu palco entre saque y saque, se puede llegar muy lejos.

Uno podría imaginar que, llegado este momento, Kyrgios reivindicaría al hombre que fue, que presumiría de que él y solo él puede ir haciendo dobletes por el circuito sin esforzarse, que está por encima de todas esas cuestiones mundanas. Sin embargo, su éxito es en parte la derrota de su marca: trabajo, trabajo y trabajo. Como Stefanos Tsitsipas. Como cualquier otro, en definitiva. "Nick Kyrgios" ya no existe, pretende decirnos el australiano, olvidémonos todos de él y disfrutemos de Nick Kyrgios el ganador, el que mira el ranking y echa de menos los 1200 puntos de Wimbledon que le colocarían entre los quince mejores del mundo.

Por supuesto, como en la historia del escorpión y la tortuga, esto puede cambiar en cualquier momento. Básicamente, puede cambiar en cuanto no gane. Entrenar, trabajar, esforzarse... suenan bien si hay una recompensa detrás, pero no siempre la hay. Ahí entra el factor clave para todo deportista de élite: la resistencia mental, la capacidad de repetir sesiones y creer en un proyecto más allá de los resultados de las últimas tres semanas. Sortear las críticas de la prensa, los abucheos, las derechas erráticas, los saques que, sin saber por qué, se van siempre al otro lado de la línea...

Los campeones no son los que juegan siempre bien. Nadie juega siempre bien. Son los que no se desesperan cuando juegan mal y siguen creyendo en sí mismos. Queda la duda de en quién va a creer Nick Kyrgios cuando no le empuje la ola: ¿en el estajanovista o en el discotequero? El problema para el australiano es que siempre puede volver a las excusas. Son demasiados años cultivándolas. Mientras, queda esto: un jugador impecable, concentrado y resolutivo. Cuánto durará, sinceramente, lo desconocemos.

Vídeo | Kyrgios se proclama campeón en Washington tras derrotar a Nishioka

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