Netflix acierta desnudando la consecuencia de mantener un matrimonio sin amor sobre los hijos

“Lo que se aprende en la cuna, siempre dura”. Es el refrán que me venía constantemente a la mente mientras veía el nuevo éxito de Netflix. Hablo de La madre perfecta, una miniserie francoalemana que baña su trama dramática con sabor a thriller trepidante, siendo una de las apuestas más fugaces y adictivas que podemos encontrar entre los estrenos recientes de la plataforma.

Sin embargo, más allá de su tono detectivesco, misterio policial y la intensa relación familiar que conecta a todos sus protagonistas, la serie alberga una lección fundamental que refleja precisamente el refrán mencionado. Y es lo mucho que los padres y su manera de enfrentar la vida también se mama en casa.

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La madre perfecta se estrenó en la televisión belga en agosto de 2021 sin hacer mucho ruido internacional hasta que en abril de este año arrasó en el canal francés TF1. Hizo datos de escándalo con un promedio de share del 18,5% (21,4% el más alto) y una media de 3.6 millones de espectadores. Y ahora ha llegado a Netflix para repetir la hazaña. Y es que a juzgar por el ranking de lo más popular de la plataforma, los usuarios no han esperado para devorarla, como demuestra su posición cuatro en el Top10 de las series más populares del servicio en España.

La miniserie se basa en una novela de Nina Darnton que, según algunas críticas iniciales, se habría inspirado en el caso de Amanda Knox, pero desde la perspectiva de una madre cuestionándose si su hija pudiera ser capaz de asesinato. No obstante, las similitudes terminan ahí, dado que la trama que expone la serie es completamente diferente. La madre perfecta arranca con el arresto de Anya Berg (Eden Ducourant), una estudiante alemana afincada en París que se convierte en la principal sospechosa de la brutal y sangrienta muerte de un heredero millonario. Según la joven, el chico la drogó, la asaltó y violó después de irse con él a su casa tras una noche de fiesta, se escondió en el lavabo y se quedó dormida por el efecto de la droga. Pero en ese momento el joven habría muerto asesinado por su camello quien habría entrado a la vivienda sin saber que ella estaba allí. Al conocer la noticia, su madre Hélène (Julie Gayet) viaja enseguida a socorrerla, desde Berlín a París, solicitando la ayuda de un exnovio abogado que vive en la ciudad francesa. En casa se queda su marido cirujano e hijo adolescente en plena época de exámenes.

No obstante, hay algo que no nos cierra. El relato de Anya se antoja algo inconsistente y su actitud a la defensiva nos da a entender que esconde más de lo que cuenta. Pero su madre no puede evitar el instinto fraternal y le cree a toda costa, involucrándose en la investigación a espaldas de la policía hasta el punto de involucrarse en situaciones peligrosas con tal de demostrar la inocencia de su hija. Y así, entre investigaciones, datos contradictorios y nuevas revelaciones, vamos atando cabos junto a Hélène a lo largo de los cuatro episodios, siendo testigos de cómo esa misma madre comienza a cuestionar a su hija, dudar de ella y preguntarse si es culpable después de todo.

Cartel de La madre perfecta en inglés
Cartel de La madre perfecta en inglés

Sin embargo, más allá de la trama policial, la serie expone una faceta dramática y familiar que origina el mensaje principal en toda esta historia. Y es que durante la investigación, los padres prácticamente ni se comunican. Hélène no llama a su marido para compartir detalles que van descubriendo, ni le atiende el teléfono la mayoría de las veces; mientras ese hombre tampoco se desespera con la urgencia que haría un padre en su situación. La hija está en prisión y acusada de asesinato, y el hijo adolescente evidentemente esconde sus propios secretos que tampoco les cuenta.

Sin desvelarles el final de la trama, terminamos siendo testigos de dos hijos que mantienen secretos enormes a espaldas de sus padres como algo tan serio como es la violencia de género sufrida por Anya en una relación adolescente. Y lo esconden porque sus padres hacen lo mismo. Esos dos hijos viven presionados bajo las apariencias de la relación familiar perfecta que sus padres dibujan ante el mundo simplemente por nunca enfrentarse a la realidad: que la relación está rota. No se comunican con cariño entre ellos, ni se sinceran sobre sus propios sentimientos, mientras se refugian en sus propias tareas individuales: él en el trabajo, ella en liberar a su hija.

Mientras veía la serie me desesperaba ver cómo esos padres ni siquiera podían actuar unidos y formar un equipo ante algo tan terrible como la acusación de asesinato a una hija. Era evidente que esa relación estaba más fría que el Polo Norte y ni siquiera una tragedia como esta podía unirlos de nuevo. Es más, en ocasiones me daba la sensación de que Hélène utilizaba la distancia que ocasiona el arresto para tomarse su propio espacio, vivir sus emociones con un exnovio guaperas, pero sin enfrentarse a la realidad hasta que no le queda más remedio.

Y eso me llevo a la conclusión de que era inevitable que esos hijos aprendieran a hacer lo mismo: mantener las apariencias, sin sincerar sus penas ni tragedias, sino enmascarar la verdad forjando un escaparate ideal que complaciera a sus padres y el estilo de vida que estaban aprendiendo. Tal y como ese matrimonio vive su vida, sin enfrentarse a la muerte del amor, a la verdad de una relación rota y terminada.

Si tan solo esos padres pudieran verse al espejo y poner las cartas sobre las mesas, sin huir de una verdad tan tangible como es el fin del amor, entonces esos hijos probablemente se hubieran sentido más libres de contar sus tragedias, fracasos o emociones negativas.

Con esto no quiero decir que se trate de culpar a los padres de todo. Después de todo, esos hijos ya son adolescentes y adultos y pueden discernir entre el bien y el mal siendo responsables de sus actos, pero sí de aprender a reconocer aquello que puede transmitir una lección de vida equivocada. Sobre todo cuando eres padre. Porque tras el final de la historia, esos padres tienen un largo camino por recorrer para derribar esa concepción de que esconder la verdad y vivir bajo apariencias es la manera para seguir adelante.

En resumen, el hogar familiar suele ser nuestro centro de formación primario, ese que origina los primeros peldaños a cómo nos enfrentaremos al resto de nuestras vidas. Y en La madre perfecta queda demostrado que ser padres perfectos no existe, sino seres humanos con sus aciertos y fallos que aciertan mejor cuando son honestos consigo mismos.

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