La NBA da un golpe sobre la mesa: con las vacunas no se juega

LOS ANGELES, CA - OCTOBER 03: Kyrie Irving #11 of the Brooklyn Nets during a pre season game against the Los Angeles Lakers at Staples Center on October 3, 2021 in Los Angeles, California. NOTE TO USER: User expressly acknowledges and agrees that, by downloading and/or using this Photograph, user is consenting to the terms and conditions of the Getty Images License Agreement. (Photo by Kevork Djansezian/Getty Images)
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La NBA no es una liga al uso. En ninguna otra competición, sus figuras tienen tanta importancia, una importancia que les permite discutir prácticamente todo, incluso detener la competición por voluntad propia sin autorización previa alguna, como sucedió en la burbuja de Florida del año pasado tras el asesinato de George Floyd a manos (y pies) de la policía de Minneapolis. Las estrellas son el vínculo de unión con el aficionado, que a menudo no es de tal o cuál equipo sino de LeBron James o de James Harden o, en su momento, de Kobe Bryant, Michael Jordan y un largo etcétera.

No vamos a decir que la NBA sea una cooperativa, solo faltaría. Las franquicias tienen propietarios multimillonarios que son los que toman las decisiones finales y los que organizan todo... pero digamos que, aquí, el trabajador tiene más margen de libertad y lo sabe. Lo sabe tanto como para apurar debates sobre cuestiones básicas sin tener ni la autoridad ni los conocimientos suficientes, en ocasiones al contrario. Es lo que ha pasado, como todo el mundo sabrá ya, con las vacunas: la NBA como organización se ha propuesto el reto de alcanzar el 100% de vacunados para el comienzo de la liga... los jugadores -una minoría, eso sí- dudan. Y hasta ahora se les ha permitido.

El otro día, el propio Pedro Sánchez mencionaba en el Congreso la información aparecida en un muy polémico artículo publicado por la revista Rolling Stone al respecto. En dicho artículo, una fuente cercana a Kyrie Irving, campeón con los Cavaliers en 2016, apelaba a un supuesto plan contra la población negra para, mediante la vacuna, conectarles a un sistema informático controlado por Satán. Igual no hay que ir tan lejos. Igual hay gente que no está segura de los efectos secundarios de la vacuna o que por motivos religiosos opta por no ponérsela o, en resumen, cree que los beneficios son menores que los riesgos. Son seres humanos, cada uno de ellos es un mundo.

Ahora bien, la NBA necesita uniformidad. Necesita poder planificar su temporada y ajustar su espectáculo a las legislaciones de cada estado y cada condado. La NBA puede permitirse positivos y cuarentenas, como ha sucedido en las dos últimas temporadas, pero no puede permitirse mandar un mensaje equívoco y convertirse en un caos. Por ejemplo, el propio Kyrie Irving tendrá que vacunarse si quiere jugar en casa los partidos con los Brooklyn Nets porque así obliga a ello la legislación del estado de Nueva York. ¿Se va a quedar Brooklyn sin una de sus tres estrellas durante la mitad de los partidos por una decisión personal? Eso no se plantearía en ningún otro trabajo: si vacunarse es una condición, se cumple y punto.

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Lo de Kyrie Irving no sabemos cómo acabará porque hemos visto que las cabezas están regular. Ahora bien, ya sabemos el mensaje que la NBA ha mandado a la clase media-alta de la liga, para que se callen de una vez y dejen de perjudicar la imagen de la liga. El elegido para dar ejemplo ha sido Andrew Wiggins, alero de los Golden State Warriors, uno de los más señalados durante estas semanas de negociaciones. El caso de Wiggins roza el ridículo: empeñado en no vacunarse, por considerar que no hay información suficiente sobre sus efectos a largo plazo en gente joven, el alero llegó a pedir una "exención religiosa" a la liga. Cuando Adam Silver le preguntó cuál era exactamente esa religión que impedía vacunarse, Wiggins no supo qué contestar.

Malgastada esa bala desesperada, Wiggins quedaba en una posición muy compleja: o seguía en sus trece y se perdía todos los partidos de local con su equipo -San Francisco tiene la misma legislación para espectáculos en recintos cerrados que Nueva York- o se rendía y pasaba por la jeringuilla. De elegir lo primero, Wiggins perdería una enorme cantidad de dinero, para empezar, y es muy probable que los Warriors acabaran traspasándole a un equipo que aceptara perder al jugador en señalados partidos cuya importancia es imposible adelantar.

Lo razonable, pues, era elegir lo segundo, que es lo que ha hecho Wiggins. Y, después, salir a llorar a la prensa: "Es que me han obligado". Pues, claro, hijo. Te han obligado. Como te obligan a ponerte determinado uniforme con determinado número, como te obligan a estar en el entrenamiento a determinada hora. Trabajar en la NBA implica vacunarte. Siempre te queda la dignísima opción de dejar de jugar en la NBA y dedicarte a otra cosa. Wiggins ya lo sabe y es bueno que el mensaje cale. Que las grandes estrellas se planteen lo que les dé la gana pero que buena parte de ese 10-15% que queda por vacunar se deje de conspiraciones y arrime el hombro.

En un país donde la cantidad de afroamericanos afectados por la Covid-19 supera con mucho en porcentaje al resto de grupos sociales y razas, la NBA no puede permitirse jueguecitos. Aquí, no hay opción para negociar nada. O te vacunas o no juegas, ya lo dijo Kareem Abdul-Jabbar, una leyenda que destacó precisamente por ser un alma libre durante sus muchísimos años de carrera universitaria y profesional. Hay mucho en juego y cada día siguen muriendo en Estados Unidos unas dos mil personas. Los jugadores dieron en su momento un importante paso social adelante. La NBA no les dejará esta vez dar dos pasos atrás por capricho.

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