Nadal heroico: lesión, remontada y a semifinales de Wimbledon

El español Rafael Nadal logró hoy un triunfo épico sobre el estadounidense Taylor Fritz y se metió en semifinales de Wimbledon pese a que estuvo al borde del retiro en varias ocasiones del juego por dolores musculares que lo aquejaron desde el cierre del primer set.

Nadal se impuso con parciales de 3-6, 7-5, 3-6, 7-5 y 7-6 en un partido que se extendió durante más de cuatro horas, en el que incluso tuvo que ser atendido en el vestuario antes del comienzo del segundo set por molestias en la zona abdominal.

La Catedral de Wimbledon estalla, todo el mundo el pie. No puede ser de otra forma: bienvenidos a lo inverosímil. Sigue Rafael Nadal desafiando a toda convención y toda lógica, a ese chasis que le pide que levante la bandera blanca. Esta vez es el abdominal el que azota. Lo hace pronto, pero él se rebela y se rebela contra su desgracia. Así, lesionado, acorralado y con el agua al cuello, al límite, reduce a Taylor Fritz y ya piensa en el australiano Nick Kyrgios-

Al borde del abandono

En el descanso entre el tercero y el cuarto, el tenista de 36 años volvió a rozar el abandono y hasta su padre le pidió que lo hiciera desde la tribuna, pero Nadal nuevamente saltó a la cancha y se impuso con un notorio esfuerzo sobre su joven rival.

Su próximo adversario será el australiano Nick Kyrgios, quien alcanzó la primera semifinal de un torneo del Grand Slam de su carrera al eliminar por 6-4, 6-3 y 7-6 (7-5) al chileno Cristian Garín.

Las dos caras de la veteranía

"Vamos a esperar un poco…", le dice el español a la médica que lo atendió, mientras desde el palco siguen instándole a la renuncia ante la posibilidad de un daño a medio plazo. Ahí se queda. Ahí sigue. Erre que erre.

Clava la mirada en el suelo, le da vueltas al coco y está en trance durante diez interminables segundos; apoya la cabeza en el muro por la frustración. Pero no va a cambiar de opinión. Y no solo no vuelve la cara, sino que endurece el partido y fuerza al estadounidense con el cortado y las dejadas, a partir de esta veteranía de dos caras, tan dulce y tan amarga a la vez, en la que ha perdido un punto de chispa atlética y en la que su carrocería le pide clemencia día tras día, pero en la que ha incorporado otras fabulosas herramientas. Oficio y más oficio. Además de ser muy bueno, Nadal es más listo que el hambre.

Su catálogo tiene infinidad de soluciones, el mejor equipo de supervivencia. Se sostiene y aguanta a los vaivenes. No hay zarandeo que lo arrugue, no hay sopapo que le quite el color: de break a break en la cuarta manga, se mantiene en pie, aprieta los dientes, pelea, se agarra con ventosas al partido y lo dilata hasta el quinto set para júbilo de la vieja central de Londres, entregada ante la demostración. Otro ya estaría en la camilla, haciéndose pruebas y pidiendo el vuelo de vuelta. Él no. Frente a lo adverso, la inmensidad. Es Nadal, y solo hay uno. De una embestida a otra, primero el mallorquín y luego el de enfrente, se emplazan a resolverlo todo en el desempate, al cara o cruz. Y de ahí a la apoteosis: La Catedral se inclina ante el rey de lo increíble.