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Nacho Beristáin, el mítico entrenador que alcanzó la gloria sin perder su dignidad

Nacho Beristáin durante una pelea junto a Juan Manuel Márquez. (REUTERS/Steve Marcus)
Nacho Beristáin durante una pelea junto a Juan Manuel Márquez. (REUTERS/Steve Marcus)

6 de diciembre de 2008. Nacho Beristáin es testigo de una golpiza sin precedentes. Manny Pacquiao está brutalizando a Óscar de la Hoya. El gramaje y la altura favorables al Golden Boy sólo han hecho más impactante la barbarie. Toda teoría se fue a la basura apenas sonó la campana. Se acabó. Round ocho y ya no hay nada que hacer. Don Nacho lo sabe. Le busca la mirada a su pupilo y se lo dice: "Paramos la pelea. Es una decisión, Óscar. No tiene caso que arrastres tu prestigio aquí".

La sabiduría de Beristáin. Un ejemplo de tantos. Como cuando le dijo a Juan Manuel Márquez que aunque fuera millonario, no existía forma de comprar un cerebro nuevo —en alusión a las salvajes peleas que Dinamita tuvo en toda su carrera, especialmente al final—. La dignidad de los peleadores por delante de todo. Siempre. Sin condiciones. Y que nadie pretenda equiparar esa mentalidad protectora con una aversión al éxito. Ni lo intenten, porque no hay entrenador más exitoso en México que Beristáin: 24 campeones del mundo. El último, Rey Vargas, coronado hace tres semanas. Y seis medallistas olímpicos.

Batallas, dignidad y un éxito constante

Beristáin conoce todo del boxeo mexicano. La gloria y el fracaso; la abundancia y la carencia. Así se forjan los sabios. Y él lo es por partida doble: por el éxito que reluce en su historial y por su vívido ejemplo humano. Enfrentó a todos: a la unión de managers (toda una tiranía en el boxeo mexicano); a José Sulaimán, presidente del CMB por 39 años; a promotores mercenarios y ventajosos, santo y seña de este deporte. Jamás dio un paso para atrás. Si sus peleadores son elegantes y valientes, él lo ha sido en la esquina y en los escritorios. De eso se trata el boxeo mexicano: golpear con inteligencia.

Nada es fortuito. Gilberto Román, Daniel Zaragoza, los hermanos Márquez, Yessica Chávez, Humberto González, Ricardo López, Sonia Osorio. Algunos nombres en su listado de monarcas. En el boxeo, sin embargo, los números son el resultado final. Lo que importa es el camino. Y en esa ruta, Don Nacho ha construido una escuela. ¿Cuánto ha cambiado el deporte de alto rendimiento en 60 años? Porque ese es el tiempo que Beristáin lleva como entrenador. Avances, métodos innovadores, tecnología, ciencia, salud. Información hay mucha. Conocimiento, menos. Y don Nacho lo tiene. Lo ha construido y retroalimentado durante seis décadas.

"Mi único vicio es ver boxeo", dijo en entrevista con Un Round Más. Y es fácil creerlo. Hay mucha obsesión en él, en su trabajo, y en la impronta que acompaña a sus alumnos: estudiar al rival, practicar hasta enloquecer; como se dice en el ámbito: las peleas se ganan en el entrenamiento. Su magisterio tiene un lugar físico: el gimnasio Romanza en Iztacalco. Pero esa es una convención, un formalismo, porque la escuela de Beristáin tiene rasgos de intangible. Hay cosas que no se compran: la inteligencia, el honor, la dignidad. Ese es el sello Beristáin. Sí, que a veces se le va la lengua y es capaz de decir sin tapujos que a un boxeador "se lo van a madrear". Es él. Nunca ha querido quedar bien como nadie.

"En el boxeo se gana o se pierde, y no se vale llorar. Perder una pelea es una cruda moral, no hay nada como la victoria".Dijo don Nacho para Canal 11

Por eso le caía mal a José Sulaimán, soberano del CMB. Se negó a ayudarle con un equipo de boxeo amateur, pues tenía un trato de palabra con Luis Spota. Palabra, palabra, palabra. Ni dinero ni ayudas ni amistades influyentes. Si eso le costó zancadillas arteras en el pasado, hoy le ha valido el respeto de todos. Por ejemplo, de Julio César Chávez, que sólo peleó una vez con él, pero recibió múltiples apoyos de don Nacho cuando quería cortar el peso. Si hasta sus rivales más épicos lo veneran.

"Cuando tenía 14 años, yo quería ser peleador suyo", le confesó Manny Pacquiao después de padecer el brutal nocaut de Márquez, el alumno más global de Beristáin. Ni el dolor por la derrota más grande de su carrera evitó que Pacman reconociera su admiración por una leyenda. Ese es don Ignacio Beristáin. 83 años y una vigencia blindada contra la ignorancia. 24 campeones del mundo y contando. El maestro todavía tiene mucha cátedra que impartir.

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