Nápoles comienza a creer

Una figura de cartón de tamaño real de Khvicha Kvaratskhelia, que juega para el Nápoles, entre otras figuras del equipo en el barrio español de Nápoles, Italia, el 4 de marzo de 2023. (Roberto Salomone/The New York Times)
Una figura de cartón de tamaño real de Khvicha Kvaratskhelia, que juega para el Nápoles, entre otras figuras del equipo en el barrio español de Nápoles, Italia, el 4 de marzo de 2023. (Roberto Salomone/The New York Times)

NÁPOLES, Italia — La sala de vigilancia del Observatorio Vesubiano, el instituto de vulcanología más antiguo del mundo, está a apenas 1,6 kilómetros del Estadio Diego Armando Maradona: unos minutos a pie o una sola parada en la línea de tren desde la casa del club Nápoles. Sin embargo, está lo suficientemente lejos como para que el ruido del estadio no lo alcance.

Dentro del observatorio, un equipo de vulcanólogos, geólogos, físicos y químicos monitorea continuamente un banco de pantallas en el cual rastrean los tres centros volcánicos activos de la región: el propio Vesubio; la isla de Isquia, y la caldera en gran parte sumergida de los Campos Flégreos, frente a la costa.

Las pantallas muestran una capa continua de datos e imágenes en tiempo real de una sofisticada red de estaciones de medición, cámaras térmicas y sistemas de videovigilancia, información que es de vital importancia para Nápoles, una ciudad de 2 millones de habitantes. Los monitores nunca se utilizan para ver fútbol.

Sin embargo, la sala de vigilancia no necesita ver un partido ni escuchar el rugido de la multitud para saber, casi de inmediato, cuándo ha marcado el Nápoles. “No necesitamos mirar”, aseguró Francesca Bianco, directora del observatorio. “Los instrumentos nos lo dicen”.

No solo se trata de los partidos en casa. Los goles marcados a cientos de kilómetros también tienen un efecto notable. “Si decenas de miles de personas saltan para celebrar al mismo tiempo, lo vemos”, dijo Bianco. Por supuesto, sus colegas saben ignorar estos datos y Bianco no ha notado nada particularmente inusual en los últimos meses. Sismológicamente hablando, dijo, todos los goles se ven iguales.

La única diferencia, en realidad, es que han sido más frecuentes. Hay una explicación sencilla para eso. El Nápoles ha marcado más goles. Ha registrado más victorias. Ha tenido más motivos para celebrar. Dentro de la sala de vigilancia, los científicos se han dado cuenta. Al fin y al cabo, para eso sirven todos esos datos en las pantallas: para saber cuándo algo está a punto de explotar.

Tentando al destino

En su puesto afuera del estadio Maradona, Mariano jala otra bufanda azul cielo y apresuradamente, de manera brusca, se la arroja a un cliente. Está adornada con las palabras "Napoli Campioni". Grita el precio y estira la mano, impaciente, para tomar el billete.

Su trabajo es ajetreado y así ha sido ya durante algún tiempo. Esa fue una de sus últimas bufandas. Las pancartas decoradas con la bandera italiana y el número 3 también casi han desaparecido. Los fanáticos han engullido cualquier cosa que celebre el próximo título de liga del Nápoles, su primer campeonato italiano desde 1990 y solo el tercero en su historia. El hecho de que técnicamente el Nápoles aún no lo haya ganado parece ser irrelevante.

Pocos esperaban que la larga espera del club y de la ciudad para conseguir la gloria terminara este año. Después de todo, han pasado menos de 12 meses desde que un grupo de fanáticos robó el auto del entrenador Luciano Spalletti y prometió devolverlo solo si aceptaba renunciar al cargo. Durante el verano, el Nápoles perdió su columna vertebral de larga data —el defensor Kalidou Koulibaly, el creador de juego hecho con el equipo Lorenzo Insigne y el querido delantero Dries Mertens— en el mercado de transferencias. Todo apuntaba a que esta sería una temporada de transición.

En cambio, el Nápoles ha destruido a su competencia. Ha ocupado la cima de la Serie A durante gran parte del año, alargando su distancia mientras sus teóricos rivales se han ido quedando en el camino uno por uno. Hace unos meses, su ventaja había aumentado a 19 puntos, la mayor que jamás se había visto en la máxima categoría italiana.

En las últimas semanas, eso se ha reducido un poco. El Nápoles ha flaqueado un poco: fueron derrotados con fuerza por el A. C. Milán en la liga y luego eliminados por ellos en la Liga de Campeones. La Lazio, el último rival que le queda en la liga, ha recortado su ventaja a 14 puntos. Aun así, con solo ocho juegos por jugar, todos están de acuerdo en que es demasiado tarde para que el Nápoles caiga ahora.

Ya en enero, el entrenador de la Roma, José Mourinho, había felicitado al club (posiblemente de manera sarcástica) por ganar la liga. Stefano Pioli, homólogo de Mourinho en el A. C. Milán, declaró que el Nápoles ganaría el título de la liga después de ver cómo su equipo goleaba en Nápoles. “Solo tengo cosas buenas que decir sobre ellos”, dijo.

Incluso los integrantes del club no están preocupados por tentar al destino. Spalletti ha descrito a su equipo como el que ganará el título. Victor Osimhen, el delantero cuyos goles han resultado tan vitales para las ambiciones del Nápoles, ha dicho que no puede esperar a ver la magnitud de las celebraciones cuando el triunfo sea oficial.

Sin embargo, quizás lo más sorprendente es el hecho de que los fanáticos comparten esa confianza. Nápoles es una ciudad orgullosamente supersticiosa. Sus calles, sus edificios y su gente están impregnados de una genuina creencia y respeto por la “scaramanzia”: el poder de la superstición.

Sin embargo, en algún momento de esta temporada, los napolitanos parecen haber decidido colectivamente que todo eso era un montón de patrañas. No se sabe con certeza cuándo sucedió eso. “Fue hace unas semanas, a principios de marzo”, dijo Michela, otra vendedora en los alrededores del Maradona. (Al igual que Mariano, se negó a proporcionar su apellido). Daniele Bellini, más conocido como Decibel, el locutor del estadio del Nápoles, afirma que fue más atrás. “Todo cambió después de que vencimos a la Juventus 5-1 en enero”, dijo. “La magnitud de esa victoria no había sucedido desde 1990”. Eso, en su opinión, rompió el sello.

Sin tiempo que perder

En 1987, el año en que Diego Maradona llevó a cuestas al Nápoles a su primer campeonato, las celebraciones fueron tan frenéticas que en uno de los cementerios de la ciudad apareció un grafiti icónico. “No saben de lo que se han perdido”, decía. Nápoles ya ha esperado suficiente para recuperar ese espíritu. Esta vez, no quería que nadie muriera con la duda.

Nápoles no tiene tanto el aire de una ciudad esperando que comience una fiesta sino más el de un lugar que ya se ha bebido varios tragos. Los colores del Nápoles, azul cielo y blanco, han salpicado no solo Fuorigrotta, el barrio donde se encuentra el estadio, sino los callejones estrechos y sinuosos de los distritos antiguos que actúan como el corazón de Nápoles: los Quartieri Spagnoli (barrio español), el centro histórico, el rione Sanità.

En los edificios ruinosos, las banderas cuelgan de los balcones y bloquean las ventanas. Las camisetas ondean en los tendederos. Las vitrinas de las tiendas muestran maniquíes ataviados como jugadores del Nápoles, independientemente de lo que esté a la venta. En calles enteras, han brotado marquesinas de pancartas y banderines.

Hay escaleras pintadas para mostrar el “scudetto” que adorna las camisetas del campeón reinante de Italia. El número 3, en alusión al tercer título del equipo, es omnipresente. Nápoles ya no es una ciudad con un equipo de fútbol. Es un equipo de fútbol con una ciudad adjunta.

Las decoraciones se han convertido en una atracción en sí mismas. Un café en el barrio español ha instalado figuras de cartón de tamaño real de los jugadores del equipo, dispuestos sobre los adoquines en la formación táctica que asumirían en el campo. Un domingo por la mañana del mes pasado el lugar recibió a tantas personas (fanáticos, lugareños, turistas) que fueron a tomarse selfis con ellos, que el café se quedó sin café. El propietario dijo que habían vendido alrededor de 3000 tazas de café expreso para la hora del almuerzo.

“Hay miles de visitantes cada semana”, afirmó Renato Quaglia, director de FOQUS, una organización que trabaja para mejorar la educación y las oportunidades dentro del barrio español, que sigue siendo uno de los vecindarios más desfavorecidos de la ciudad. “Es una nueva forma de turismo”.

Ahora, con el Nápoles al borde de la gloria, la cantidad de gente se ha incrementado aún más. En las calles del barrio español, se siente como si la victoria inminente tuviera el potencial de cambiar la ciudad. El auge turístico ha llevado al surgimiento de una economía improvisada, algo no oficial: vendedores ambulantes y operadores de puestos que venden lo que se les ocurre, siempre y cuando tenga el azul y blanco del Nápoles.

Quaglia no lo ve así. “Esta es una burbuja especulativa, un fenómeno a explotar en el momento”, afirmó. Como todos los auges, teme, está respaldado por una fragilidad inherente. Quaglia espera que pueda haber algún impacto duradero: que algunos de los nuevos negocios sobrevivan y algunos turistas más incluyan a la ciudad en sus itinerarios cuando hagan sus propias peregrinaciones. Pero eso no es lo mismo que un cambio sólido, duradero y efectivo. Una vez que termine la avalancha inicial de júbilo, una vez que se gane el campeonato y la fiesta termine, franjas enteras de esta nueva economía desaparecerán.

“Ganar la liga es un momento invaluable después de 33 años”, dijo. “Pero también es la ilusión de la redención de una ciudad”.

Ciudades enteras no cambian, no de la noche a la mañana, y en particular no las que se han mantenido durante miles de años. Puede que Nápoles no se sienta como un lugar supersticioso, no cuando el tipo de victoria que hará temblar la tierra está tan cerca, pero esa cautela está ahí, presente, justo debajo de la superficie.

c.2023 The New York Times Company