El museo que recuerda a las víctimas y sobrevivientes de la “tragedia de los Andes”, el accidente aéreo de 1972

El Museo de los Andes, ubicado en Uruguay (Foto Leonardo Mainé)
El Museo de los Andes, ubicado en Uruguay (Foto Leonardo Mainé)

Hierros fundidos, ladrillos artesanales, rocas de los restos de la muralla colonial de Montevideo y, sobre todo, historias, recuerdos, pedazos de avión: un edificio construido en la segunda mitad del siglo XIX alberga lo que hoy es el primer y único museo en memoria del accidente aéreo en la Cordillera de los Andes en 1972.

Sobrevivieron a un accidente de avión y a 72 días en la montaña

Todo empezó en 2013. O quizá en 2010. O, por qué no, cuando Jörg Thomsen -director y creador del Museo Andes 1972- tenía nueve años y experimentó la incertidumbre que luego, años después, repitieron las 45 familias de los uruguayos. El padrino de Thomsen falleció en un accidente de avión en 1965 cuando viajaba de Chile hacia Uruguay. Los rumores hicieron que la espera por la fatal noticia fuera interminable: que salió, que no salió, que estaban camino a Montevideo.

Uno de los objetos en exposición  (Foto: Leonardo Mainé)
Uno de los objetos en exposición (Foto: Leonardo Mainé)

Aprendió que “estadísticamente nadie sale vivo de los Andes”. En su caso, cuenta, “fueron dos bolsas de arpilleras las que volvieron”. Y, quizá, que 16 personas hayan vuelto de ese mismo lugar fue el motivador principal para, años después, crear un museo. En su interior estaba naciendo una idea que, luego, fue alimentándose de diversas circunstancias que atravesaron su vida. Y es que Thomsen, curador y creador, explica que no hay una sola respuesta al porqué de este memorial.

Sí, pudo haber tenido que ver la muerte de su padrino y la esposa. Pero también sus constantes viajes al exterior: “Me preguntaban dónde quedaba Uruguay, qué era ese país. Vi que necesitábamos diferenciarnos, posicionarnos”.

Dos hechos más terminaron de convencerlo. Uno fue en 2000, cuando un submarino ruso, el K-141 Kursk, se hundió y el gobierno anunció que los 118 tripulantes habían fallecido. Poco después encontraron los cuerpos y una nota en el bolsillo de un teniente. Allí explicaba que 23 marinos habían logrado sobrevivir a las explosiones.

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“Yo tenía 16 años y no hice ninguna manifestación, no ofrecí mi ayuda, simplemente acepté la realidad”. Él, como tantos otros, bajó los brazos y los dejaron de buscar. Otro suceso ocurrió en 2010, cuando viajó a la Cordillera de los Andes con algunos de los sobrevivientes del accidente de 1972. “Después de haber estado ahí me obligué a hacerlo”. Le costó caminar, respirar, estar. “Yo estaba mentalizado para ir a ese lugar, preparado eventualmente para lo que sucediera y aun así tuvimos sorpresas. Ellos no tuvieron esa ventaja”.

Finalmente, y tras varios intentos, el museo se hizo realidad. Antes de su expedición final para crearlo, hubo varias expediciones fallidas sin tanta concurrencia. “Uruguayos tenían que ser”, fue una exposición del accidente de los Andes que Thomsen realizó en varios espacios: en 2012 en el Tajamar de Carrasco, en 2013 en el entonces Conrad de Punta del Este y, luego, ese mismo año en el Latu. Pero su creador quería algo más, deseaba crear “un elemento de Justicia” y contar toda la historia del accidente. Meses después, dos días antes del 41° aniversario, lo logró. El 11 de octubre de 2013 el museo abrió sus puertas en Rincón 619, Ciudad Vieja.

Foto en el museo de los Andes (Foto: Leonardo Mainé)
Foto en el museo de los Andes (Foto: Leonardo Mainé)

Los que no volvieron

En 1887, el edificio ubicado en Montevideo fue adquirido por Manuel Bastos, de Portugal. Pasó a manos de su hijo, de su nieta y continúa en manos de la misma familia desde entonces. Siete generaciones continuaron el legado de esta casa antigua hasta llegar a Jörg Thomsen, quien hoy en día es el curador del Museo Andes 1972.

Esta edificación fue el lugar donde Thomsen creó el “equilibrio entre los sobrevivientes y los familiares de los que no regresaron”. Cuenta, además, que “a veces la tentación te lleva sin querer más al otro lado -al de los que volvieron-, porque es más fácil”, pero siempre intentó equilibrar “sanamente” la balanza y consiguió que esta propuesta funcionara como “un bálsamo, un atenuador de una situación en la que había distanciamiento”.

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”Solo muere el que es olvidado”, relata Thomsen mientras muestra el sector del museo en memoria de las 29 personas que iban a bordo del Fairchild 571 y que fallecieron en la Cordillera de los Andes. Allí se pueden encontrar algunas de las pertenencias con las que habían viajado los jóvenes uruguayos: reloj, cadenita, carnet de fútbol. “Pasamos a ser la voz de esa gente. Hay madres que nos dieron la billetera que su hijo llevaba en ese momento y me dijeron ‘en 45 años sos el primero que pregunta por mi hijo’“.

En este museo, cuyo 98% de los visitantes son extranjeros, también hay espacio para homenajear a los que regresaron. Están las indumentarias que usaron durante los días en la montaña, los lentes que crearon, el dispositivo para descongelar nieve, así como también uno de los zapatitos rojos que había comprado la familia Parrado en Mendoza y la factura original de la compra.

Con el paso de los días en la montaña, ese par de zapatos se convirtió en un símbolo de compromiso. Cuando realizaban expediciones, uno de los zapatitos iba con ellos y el otro quedaba en el fuselaje: “Era el compromiso de volver para los que se iban. Y de no olvidar para los que se quedaban”. Quienes concurren pueden encontrar información del contexto político y social de Uruguay y del mundo, así como también una línea de tiempo, las cartas que los jóvenes uruguayos les escribieron a sus familias y la cobertura periodística del hecho.

En este edificio de Ciudad Vieja hay un lugar especial para el arriero Sergio Catalán, que encontró a Fernando Parrado y a Roberto Canessa en la montaña. Además de una estatua, el subsuelo lleva su nombre.

Fernando Parrado y Roberto Canessa con el arriero chileno Sergio Catalán el 21 de diciembre de 1972
Fernando Parrado y Roberto Canessa con el arriero chileno Sergio Catalán el 21 de diciembre de 1972 - Créditos: @Archivo El Pais

“Él hizo todo lo que nosotros no hicimos. Una persona, en el medio de la nada, se encontró con dos hombres, dejó su trabajo por ocho horas y llevó el mensaje a la policía chilena. Todo eso desencadenó en el rescate”.

La propuesta del museo permite conocer todas las aristas de esta historia. Transitar con tranquilidad y ver cada suceso de esta tragedia, hazaña, proeza o, incluso para muchos, milagro. Cada objeto, cada imagen, cada carta está ubicada de forma estratégica y, es por este motivo, que el salón del arriero se ubica en el subsuelo. “Catalán es el héroe indiscutible para los 16 sobrevivientes. Pero, en cierta forma, para los familiares de los que no regresaron representa la confirmación de la muerte de sus seres queridos. Entonces tenemos que ser respetuosos”.

*Por Valentina Caredio