Mundial Qatar 2022: Aïssa Laidouni , el “chico malo” de los suburbios parisinos que soñaba con jugar para Argelia

Aïssa Laïdouni, jugador estrella de la selección de Túnez; aquí, ante Brasil
Aïssa Laïdouni, jugador estrella de la selección de Túnez; aquí, ante Brasil - Créditos: @Jean Catuffe

En 2005, el distrito de Montfermeil, situado en la banlieue (suburbios) parisina, ocupó inesperadamente un lugar destacado en los diarios del mundo. La muerte de dos adolescentes que escapaban de la policía encendió allí una protesta violenta y generalizada que tuvo en vilo al país durante varios días. Los jóvenes que habitan esas áreas, en su mayoría hijos de inmigrantes africanos, ya sea del norte o el sur del Sahara, expresaban así su queja por los niveles de marginalidad y olvido que les dispensa el Estado a quienes residen más allá de los neones de la Ciudad Luz.

Aïssa Laidouni, hijo de padre argelino y madre tunecina, era todavía muy chico para participar en los disturbios pero de alguna manera los vivió en directo. Tenía entonces ocho años y mucho antes que la conciencia social estaba su amor por la pelota y la pasión por jugar con sus amigos en la calle o el parque más cercano. Sin embargo, los resabios de la lucha de sus vecinos se fijó en cada una de sus células y le transmitió un espíritu combativo que ya no lo abandonaría más.

Aïssa Laïdouni jugador de Túnez
Aïssa Laïdouni jugador de Túnez - Créditos: @Kiyoshi Ota

“Cuando uno mira su carrera se da cuenta que refleja bastante bien su personalidad. Es alguien que piensa y avanza paso a paso. Puede tardar más que otros, pero cuando le dan confianza aprovecha la ocasión para crecer un poco más, y cada vez está más cerca del máximo nivel”. Belgacem Louhichi conoce mejor que nadie a quien después de años de peregrinaje por clubes sin caché se dispone a liderar a Túnez en Qatar 2022. Nació y vivió en el mismo barrio que Laidouni, comenzaron juntos en el Montfermeil FC y juntos se sumaron a las divisiones menores del Angers, donde ninguno de los dos logró triunfar.

En efecto, nadie podría calificar de fácil la trayectoria del volante central que recién en marzo de 2021 decidió representar a la selección tunecina, a la que en principio había rechazado un año antes porque esperaba que lo llamase Djamel Belmadi, el director técnico de Argelia.

Ese cambio de parecer fue el último reciclaje que debió realizar Laidouni para alcanzar el punto de despegue que le vaticinan sus ex entrenadores y compañeros. El primero, ya lejos en el tiempo, fue definir su posición dentro del campo. Marcador central, lateral o incluso arquero cuando intentaba hacerse un hueco en el equipo de su barrio, el traslado a la mitad de la cancha durante su etapa en el conjunto sub19 del Angers modificó sus perspectivas. “Creo que en ese momento, en los partidos de práctica contra el primer equipo, empezó todo”, dice Louhichi.

Sin embargo, no consiguió jugar más de un partido en la Ligue 1 y tuvo que marcharse cedido para ir puliendo sus virtudes. Lo hizo en sus dos pasos siguientes -Les Herbiers y Chambly-, modestos clubes de la dura tercera división francesa. Frédéric Reculeau, su entrenador en el primero de ellos explica bien la progresión del actual futbolista del Ferencvaros de Hungría: “Laidouni tiene un juego instintivo basado en la creatividad y la temeridad que le permite acelerar y eludir adversarios en carrera para generar peligro en ataque. A partir de ese punto de partido empezamos a trabajar con él para transmitirle una mayor comprensión del juego. Le brindábamos libertad para que expresara su potencial pero al mismo tiempo le dimos un marco que no podía sobrepasar”.

El resultado de ese aprendizaje comenzó a hacerse evidente en 2018, cuando el FC Voluntari de Rumania le ofreció la oportunidad de salir de Francia. Le alcanzó una temporada para hacerse notar. En julio de 2019 Laidouni estuvo a punto de pasar al Steaua de Bucarest, cuyo presidente, Gigi Becali, acusó al representante de pedir unas condiciones exageradas para que su pupilo firmara el acuerdo: “Quería un contrato de 3 años, una ficha anual que iba de los 13.000 a los 19.000 euros más una bonificación de 1.000 euros por cada gol y asistencia. Me hizo reír. Ahora tendrá que quedarse en el Voluntari y pelear por no irse al descenso”, sentenció. Se habrá arrepentido apenas un año más tarde, en agosto de 2020, cuando el Ferencvaros pagó 600.000 euros por llevárselo a Budapest.

El “chico duro” de la banlieue parisina sacó su mayoría de edad a orillas del Danubio. Ya sea desde su posición de volante central o doble cinco con permiso para soltarse en ofensiva, Laidouni conquistó a los hinchas y a la prensa magiar. Fue elegido mejor jugador del campeonato en la temporada 20/21 y siguió progresando en la actual.

El “chico duro” de la banlieue parisina sacó su mayoría de edad a orillas del Danubio. Ya sea desde su posición de volante central o doble cinco con permiso para soltarse en ofensiva, Laidouni conquistó a los hinchas y a la prensa magiar. Fue elegido mejor jugador del campeonato en la temporada 20/21 y siguió progresando en la actual.

Inteligente para elegir cuándo tocar en corto para reagrupar el equipo o en largo para romper líneas, oportuno para sorprender trasladando con su tranco largo y la cabeza siempre levantada, vivo para despegarse de la marca y hacer valer su 1,83 metros en el área contraria y con vocación de líder, era sencillo adivinar que alguien iba a llamar a su puerta para ofrecerle la internacionalidad. No fue Argelia, como él deseaba sino Túnez, pero su figura ya se ganó un sitio en el fútbol africano.

Con 19 meses, 24 partidos y 1 gol después de su debut con las Águilas de Cartago, Aïssa Laidouni ya es el indiscutido termómetro del juego tunecino y el Mundial aparece en su horizonte como el desafío idóneo para seguir llamando la atención y, quién sabe, darse el gusto de regresar a Francia por la puerta grande.