México en Francia 98, la selección que jugaba con orgullo y sentía la camiseta

México dio una gran exhibición en el Mundial del 98. (Getty Images)
México dio una gran exhibición en el Mundial del 98. (Getty Images)

El tiempo debió quedarse detenido para siempre el 29 de junio de 1998. Luis Hernández, el ídolo de toda una generación, tuvo en sus pies un boleto a la eternidad. México le ganaba 1-0 a Alemania en el Mundial de Francia y el Matador podía sellar el pase al Quinto Partido. La lógica ya había quedado en el estante unos minutos antes. El Tri perforó el arco teutón a los 47 para poner un pie en los anhelados Cuartos de Final, esa instancia maldita que ha fungido como muro de contención para millones de fieles aficionados mexicanos.

Hasta ese momento, todo había sido conmovedor. México llegó a ese Mundial con la autoestima por los suelos. El entrenador nacional, Manuel Lapuente, de un estilo opaco en el césped pero gratificante en las vitrinas, dispuso que todos los jugadores seleccionables para viajar a suelo galo se concentraran por tres meses. En teoría, ese tiempo de preparación serviría para que el equipo afinara detalles rumbo a la gran cita. Nada de eso: México fue un desastre en la gira de preparación. Las dudas invadieron el ambiente tanto en juego como en resultados (llegaron a perder 5-2 con Noruega).

Cuando todo parecía destinado al fracaso sin retorno, la Selección Mexicana echó a andar esa maquinaria que mezcla magia, orgullo y sinsentido a partes iguales. En su primer partido, la oncena de Lapuente puso tierra por medio y dejó claro que ningún rival advenedizo se le pondría al tú por tú: se impusieron 3-1 a Corea del Sur con un recordado doblete de Luis Hernández.

En el segundo partido, México se midió con Bélgica en una reyerta que podía definir el boleto a la siguiente ronda. Los aztecas intercambiaron golpes con la poderosa escuadra europea. Un memorable gol de Cuauhtémoc Blanco rescató el empate en un drama que tuvo al tricolor abajo por 2-0. Estaban blindados contra la adversidad y ya se la empezaban a creer.

El último duelo del grupo emparejó al Tri con Países Bajos, ese camaleónico equipo al que siempre conviene tratar con respeto. Y eso quedó muy claro durante el primer tiempo, cuando los neerlandeses se fueron adelante en el partido por 2-0. México vino de atrás y con goles enredadizos de Peláez y Matador (este en los segundos finales) firmó un invicto en la fase grupal que tantos horrores auguraba en la previa.

Tras el agónico y emotivo pase a Octavos, el ánimo tricolor ya era completamente distinto al mostrado unos días antes. Todo el país estaba ilusionado con ese equipo que había navegado sin rumbo hasta arribar a Francia y dar muestra de que lo inesperado siempre es una opción cuando se trata de México. El rival era un gigante de todas las épocas: Alemania.

Para sorpresa del mundo, México dominó a los alemanes durante casi todo el partido. Era una síntesis perfecta de lo que ese equipo había sido: sorpresas y comportamientos inesperados. Ahí donde la derrota parecía inevitable, esos jugadores con el calendario azteca en el pecho tenían una reserva de orgullo a prueba de penurias. La calidad de Cuauhtémoc Blanco, el vértigo del Cabrito Arellano y la contundencia del Matador. García Aspe y su gobierno en el mediocampo y la defensa vigilada por Claudio Suárez, Salvador Carmona y el infaltable Jorge Campos.

Ese equipo mezcló lo mejor de la generación de 1994, que también se quedó a un paso del Quinto Partido, con los nuevos valores que explotaron en los cuatro años posteriores. Y el resultado alcanzó su cénit en la cancha de Montpellier. Un futbol coral y dinámico sacó de sus casillas a las frías torres alemanas. Era un baile. El Tri lo ganaba con gol de Hernández a pase de Blanco. Minutos después, una galopada de Arellano culminó con Matador frente al arco para hacer eso, su especialidad, matar al rival. No pudo hacerlo. El zurdazo apenas alcanzó a llegar a los guantes del portero Koepke.

A los gigantes no se les perdona. Klinsmann y Bierhoff mataron la ilusión azteca en diez minutos. El sueño fue hermoso mientras duró.

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