Marcelo Gallardo: el orgullo eterno, el dolor del adiós y el indescifrable impacto del día después

Leonardo Ponzio recibe la Copa Libertadores junto a Gallardo, en Madrid
El momento sublime de Gallardo en River: ganando la Copa Libertadores, ante Boca, en Madrid

Debe haber sido la pregunta que más veces se hicieron los hinchas de River en los últimos tres años. Porque mezclado entre éxitos (muchos) y caídas (varias, algunas más dolorosas que otras), la idiosincrasia argentina nos lleva a no pensar demasiado a largo plazo. Y sin ser Alex Ferguson, el hombre eterno del Manchester United inglés, Marcelo Gallardo era (es) una materia extraña en el enfermizo fútbol argentino. Por su arraigo con el club, por su mirada futbolística-dirigencial-empresaria que lo pone en una estatura diferente, por la forma como transformó una simpatía del aficionado por el Muñeco jugador en un amor inquebrantable de esos mismos seguidores, por el respeto que generó en sus planteles y por cómo sus mismos jugadores asimilaron el mensaje (los mensajes) hasta hacerlo propio.

El día tan temido llegó. Todos se dieron cuenta apenas el técnico más ganador de la historia del club empezó a hablar en una conferencia de prensa convocada cuando hacía unas semanas que no hablaba. Conmovido. Rodeado por los principales dirigentes y por el hombre que pensó en él hace 8 años para reemplazar nada menos que a Ramón Díaz, otro intocable del club: Enzo Francescoli. “Es el fin de mi contrato y ya no seguiré en el club en diciembre”, fue la frase. La que más le costó pronunciar.

“Fue una historia hermosísima”, describió Gallardo. Lo fue, realmente. Porque lo tomó apenas tres años después de la pérdida de categoría, aprovechó el último impulso que le dio Ramón Díaz y a partir de ahí construyó un período glorioso. Posicionó a River internacionalmente, lo cual era casi un karma institucional. Revalorizó las inferiores. Ideó el predio de Ezeiza. Ganó títulos por doquier, incluidos los más difíciles. Provocó un respeto en los rivales y hasta en los que no lo enfrentaron, pero supieron ver su trabajo, como el mismísimo Pep Guardiola. Y muchos más. Hasta llevó a los dirigentes a pensar en cómo remodelar el Monumental hasta llegar a lo que es hoy. La revolución Gallardo también provocó una revolución en la gente, que colmó la cancha en cada partido, en cada provincia que tocó. Y las visitantes, cuando el fútbol argentino lo permitió en medio de su endeblez y capacidad organizativa, a nivel AFA y gubernamental.

Gallardo acostumbró a la gente, propios seguidores y ajenos, a reconocer un estilo de manejo, una forma de encarar los objetivos. Pocas voces disonantes hubo durante su gestión de más de ocho años, un tiempo más que suficiente para que un conductor genere odios y enconos. Los tuvo, seguramente, pero supo tratarlos. Y aun los que se fueron mal del club, tiempo después lo saludaron respetuosamente cada vez que se lo cruzaron en la cancha. Evidentemente algo generó con su estilo.

Asoman las sentencias. “Se tendría que haber ido después de Madrid, con toda la gloria de ganarle el partido de la vida a Boca”, fue una. “Debería haber bajado la cortina después de Flamengo”, se escuchaba tras esa otra final de 2019 de Copa Libertadores que perdió increíblemente en los últimos minutos por no haber renunciado a su esencia y desprotegerse. “¿Cómo no se va a ir con una buena propuesta de Europa? Se va a arrepentir”, se especulaba. “Se va D’Donofrio, se va Gallardo”, vaticinaban los sabihondos. Son sólo algunos de los casos. Pero Gallardo siempre siguió.

Siguió por sus desafíos personales. Por sus preferencias. Porque siempre estuvo más que bien pago en un país estallado en su economía desde que se tenga memoria. Porque a pesar de que refunfuñaba y se fastidiaba con la precariedad de la organización del fútbol encabezada por Claudio Chiqui Tapia, River fue, es y será parte de su vida. Porque el afecto de la gente en la calle, en cada encuentro, le torció algún pensamiento ambivalente en tiempos de decisiones importantes. Porque es muy familiero y le tocó ser padre a los 43 de Benjamín, su cuarto hijo, una causa más que valedera como para seguir cerca de los suyos.

El Muñeco se transformó en Napoleón. Tal fue su suceso en River que enseguida surgió la tentación de compararlo con Carlos Bianchi, un inmortal del fútbol argentino. Y sin desconocer los méritos de cada uno, son incomparables, como Diego Maradona y Lionel Messi. Porque además de todo lo que ganó con Boca, incluidas las 3 Intercontinentales (el título esquivo para Gallardo), el Virrey lo hizo también con Vélez, un club de menor envergadura que los más trascendentes y convocantes del fútbol argentino. Pero el juego de las comparaciones antojadizas no es culpa de Gallardo. En todo caso, su propio fenómeno lo elevó a un pedestal al que sólo acceden los elegidos. Aunque un pedestal con escalones diferenciales. Lo que no empaña ni resta la gloria individual, que en este caso es grande.

Al margen de este año vacío de títulos, Gallardo creo un sello propio y llevó a River a lo máximo
Al margen de este año vacío de títulos, Gallardo creo un sello propio y llevó a River a lo máximo - Créditos: @Esteban Felix

Justamente Bianchi es una buena medida para imaginar lo que será el día después. Pasó en Boca, que tiene archivados los tiempos de gloria internacional. Empezó desde hoy mismo en River, cuando Gallardo dijo lo que nadie en River quería escuchar. Incluso los que en los últimos meses empezaron a cuestionarle al entrenador algunas decisiones futbolísticas. La era post Gallardo será, sin dudas, uno de los desafíos más complejos que deberá afrontar el club, su dirigencia, los conductores y los jugadores. Todos. La vara quedó arriba y los recuerdos también.

Las últimas expresiones de Gallardo en los partidos podían llevar a la presunción de que lo que acaba de suceder, iba a pasar inexorablemente. Quizá no como síntoma de no poder encontrarle la vuelta al equipo en una temporada irregular como ninguna bajo su mando, sino como gesto propio de estar sintiendo en la piel que se estaba despidiendo. Por eso, quizá, tampoco hablaba. Sólo lo sabe él. Pero algo se advertía desde afuera, algo que estaba diferente a otras veces.

Habló de “una pausa”. También de “paz interior”. Habrá que ver su reacción los meses posteriores cuando le falte River en su día a día, si es que no toma un compromiso profesional en otros territorios en los próximos meses como nuevo desafío en su carrera, todavía joven y por explorar. Mientras, se prepara para su partido de despedida en el Monumental, ese que se cansó de llenar para partidos y celebraciones. No sabe si imaginarlo con alegría por todo lo que hizo en ocho años o con una profunda tristeza por dejar algo que lo moviliza. Aunque si como dicen sus jugadores “Gallardo te anticipa en la semana lo que va a pasar en el partido”, seguro que lo tiene más que claro.

El momento en que anuncia su despedida de River