Marc Gasol entendió a tiempo que no hay nada como ser héroe en casa

SAITAMA, JAPAN - AUGUST 03: Marc Gasol #13 of Team Spain looks on in disappointment following Spain's loss to the United States in a Men's Basketball Quarterfinal game on day eleven of the Tokyo 2020 Olympic Games at Saitama Super Arena on August 03, 2021 in Saitama, Japan. (Photo by Gregory Shamus/Getty Images)
Marc Gasol, en su último partido con la selección española, ante Estados Unidos en los Juegos Olímpicos de Tokio. (Photo by Gregory Shamus/Getty Images)

La historia de la llegada de Marc Gasol a la élite es de lo más rocambolesca. Marc era el quinto pívot del Barcelona allá por 2006, una promesa de 21 años estigmatizada por su peso, cuando Pepu Hernández le llamó para darle un poco de vida a los entrenamientos de preparación para el Mundial de Japón. En un principio, Marc no solo no estaba entre los cuatro pívots seleccionados -Felipe Reyes, Fran Vázquez, Pau Gasol y Jorge Garbajosa- sino que ni siquiera contaba entre los dos suplentes -Jordi Trías y Edu Hernández Sonseca-. Sin embargo, cuando Vázquez se lesionó, y ante las molestias de Felipe en la espalda, fue el que se quedó con el puesto.

Pensar por aquel entonces en Marc Gasol como jugador de la NBA era una fantasía. Ni hablamos de la posibilidad de que ganara un anillo, fuera All-Star o se llevara el premio a mejor defensor del año. Gasol no fue nadie en el baloncesto profesional europeo hasta ese Mundial en el que "secó" a Sofoklis Schortsianitis en la final y no empezó a plantearse su futuro NBA hasta que no deslumbró al mundo en Girona, aquel Akasvayu de los Gregor Fucka, Victor Sada, Fernando San Emeterio y tantos otros.

El Marc Gasol de los años 2006-2008 era un pívot imparable. Un hombre capaz de coquetear con los 20 puntos y 10 rebotes de media por partido. Girona se volcó con el jugador y festejó con un punto de melancolía cuando se fue a los Memphis Grizzlies, como se había ido su hermano siete años antes. Desde entonces, lo dicho: medallas de todo tipo con la selección española, un segundo Mundial, un anillo de campeón con los Toronto Raptors y aquella icónica foto del All Star de 2015 en la que luchaba con su hermano Pau por la primera posesión del partido.

Lo curioso es que la decadencia de Marc llegara tan rápido como su apogeo. En septiembre de 2019, acababa de ser campeón de la NBA y campeón del mundo. Era uno de los jugadores más respetados del mundo, tanto que LeBron James le llamó en el verano de 2020 para completar la plantilla que habría de defender el anillo ganado en plena pandemia. Sin embargo, Marc ya no estaba ahí. Había pasado solo un año, pero el mediano de los Gasol era un hombre fundido, agotado, que había cumplido ya todos los objetivos de su carrera y solo pedía descanso.

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Su temporada en los Lakers fue un desastre. Los Juegos Olímpicos de Tokio no le fueron mucho mejor. A los 36 años, Marc tenía que elegir: seguir buscando un contrato mínimo en la NBA -lo encontraría, porque en la NBA los ejecutivos siempre se rinden más tarde que los propios jugadores-, grabarse en pachangas como había hecho su hermano Pau durante el año anterior... o asumir que había llegado el momento de dar y no de pedir, de devolver en vez de seguir recibiendo. Propietario del C.B.Girona -no exactamente el mismo club que acogió Akasvayu en su momento, sino una refundación- junto a su hermano, decidió marcharse a jugar ahí. No para ponerse en forma, no para buscar el salto a ningún lado. Solo para hacer feliz a su gente y hacerse feliz a sí mismo.

En vez de pelearse con algo que ya no era posible, Marc Gasol decidió ser el héroe en su casa. Poder vivir tranquilamente y entrenar sin presión alguna a Girona para luego jugar los partidos de fin de semana de la LEB. Nadie esperaba nada de él. A nivel local, su propia presencia era una fiesta. A nivel de la liga, un atractivo para que todos los demás equipos llenaran sus arcas con su visita. A nivel de presión externa, esta no existía. La LEB es una competición que solo conoce el que la juega, prácticamente imposible de seguir, perdida en el sumidero mediático de la Federación Española de Baloncesto.

Tal vez por su formación estadounidense -Marc fue al instituto en Memphis, recordemos-, Gasol sintió que tenía que devolver algo a la comunidad y se puso manos a la obra. Girona le había dado la oportunidad de dar el salto y ahora tocaba ayudar a Girona a subir a la primera categoría por primera vez en muchos años, casi desde su marcha a Estados Unidos. Muchos vieron en la decisión de Marc una rendición cuando simplemente era un cambio de objetivos, un cambio de valores: la búsqueda de la felicidad en lo más pequeño en vez de lo más grande. De Holywood a la Costa Brava. En cualquier caso, nadie daba demasiadas oportunidades de ascenso a un equipo de mitad de tabla que había empezado el año con muy malos resultados.

Y, sin embargo, meses después de su llegada y gracias también a una excelente política de fichajes, el Girona culminó su proeza. Y la culminó en casa, en una Final Four hecha a su imagen y semejanza, con pequeño tembleque en las piernas en el último cuarto incluido. Lo hizo además frente al Movistar Estudiantes, en principio el equipo más poderoso de la categoría que se pregunta ahora -como tantos otros antes- qué demonios hacer para salir de ahí. Lo dicho, Marc podría estar promediando 4 puntos y 3 rebotes con algún equipo de playoff de la NBA y nadie se estaría enterando. Prefirió el baño de masas de los suyos y le salió bien. El último escalón de una carrera prodigiosa.

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