Mafia, una promesa sin cumplir y un burdel: los últimos días de “Ringo” Bonavena antes caer en una trampa y ser asesinado

Ringo Bonavena sonreía al subirse a un cuadrilátero de boxeo
Ringo Bonavena sonreía al subirse a un cuadrilátero de boxeo

Óscar Natalio Bonavena, más conocido por el clamor popular como “Ringo”, fue asesinado el 22 de mayo de 1976. En una de sus tantas visitas al burdel Mustang Ranch, ubicado en la ciudad estadounidense de Reno, en Nevada, recibió un disparo en el tórax que resultó ser el campanazo final.

Sus últimos rounds distaron de aquel boxeador que deslumbró a todo un estadio Luna Park –por aquel entonces la meca del boxeo- en su pelea contra Gregorio Peralta (campeón argentino de los pesos pesados) y que batió el récord de audiencia de la época al enfrentarse con el mítico Muhammad Ali con 79.3 puntos de rating: marca que sería superada, años más tarde, con la semifinal de la Copa del Mundo de 1990 entre la Argentina e Italia.

Pocos meses antes de su muerte, en noviembre de 1975, “Ringo” dio su último combate en el país. Fue ante Raúl Gorosito, quien llevaba una implacable etapa amateur con 102 victorias consecutivas y a quien el oriundo de Parque de Los Patricios consideraba un colega y amigo. Finalmente, las tarjetas dieron por ganador a Bonavena, que gozó del aliento de su público.

Tras ese combate, Joe Montano, un puertorriqueño radicado en Nueva York que tenía una amplia cartera de boxeadores bajo su tutela, tuvo una charla con él y logró convencerlo de que firmara un contrato de representatividad. Se cree que uno de los motivos que lo ayudó a inclinar la balanza para aceptar fue una promesa de revancha contra Alí.

Ringo sacaba a relucir su carácter desafiante contra Muhammad Alí, uno de los boxeadores más reconocidos mundialmente
Ringo sacaba a relucir su carácter desafiante contra Muhammad Alí, uno de los boxeadores más reconocidos mundialmente


Ringo sacaba a relucir su carácter desafiante contra Muhammad Alí, uno de los boxeadores más reconocidos mundialmente

Pero todo resultó un engaño. Montano le transfirió el acuerdo contractual con Bonavena a Joe Conforte, un siciliano de 57 años que pasó de ser taxista a adentrarse en el mundo de la prostitución en Nevada y que estaba casado con Sally Burgess, doce años mayor que él. Una vez en Reno, la pareja decidió administrar y explotar el Mustang Ranch. Lo hicieron con el aval del capo mafia de Lou Bonanno, cuya organización se dedicaba al juego y la prostitución.

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Bajo aquel contrato de exclusividad, el boxeador argentino disputó una sola pelea: fue ante Billy Joiner el 27 de febrero de 1976, a quien le ganó por puntos, sin ninguna intención de hacerlo por knock out, a pesar de la amplia superioridad que tenía con su contrincante.

Por aquel entonces, Bonavena y su amigo, Julio Morales, quien lo acompañó desde Buenos Aires, se instalaron en un camping a cuatro kilómetros del cabaret, y allí compraron un tráiler por 12 mil dólares. La cercanía con el burdel lo convirtió en un habitué del lugar, aunque este no era un ambiente propicio para aquel “Ringo” que había arribado a los Estados Unidos con una meta clara, volver a enfrentar a Alí, algo que nunca ocurrió.

La suma de promesas incumplidas lo fueron desgastando, y sus combates lejos estaban de ser los del Luna Park, donde su figura resplandecía ante un público que cada vez era más exigente. Aquella vez, en esa única pelea, del otro lado de unas cuerdas improvisadas que delimitaban el cuadrante de combate, las personas que asistieron revoleaban pedazos de comida al cuadrilátero, en una clara ofensa para su profesión.

Joe Conforte y su pareja, Sally, le tendieron una trampa mortal a Ringo
Joe Conforte y su pareja, Sally, le tendieron una trampa mortal a Ringo


Joe Conforte y su pareja, Sally, le tendieron una trampa mortal a Ringo

Bonavena amenazó a sus patrocinadores con romper el contrato, pero Sally lo calmó, le regaló una suma importante de dólares y le allanó el camino para que pudiera convertirse en residente definitivo de Estados Unidos. Para ello, debió “casarse” con una chica apodada Daisy, de 24 años: una suerte de puesta en escena para obtener los papeles de residencia.

Sin embargo, para ese entonces, sus días en el harén ya estaban contados: Joe Conforte le había ordenado a sus guardaespaldas Ross Brymer y John Coletti que desapareciera de inmediato de su vista porque el argentino se había empezado a entrometer en temas relacionados al negocio del burdel.

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Un aviso de que la situación no tenía retorno fue cuando “Ringo” volvió a su tráiler, en el que convivía con su amigo, y encontró toda su documentación y pertenencias personales incendiadas. De pocas pulgas, tomó el ataque como una mojada de oreja y a este boxeador, que se ganó la vida a los tumbos, le provocó un ataque de ira.

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Ya sin Julio, su confidente, quien decidió hacerse a un lado, Bonavena quedó solo y aturdido. El 22 de mayo, debía abordar un vuelo desde Los Ángeles a Buenos Aires y así ponerle fin a esta estadía en Estados Unidos, que había comenzado con una ilusión, pero que había resultado una pesadilla. Sin embargo, antes de ir al aeropuerto, y tras un llamado provocativo de la mafia, el boxeador abordó su auto Chevrolet Coupe. El destino era el Mustang Ranch, y su intención: arreglar cuentas pendientes con los pendencieros que le tendieron una trampa.

"Dolor de Pueblo", un registro de la época del fallecimiento de Ringo Bonavena
"Dolor de Pueblo", un registro de la época del fallecimiento de Ringo Bonavena


"Dolor de Pueblo", un registro de la época del fallecimiento de Ringo Bonavena

Al arribar al lugar, una reja le impidió el acceso. Del otro lado, los guardaespaldas de Conforte le sugirieron que se vaya. Ante la prohibición, el deseo fue aún mayor. No hubo segundo aviso. Con su escopeta Remington 30-08, William Ross Brymer le propinó un disparo certero desde una torre y una de las balas le atravesó el corazón.

A sus 33 años, “Ringo” murió en completa soledad y, con este triste hecho, el corazón del boxeo nacional dejó de latir por unas horas. Su funeral, en el Luna Park, fue acompañado por 100 mil personas angustiadas, quienes dejaron de lado la grieta de “ídolo” o “no ídolo” y recordaron aquellas veladas en las que el país posaba sus ojos en una persona que fue un ejemplo para muchos argentinos.