La despedida de Lydia Valentín no puede ser por la puerta de atrás

Spanish weightlifter Lydia Valentin poses with her London 2012 Olympic Games gold medal during a ceremony held at the Spanish Olympic Committee's headquarters in Madrid, Spain. Valentin, who was fourth in the -75kg weightlifting final during the London 2012 Olympics, has received the London 2012 Olympics gold medal old medal seven years later after the disqualification of the three first placed because of doping (Photo by Oscar Gonzalez/NurPhoto via Getty Images)
Photo by Oscar Gonzalez/NurPhoto via Getty Images

Lydia Valentín no solo tiene la fuerza y el talento. Además, tiene el carisma. Ahora es fácil echar la vista atrás y hablar de sus tres medallas olímpicas, incluyendo el oro en Río de Janeiro, pero no siempre esas medallas estuvieron ahí. Al menos dos de ellas tardaron años en llegar y requirieron de varias descalificaciones en un deporte manchado siempre por la sospecha del dopaje, especialmente entre los países de la antigua Unión Soviética. Valentín era carismática y querida cuando era quinta o sexta. Primero, porque la halterofilia -y más en mujeres- nos resultaba una excentricidad y, segundo, porque Lydia se hacía querer con su simpatía, sus corazoncitos y su sonrisa eterna en la boca.

El problema es que en este ciclo olímpico, la sonrisa se ha torcido. Desde aquella gastroenteritis que le impidió participar en el Europeo de abril, que servía de clasificación para los Juegos, todo ha ido yendo a peor. Valentín se vio obligada a inscribirse en una categoría que no era la suya: todos sus éxitos se han producido en la categoría de hasta 75 kilos. Como mucho, había participado en hasta 81, y de repente, se ha encontrado con que la única opción realista era presentarse en hasta 87, lo que supone un trastorno físico y mental tremendo.

A todo esto, hay que sumarle una lesión en la cadera que, ni le ha dejado entrenar en condiciones ni le ha dejado competir a un mínimo nivel de competitividad. No es normal que una ex campeona del mundo y ex campeona olímpica acabe décima en una competición en la que solo participan trece atletas. La imagen es impropia de una de las mejores deportistas de la historia del olimpismo español y su reacción, culpando inmediatamente a la Federación Internacional de Halterofilia, da idea de la rabia y la impotencia que siente, lo que no debería ocultar el hecho de que las lesiones le pueden asaltar a cualquiera y el ejemplo de Orlando Ortega ahí está, demasiado reciente.

En cualquier caso, Lydia Valentín no puede dejarlo aquí. A sus 36 años, es cierto que aguantar otro ciclo olímpico se puede hacer largo, pero la buena noticia es que se trata de un ciclo de solo tres años y que, con solo evitar la mala suerte, podrá competir en su categoría y prepararse correctamente. Lo de Tokio ha sido una astracanada, una sucesión de errores y calamidades que han acabado con una de las estandartes de la delegación española compitiendo por la mañana en el grupo de las peores y teniendo que marcharse por no aguantar los dolores.

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Esta no puede ser la última imagen de Lydia Valentín bajo ningún concepto. Si llega a París 2024, de entrada, tendrá serias posibilidades de ser la abanderada. Poca gente se me ocurre que pueda estar en la delegación con cinco Juegos Olímpicos a sus espaldas y tres medallas olímpicas. Necesitamos ver a Lydia feliz y no a esta Lydia desesperada, necesitamos ver cómo sus manos forman de nuevo un corazón acompañado de un movimiento casi infantil y una sonrisa de oreja a oreja.

Valentín es el triunfo de lo improbable, la chica de Ponferrada que trabaja y trabaja para ser la mejor en una modalidad desconocida, que consigue limpiar, al menos en España, la imagen de un deporte podrido por los escándalos y bajo la intensa vigilancia del COI, que no ha ocultado su deseo de eliminar la disciplina de los Juegos y que, de entrada, ya ha reducido de siete a cinco las categorías para la siguiente edición. Lydia es el equivalente de Fernando Alonso en la Fórmula Uno, de Carlos Sainz en los rallys o de Severiano Ballesteros en el golf. Pioneros. En los últimos años, solo la figura de Carolina Marín se le puede igualar en cuanto a importancia a la hora de descubrir al gran público un deporte mayoritariamente desconocido.

Y lo mismo que Carolina Marín se ha topado con las lesiones, pero la esperamos en París, con Valentín nos pasa lo mismo. Compañeras incluso en la desgracia, aún contamos con ellas para un último baile por todo lo alto, igual que esperamos a Orlando Ortega o a Jon Rahm o a todos los que se han ido cayendo a última hora por distintas desgracias. La puerta de atrás no es lugar de salida para grandes campeones, y Lydia está en esa categoría por mérito propio desde hace muchísimos años.

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