Leyendas, vampiros y luchadores: radiografía de la literatura y el cine de terror en México

Una mujer que llora por sus hijos y busca venganza, un luchador que pelea contra mujeres vampiro o una estatua de piedra que acecha a una familia son elementos de algunas historias que forman parte de la literatura y el cine de terror en México.

Ya lo dijo H. P. Lovecraft, uno de los escritores más representativos del terror a nivel internacional, en su ensayo El horror sobrenatural en la literatura (1927):

“La emoción más antigua y más intensa de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más intenso es el miedo a lo desconocido”.

Para Edna Campos, creadora y directora del Festival Macabro -el primer festival de cine de terror en México-, este género representa “una oportunidad de superar mis propios miedos; es la oportunidad de hacer como una terapia de choque”.

Y en México, como en otras regiones del mundo, también hacemos catarsis a través del miedo.

“Aunque el género maneja mucho el blanco y el negro, el bien y el mal, tenemos que asumir que somos una mezcla de todo eso y lo que va en medio de esos extremos”, dice Campos, quien destaca la necesidad de explorar el lado oscuro de la humanidad, sin negarlo.

En nuestro país -como en otros-, el camino del género de terror comienza en los relatos orales como mitos y leyendas, pasa a la tradición escrita y, por último, llega a la pantalla grande.

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De las leyendas a los cuentos: los inicios del género de terror en México

Rafael Olea Franco –profesor e investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México–, se ha encargado de rastrear cómo la leyenda se transformó en relato fantástico, lo que representa uno de los primeros acercamientos al género del terror en México.

Con base en los estudios de Olea Franco, el escritor Miguel Antonio Lupián Soto explica a Animal MX que uno de los primeros ejemplos de cuentos fantásticos con tintes de horror en México es Lanchitas (1878), de José María Roa Bárcenas, basado en una leyenda urbana de espectros, donde varios hechos sobrenaturales transforman al protagonista, un cura.

Lupián Soto le sabe. Es escritor, editor, tallerista de cine y creación literaria de terror y fantástica, y cofundador de la revista Penumbria, especializada en literatura fantástica y de terror.

Otro ejemplo de cuento fantástico con tintes de horror, comparte Lupián Soto, es El donador de almas (1889) de Amado Nervo, que, a grandes rasgos, cuenta la historia de un médico que recibe el alma de una joven como regalo.

“En México no se tiene la misma idea del terror –como producto literario y cinematográfico– como en Estados Unidos, donde es muy cerrado y tiene sus propias leyes, reglas y temas. En México hay hibridaciones con lo fantástico y a veces con la ciencia ficción”, explica Antonio Lupián.

Las cuatro brujas mexicanas

Para Lupián Soto, cuatro mujeres han marcado la literatura de terror en México y él mismo las nombra como “las cuatro brujas mexicanas”: Amparo Dávila, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo y Adela Fernández, quienes, con maestría, trataron temas como la muerte, la locura, el peligro y la traición, con tintes fantásticos y de terror.

Un ejemplo es el cuento más famoso de Amparo Dávila, “El huésped”, que forma parte de su primer libro de relatos Tiempo destrozado, publicado en 1959.

El cofundador de Penumbria explica que las obras de Dávila, Dueñas y Arredondo han sido rescatadas y promovidas por el Fondo de Cultura Económica, no así las de Adela Fernández, la menos popular y solo reconocida por ser la hija de Emilio “El Indio” Fernández, aunque su obra es “sumamente deliciosa”, pues mezcla muchas leyendas y folklore con lo fantástico y lo terrorífico.

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“No fui la única en sufrir con su presencia. Todos los de la casa —mis niños, la mujer que me ayudaba en los quehaceres, su hijito— sentíamos pavor de él. Sólo mi marido gozaba teniéndolo allí”.
Fragmento de “El huésped”, de Amparo Dávila.

¿Dónde está parada hoy la literatura de terror mexicana?

Resulta difícil de creer que aunque amemos el género, muchas personas no reconozcan a escritores y escritoras actuales que se dediquen al terror en nuestro país.

Antonio Lupián explica que puede ser porque el terror está mezclado con otros géneros como la ciencia ficción, la fantasía o lo policíaco, por mencionar algunos.

Otra razón, explica Lupián Soto, es porque la literatura de terror continúa “escondida” en la escena independiente y los y las escritoras se sienten cómodas en las penumbras:

“(En lo independiente) hay muchas libertades; de hecho la literatura más propositiva viene de ahí, porque no hay presión de ventas ni de temas, se respeta mucho la propuesta del autor”, explica.

Sin embargo, no niega que hace falta que las grandes editoriales se abran más a escritores o escritoras de este nicho.

Algunos escritores y escritoras de la escena moderna de literatura de terror mexicana son Bernardo Esquinca, Mauricio Molina, Bibiana Camacho, Cecilia Eudave, Adriana Díaz Enciso, Lola Ancira, Iliana Vargas, Efraín Blanco, Ernesto Robles.

Del papel a la pantalla: la historia del cine de terror en México

Tal y como sucede con la literatura, Saúl Rosas Rodríguez -autor del libro El cine de horror en México (2003)menciona que el cine de terror tiene sus propias reglas, elementos y temáticas que lo caracterizan, pero el camino de este género en México no es tan simple de rastrear debido a que siempre se le ha tratado como un subgénero.

Sin embargo, por supuesto que existen obras emblemáticas.

La primera película de terror mexicana

Edna Campos, directora y fundadora del Festival Macabro, explica a Animal MX que expertos y expertas consideran La Llorona (1933), de Ramón Peón, como la primera película mexicana de terror.

“Aunque hay algunos cortos del cine mudo, como uno de Don Juan Tenorio (que cuenta con la presencia de fantasmas), es hasta Ramón Peón cuando se ven más claros los elementos del terror”, detalla Campos.

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La leyenda de La llorona fue la primera película de terror en México. Esta es la historia de una mujer que ahoga a sus hijos después de un episodio de celos y se arrepiente tanto que llora todas las noches por lo que hizo.

En la década de los 30 surge la primera gran época de este género en nuestro país, ya que siguieron cintas como Dos monjes (1934) de Juan Bustillo Oro o El fantasma del convento (1934) de Fernando de Fuentes, un par de obras con una evidente influencia del expresionismo alemán a nivel estético.

Estas producciones, dice Edna Campos, sentaron las bases de lo que vendría después en el cine de terror en México.

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La influencia de los monstruos de Universal

Hollywood siempre ha influido en la manera de hacer cine en México, incluso el de terror. En los 30, Universal impulsó a Drácula, Frankenstein y demás criaturas clásicas que no tardamos en recrear en nuestro país.

Aunque hay ejemplos risibles, hay otros que valen la pena rescatar y ver. El más emblemático es El Vampiro (1957) de Fernando Méndez, con Germán Robles como el Conde Karlo de Lavud/Duval.

“Es considerada una de las mejores adaptaciones de Drácula en el cine”, cuenta Edna Campos sobre este clásico. Además, señala que lo más notable es cómo supieron adaptar el ambiente inglés de la obra a la vida del campo y en una hacienda en México, por todo lo que representa a nivel social y económico.

De parodias y burlas

Durante los 50 y 60, después del éxito de las películas de Universal, México siguió con la presencia de esos personajes en su versión mexicana y, aunque eran iconos del terror, se les comenzó a utilizar en comedias y parodias.

Cantinflas, Capulina, Tin Tan, Manuel “El Loco” Valdés, Resortes, Clavillazo, entre otros cómicos, tienen al menos una película dentro de su carrera fílmica donde se enfrentan a este tipo de seres.

Algunas de las más recordadas son: Muertos de miedo (1957), El castillo de los monstruos (1957), La casa del terror (1959), Frankenstein, el vampiro y compañía (1961), Échenme a los vampiros (1961) y Los fantasmas burlones (1964).

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El cine de luchadores

Casi al mismo tiempo surgió otro híbrido entre el cine de terror mexicano y el cine de luchadores, el cual, aunque es odiado por algunas personas por “soso”, otras más lo consideran hasta de culto.

Estas producciones se expandieron hasta los 60 y 70, y como lo explica Silvana Flores en su texto El cine de terror en México: entre monstruos, leyendas ancestrales y luchadores populares, este género unido a la ciencia ficción, el terror y lo fantástico se convirtió en una herramienta para combatir el descenso industrial del cine mexicano, el cual que venía saliendo de su Época de Oro.

Además, hay que recordar también que el cine comenzó a tener una lucha con la televisión, la cual estaba marcando otro tipo de gustos y hábitos en la audiencia mexicana. Saúl Rosas Rodríguez explica que la gente ya estaba cansada de las comedias rancheras, los melodramas y el cine de rumberas.

Edna Campos dice que los ejemplos más significativos dentro del cine de luchadores con tintes de terror están Santo vs las mujeres vampiro (1962), de Alfonso Corona Blake; y Santo y Blue Demon vs los monstruos (1970) de Gilberto Martínez Solares, aunque la lista de este tipo de películas es inmensa.

Una nueva era para el cine de terror en México

La directora de Macabro está consciente de que quizá el cine de luchadores no era de gran calidad, pero esa época fue la más fuerte en cuanto a cantidad de películas de terror producidas en México.

Afortunadamente, desde finales de los 60 e inicios de los 70 comenzamos a ver otro tipo de historias en el género que hasta fueron consideradas como algo atrevido.

En 1967 se estrenó una de esas grandes obras: Hasta el viento tiene miedo, de Carlos Enrique Taboada. A pesar de que Taboada ya llevaba años trabajando como guionista, fue a finales de los 60 cuando se estrenó como director.

Hasta el viento tiene miedo, protagonizada por Marga López y Maricruz Olivier, fue su segunda película como director y pieza clave en el cine de terror en México.

La trama es sencilla, pues se trata de un grupo de chicas en un internado que son acechadas por un fantasma. Campos explica que la audiencia conecta con los personajes y la atmósfera llena de suspenso, que atrapa a cualquiera.

Desde ahí, Taboada iniciaría su camino en este género seguido por El libro de piedra (1968), Más negro que la noche (1975), Veneno para las hadas (1984), por mencionar algunas.

En 1968 surgió otro proyecto no tan conocido, pero considerado una pieza clave en el cine de terror en México por muchos especialistas, entre ellos, Saúl Rosas Rodríguez.

Se trata del cortometraje La puerta, dirigido por el español Luis Alcoriza y realizado en México.

La trama sucede en una fiesta en casa de una pareja de clase alta. Los invitados se percatan de la presencia de una puerta que al abrirla da hacia un pasillo oscuro con una luz blanca al final. Ahí, un hombre desnudo camina lentamente hacia la puerta.

Aquí no hay fantasmas, extraterrestres, ni monstruos que infundan horror, sino que el miedo proviene de la mente humana: ¿quién es ese hombre y qué hace ahí? ¿Está atrapado o por qué quiere salir? ¿Cuáles son sus intenciones?

Otra obra emblemática de los 70 es Alucarda (1975), de Juan López Moctezuma y protagonizada por Tina Romero, que cuenta con temas bastante polémicos para la época: satanismo, posesiones, lesbianismo, exorcismo, entre otros.

Edna Campos considera que esta es de las mejores épocas del cine de terror en México, pues fue cuando se desarrollaron más producciones de corte autoral que salían de la norma establecida.

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¿Qué pasa con el cine de terror mexicano contemporáneo?

La historia del cine en nuestro país también quedó marcada por la aparición del “Nuevo Cine Mexicano” hacia la década de los 90. Edna Campos explica que esta etiqueta se utilizó para definir a aquellas películas que se produjeron con la intención de recuperar el mercado del cine.

La directora de Macabro recuerda que la industria cinematográfica en México había “muerto” un poco con el cine de ficheras, la llegada del videohome y la invasión masiva del cine de Hollywood en las salas mexicanas.

Y algo curioso: la etiqueta de “Nuevo Cine Mexicano” jamás consideró al terror –a excepción de Cronos (1992), de Guillermo del Toro–, pues el género no entraba en el tipo de realismo que manejaban historias como El callejón de los milagros (1994), Cilantro y perejil (1996), Amores Perros (2000) o Y tu mamá también (2001).

Hoy, 20 años después de esa época, Edna Campos considera que el cine de terror mexicano está en muy buen momento, pues los creadores y creadoras se han abierto a un amplio abanico de hibridaciones con otros géneros.

“Están interesados en contar historias del país donde plantean problemas sociales a través del género; por otro lado también plantean cuestiones sobre el terror dentro de la familia. También se recuperan las leyendas tanto urbanas, rurales o de la colonia, y se hablan sobre historias propias de una región”, comenta la directora de Macabro.

Es así que tenemos historias como Vuelven (2017), donde Issa López se encarga de criticar, a través de una fábula, las consecuencias del narcotráfico y la guerra contra este problema desde la perspectiva de niñas y niños que son afectados por este.

Otro caso interesante es el de Somos lo que hay (2010) de Jorge Michel Grau, donde seguimos a una familia que vive del canibalismo. Por cierto, en 2013 se realizó un remake de esta película en Estados Unidos.

Y hay más cineastas cuyo trabajo vale la pena: Lex Ortega, quien “está muy comprometido con el género”, dice Edna Campos; Emilio Portes, que aunque maneja más el humor negro, le entró al terror con Belzebuth; y también Isaac Ezban, quien hace un poco más de ciencia ficción, pero es amante del terror.

¿Y tú qué obras de la literatura y el cine de terror mexicano recomiendas?