Alberquitas para niños, el hipócrita e inútil castigo para 'salvar el agua' en México

Fotografía de alberquita multada por desperdiciar el agua en el operativo llevado a cabo en Tlajomulco, Jalisco. | Imagen publicada en Twitter por Salvador, alcalde de la localidad.

El ecologismo de ocasión lo ha hecho de nuevo. Las alberquitas caseras son el enemigo público número uno. Salvador Zamora, presidente municipal de Tlajomulco, Jalisco, decidió que era muy buena idea presumir en Twitter las multas que le ha puesto a la gente que decidió sortear el calor de Semana Santa con unas improvisadas alberquitas caseras. El diminutivo no es de cariño, sino descriptivo: en verdad son alberquitas. No les caben los 20 mil litros que ameritan multa, según el reglamento municipal, pero son la presa perfecta.

Todo queda muy bien de cara a las redes, ahí donde el hambre de likes priva por encima de la lógica. Es muy fácil ir y multar a las personas que colocan una alberca en casa y, claro, regañarlas por desperdiciar agua. Si la intención es cuidar el agua, entonces el alcalde, y todas las autoridades competentes de México, seguramente también han ido a las ostentosas residencias privadas para imponer las multas correspondientes a los jacuzzis. ¿Verdad? Uno supondría que los gobernantes son capaces de detectar el origen de los problemas estructurales.

¿O acaso el agua que gastan los privilegiados no cuenta para efectos de multas y escarmientos públicos? Pues no. La corriente está muy clara: hay que condenar a quien no pueda generar problemas. Al final de cuentas, la respuesta coral se puede predecir de inmediato: desde la silla del privilegio, el linchamiento contra los multados será siempre absoluto. La acción es la misma, lo que cambia es el juicio. Si lo hacen los ricos, está bien y que nadie les moleste, que para algo se han esforzado y amasado su fortuna, que mucho trabajo han invertido como para que les vayan a molestar con la escasez de agua y esas bobadas que solo son culpa de “la naquiza” que tira agua con sus jueguitos.

Es la doble moral que dicta a placer y que contagia a muchos enajenados que prefieren defender a los de arriba con la falsa ilusión de que su aprobación les otorga un boleto de oro en el ascenso social. El entramado está muy bien cuidado: las imágenes que invitan a la buena conciencia abundan en las redes sociales. “Vamos, los pequeños actos también suman”, argumentan los tiranos del optimismo.

El mundo cambiará por el simple hecho de presumir cuán ecologistas son en sus historias de Instagram. Y claro, por condenar actos individuales que están acabando lentamente con el querido medio ambiente. Habría que pedirles a los fanáticos del trend eco-friendly que vean un poco, solo un poco, más allá de sus narices. Quizá así puedan notar el verdadero problema.

Porque si de tirar agua se trata, nadie lo hace más que las empresas refresqueras y alimenticias en México. Entre Coca-Cola, Pepsi, Nestlé y Bimbo, se desperdician 133 mil millones de litros de agua al año, según un estudio del Laboratorio de Empresas Transnacionales de la UNAM. Luego digamos que multar una minialberca de temporada va a salvar el mundo; luego colguémonos medallas por ser ecologistas, heroicos y superiores a la mediocre e ignorante masa que no se da cuenta de que el mundo se está acabando.

Ese es el gran hilo negro detrás del impostado sentimiento crítico. Ya era insoportable cuando ese discurso no excedía los límites de las redes sociales. Ahora no basta con eso: algunos limitados lo han convertido en política pública. No se gobierna para resolver problemas y atender necesidades apremiantes: se gobierna para maquillar la realidad y echarle la culpa a la gente de su propio infortunio.

Los golpes de pecho seguirán a todo lo que dan mientras el victimismo sea rentable. “Perdón por haber nacido y por tener la condición de ser humano que me obliga a utilizar el agua todos los días de mi vida”. Una playera que diga eso podría ser todo un éxito en ventas, muy al estilo de “Mexico is the shit”, un lema que ha adornado a un sinfín de cuentas en Instagram.

El día que el agua se acabe las buenas conciencias serán muy felices: inflaran su pecho de orgullo, pues ellos lo supieron todo el tiempo y además señalaron a los culpables en todo momento: los otros, los que no compartían fotos de plantitas, los que nunca entendieron que el cambio está en uno mismo y que el universo conspira a nuestro favor. Paulo Coelho ha excedido sus áreas de influencia: ahora también guía el pensamiento de los ecologistas.

TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR | EN VIDEO

Ladrones intentan asaltar a mujer y no sabían con quién se metían