Las últimas fotos de Lance Armstrong obligan a revisar nuestros prejuicios

Este artículo se publicó el 29 de septiembre de 2021

Discovery Channel team rider Armstrong of the U.S. cycles alongside T-Mobile team rider Ullrich of Germany up a Pyrenees mountain pass during the 15th stage of the 92nd Tour de France cycling race.  Discovery Channel team rider Lance Armstrong of the U.S. (L) cycles alongside T-Mobile team rider Jan Ullrich of Germany (R) up a Pyrenees mountain pass during the 205km (127 miles) 15th stage of the 92nd Tour de France cycling race between Lezat-sur-Leze and St-Lary-Soulan, July 17, 2005. Discovery Channel team rider George Hincapie of the U.S. won the stage. REUTERS/Franck Fife/POOL
REUTERS/Franck Fife/POOL

Probablemente, Lance Armstrong se equivocó con Marco Pantani. Aunque llegaron a hacer las paces antes de la muerte del "Pirata", sus enfrentamientos de 2001 seguro que dejaron mal sabor de boca en el americano cuando supo de su viaje a los infiernos. No voy a decir que se sintiera culpable porque no veo a Armstrong llegando a tanto, pero seguro que pensó que podía haber hecho algo más. De ahí que, una vez retirado y despojado de todos sus triunfos, Armstrong se preocupe de mostrar al mundo los avances de Jan Ullrich, como una especie de hermano mayor que cuida del hijo descarriado.

Armstrong, Ullrich y Pantani, de edades muy parecidas, forman parte de una época muy concreta del ciclismo y tienen varias cosas en común: primero, fueron enormes corredores, grandísimos, colosales; segundo, los tres hicieron trampas, a los tres les pillaron y los tres quedaron señalados para siempre. No es una barbaridad decir que todo ese esplendor, no ya del dopaje sino de la lucha contra el dopaje, de finales de los noventa y principios de los 2000 (aunque, ojo, a Armstrong no le pillan hasta 2012), estropeó la percepción que muchos aficionados tenían del ciclismo, alejándolos irremediablemente de un deporte maravilloso.

La preocupación de Armstrong por Ullrich viene de lejos porque Ullrich, que ya se descuidaba bastante cuando competía -sobrepeso constante, drogas recreativas...-, se desmoronó del todo tras su retirada obligatoria hace ya quince años. No es, por tanto, nada nuevo. Lo que hace Lance es ofrecernos de vez en cuando actualizaciones y decirnos: "Está bien, no os preocupéis". Y a mí me gusta, la verdad, porque Ullrich necesita que le cuiden, porque, efectivamente, no queremos más Chavas ni más Pantanis y porque siempre es bueno ver a un campeonísimo comportarse como un ser humano, justo lo que a Armstrong le ha faltado tanto dentro como fuera de las carreteras.

El momento, además, nos brinda la ocasión de recordar aquella rivalidad desde otro prisma. Una rivalidad de años y años, de las más largas de la historia, y que siempre caía del mismo lado. Una rivalidad que eclipsó a los Beloki, Escartín, Mayo, Moreau o Zülle de turno y que la historia ha dejado en el sótano de los malos recuerdos, como si nadie se atreviera a mencionarla. Oficialmente, Ullrich y Armstrong son dos personajes tóxicos para el ciclismo profesional. Que compitieran en igualdad de condiciones con tantísimos otros corredores que ahora comentan carreras o dirigen equipos parece no importarle a nadie.

Vamos a dejar una cosa clara cuanto antes: el dopaje es algo pernicioso. No solo por la ventaja que da al que recurre a él sino porque, colateralmente, obliga a todo el mundo a usarlo. En los noventa y en los dos mil, si no te inyectabas EPO o cortisona o no te transfundías sangre "enriquecida" durante las carreras, lo tenías en chino. ¿Todo el mundo lo hacía? No, supongo que no, pero quien no lo hacía -siempre se habló de Moncoutie como de uno de las pocas excepciones- sabía que tenía que esforzarse el triple y que aun así probablemente acabaría fuera del pelotón tarde o temprano, incapaz de seguir el ritmo ni en el llano.

Ese sistema de dopaje masivo a altísimo nivel -no ya las anfetaminas de Coppi o Anquetil, ni siquiera los coqueteos de Merckx o Fignon con toda clase de excitantes bordeando la legalidad-, era tan sofisticado que impedía a los corredores "limpios" tener la carrera que merecían, superados artificialmente por otros con menos talento y menos escrúpulos. Armstrong participó a primer nivel, con total conocimiento, de dicho sistema, como lo hicieron Ullrich y Pantani y tantísimos otros. Me parece justo que, a cambio, pierdan sus títulos. Lo haces, te pillan, te aguantas. Siempre ha sido así.

Ahora bien, el ciclismo haría bien en intentar ubicar correctamente a Armstrong y a toda esa generación en la historia. Eran tramposos, sin duda, pero eran unos tramposos tremendamente talentosos. Eran unos campeones con mayúsculas, de los que habrían destacado en cualquier época. Ganar siete Tours con EPO y autotransfusiones es horrible, pero no deja de ser una hazaña. Es casi imposible ganar siete Tours seguidos y desde luego el dopaje no puede ser la única explicación. Lo mismo vale para el Tour y la Vuelta que ganó Ullrich. A Pantani, que le hicieron abandonar el Giro del 99 por el hematocrito, al menos le han respetado el doblete Giro-Tour del 98. No sabemos muy bien por qué.

No puede ser que nos pasemos el resto de nuestros días considerando a Lance Armstrong un vaquero tramposo y matón que no se merece ni las buenas tardes. No me corresponde a mí ubicarle en el panteón de los grandes, pero es absurdo no mencionarlo siquiera. El maniqueísmo de considerarlo un diablo resulta excesivo. Era un tipo desagradable con aires mafiosos. Se benefició de la ayuda de los mejores y más caros médicos del mundo. Pero no era un "piernas". Ni mucho menos. Es cierto que el hecho de que Lance se empeñe en no pedir perdón y sus confesiones tengan un punto de "Sí, ¿y qué pasa?" no ayuda, pero hay ahí un trabajo que hacer. No solo por Armstrong, insisto, sino también por los demás. No puede ser que Jalabert y Virenque estén integrados en el mundillo ciclista y a otros se les trate como apestados. De ahí a la depresión hay un paso. De la depresión a los excesos, otro. Armstrong lo sabe y por eso cuida a Ullrich. Hace bien. Es bonito. Celebrémoslo.

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