La NFL y un dilema que nadie puede esquivar: la gloria a cambio de la salud cerebral

Aarón Hernández, exfutbolista de la NFL que se suicidó mientras cumplía una cadena perpetua por homicidio. Padecía lesiones cerebrales. (Reuters)
Aarón Hernández, exfutbolista de la NFL que se suicidó mientras cumplía una cadena perpetua por homicidio. Padecía lesiones cerebrales. (Reuters)

La NFL afronta otro momento de tensión. No es nuevo para ellos, pero han sabido domar cada ola hasta ahora. El infarto de Damar Hamlin, jugador de los Bills de Búfalo, conmocionó a todos. El drama volvió a poner en entredicho la integridad de este deporte, que cada tanto se mira en el espejo para ponerse de cara contra las críticas. Se le acusa de violento, de ser perjudicial para la salud —más allá de los beneficios intrínsecos de la actividad deportiva de alto rendimiento—, especialmente en el ámbito de los daños cerebrales, aunque en este caso el choque de Hamlin y Tee Higgins haya tenido consecuencias coronarias.

Quizá no exista historia más representativa, ni más mediática, que la de Aarón Hernández. A los 24 años, cuando había firmado un contrato multianual de 40 millones de dólares con los Pats, el joven alero asesinó a su cuñado. Era 2013. Desde entonces, los últimos cuatro años de su vida transcurrieron entre un encierro en la cárcel y querellas legales por otro par de acusaciones de homicidio. Se suicidó en su celda el 19 de abril de 2017. En ese momento, pese a la promesa de abogado de una posible apelación, cumplía una cadena perpetua.

Su cerebro fue donado para ser estudiado. Hernández padecía encefalopatía aguda crónica. Y sí, era producto de los golpes que recibió durante todos los años que pasó jugando al futbol americano. No sólo en la élite de ese deporte, cuando los millones de dólares dictan el porvenir de sus practicantes: desde el amateurismo y, luego, el futbol universitario, la etapa en la que empiezan a forjarse los ídolos del futuro. En el ideario americano, esta disciplina lleva consigo una etiqueta ostentosa, mucho antes de los contrarios faraónicos: quien lo practica es ilustre, virtuoso, un imán de todas las atenciones que un ser humano pudiera desear.

Pero en el terreno de la realidad, el precio a pagar es muy alto. En 2017, el Journal of American Medical Association analizó 111 cerebros de exjugadores de la NFL. 110 registraron lesiones cerebrales. En 2015, la NFL se comprometió, para afrontar una demanda colectiva, a compensar con 5 millones de dólares a todos los ex jugadores que padecieran daños cerebrales graves.

La NFL efectivamente ha aumentado los protocolos de seguridad, pero eso sigue siendo insuficiente. Siempre lo será, porque la naturaleza del futbol americano es la colisión, y la protección en todo el cuerpo, con especial énfasis en la cabeza, no ha bastado ni bastará para bloquear los daños de manera permanente. No se pueden pedir imposibles. Si se quiere acabar con los daños que provoca la práctica del futbol americano, entonces habría que abolir su práctica, y también la del boxeo, de las artes marciales mixtas y de la lucha libre; todos, deportes que tienen funestas consecuencias para el cerebro. No hay que negarlo ni matizarlo. Es lo que es. Y también pasa en el futbol, como han demostrado estudios que ponen en evidencia el impacto negativo de cabecear el balón durante tantos años.

De hecho, todos los deportes conllevan riesgos en alguna medida. ¿Qué hacer con el futbol americano? La pregunta tendría que responderla, antes que nadie, la empresa que más lucra con esa deporte en todo el mundo. La NFL. Si algo se puede decir en favor de la resignación de aceptar que las lesiones cerebrales forman parte inherente de este deporte, es que sobrevive el libre albedrío: a nadie le obligan a practicar (ni a ver) el futbol americano. Sus aspirantes, sus estrellas, y sus íconos, lo hacen bajo un riesgo que ya no pertenece al mundo de las conspiraciones y las penumbras. Las consecuencias están ahí. Cada quién elegirá asumirlas o no, pero ignorarlas ya no es una opción.

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