"Me acurruqué en el suelo llorando": el dolor de quedarse sin un oro olímpico por el coronavirus

Por Henry Bushnell

Katie Lou Samuelson, jugadora de Seattle Storm de la WNBA y del equipo de baloncesto estadounidense de 3x3 que no pudo ir a los Juegos por dar positivo por coronavirus. (Foto: Abbie Parr / Getty Images).
Katie Lou Samuelson, jugadora de Seattle Storm de la WNBA y del equipo de baloncesto estadounidense de 3x3 que no pudo ir a los Juegos por dar positivo por coronavirus. (Foto: Abbie Parr / Getty Images).

El entrenador de baloncesto del colegio de Katie Lou Samuelson le dijo una vez que se convertiría en deportista olímpica y ella recordó el momento cuando el sueño se hizo realidad.

“Quiero hacerlo”, le había respondido entonces Katie Lou, que estaba en sexto curso. Trece años después de aquello un directivo del básquet estadounidense la llamó para decirle que lo había conseguido. Se acordó de toda una vida de dedicación y crecimiento, de cómo, de camino a la UConn y la WNBA, empezó a jugar a la versión 3x3 de este deporte, de cuando en abril tuvo que volar de regreso a Florida desde Europa únicamente para vacunarse y poder competir en el torneo de clasificación.

En mayo se perdió varios partidos de la WNBA para viajar a Austria para ese torneo, en el que Estados Unidos se ganó un lugar en el debut olímpico del baloncesto 3x3. Ella se abrazó con sus compañeras de equipo y una brillante sonrisa iluminó su rostro. Durante el mes y medio siguiente, recibió la invitación oficial para hacer la preparación, posó para las fotos del equipo estadounidense y entrenó para Tokio.

Y luego, unas 48 horas antes de su vuelo, recibió otra llamada que la hizo entrar en pánico.

Regresó rápidamente a su habitación de hotel en Las Vegas tratando de respirar.

Había dado positivo por coronavirus y rápidamente se puso a dar vueltas a la cabeza esperando que quizás fuera un falso positivo. Sin embargo, una segunda prueba rápida lo confirmó y la PCR terminó de corroborarlo. Con la maleta ya hecha se derrumbó. Se cayó al suelo y se acurrucó antes de comenzar a llorar a gritos con la poca energía que le quedaba.

“Que me quedara sin ellos fue devastador”

Hasta aquel fatídico sábado, el campo de entrenamiento de USA Basketball había sido todo lo que Samuelson imaginaba. Ella y sus compañeras de equipo del 3x3 habían tenido tres prácticas sólidas en Las Vegas. En su día libre se cuidaron. Todas las pruebas habían dado negativo y estaban tranquilas. No se sentían invencibles, pero casi. Habían tomado todas las precauciones necesarias para garantizar su viaje a Tokio: estaban vacunadas, habían seguido estrictamente las normas, solo se habían movido entre el gimnasio y el hotel…

Después, en el quinto día, al regresar del entrenamiento, un miembro del personal de USA Basketball le dijo a Samuelson que volviera rápido a su habitación de hotel y esperara. “No puede ser”, pensó. Y su corazón comenzó a acelerarse.

Su angustia fue avanzando en etapas. Envió una segunda muestra para una prueba rápida y se aferraba al optimismo. Sintió un dolor en la garganta, pero intentaba no creérselo y pensaba que estaba paranoica y quizás era solo un resfriado.

Luego llegó el segundo positivo y las instrucciones para el aislamiento y la prueba PCR.

Pese a todo hizo la maleta, aunque después llegó la confirmación. “Me acurruqué en el suelo, llorando. Devastada”, dice Samuelson. Las lágrimas inundaron sus mejillas. Jadeó en busca de aire y sintió que el mundo se derrumbaba sobre ella.

Llamó a su novio y luego a su hermana y a su madre. Ellos también estaban devastados. Intentaban ayudar, pero no podían. A veces, simplemente permanecían sentados al teléfono en silencio.

“Sentí que todo lo que había hecho no había servido para nada”, cuenta la jugadora.

Se sentía enfadada, pero no sabía a quién dirigir su enfado. ¿Había hecho algo mal? ¿Alguien le había arrebatado los Juegos Olímpicos? Buscaba un culpable. Le gritó a su madre un par de veces. “¿Cómo?”, se preguntaba. “¿Por qué?”

Comenzó a preocuparse, a cuestionarlo todo y no encontraba respuesta. Los Juegos Olímpicos, por supuesto, permanecieron su mente.

“En realidad, pensaba que iba a ir”, asegura. “Que me quedara sin ellos fue devastador”.

Huir de la impotencia

Durante cinco días, Samuelson se enfrentó a todos esos sentimientos mientras permanecía encerrada en una habitación de hotel. Miraba a una pantalla, luego a otra, después a la pared, se acostaba en la cama… Tenía fiebre e intentó dormir tanto como pudo “porque me dolía todo el cuerpo”.

Se puso a repasar las redes sociales porque no tenía nada mejor que hacer, pero lo que vio en Twitter e Instagram fue aún peor. Recordatorios de que comenzaban los Juegos Olímpicos. Recordatorios de lo que se iba a perder, de lo que se había perdido. Por todas partes.

Pensó que preferiría haberse lesionado porque eso es más aceptable en el deporte. Contagiarse de coronavirus era diferente a todo lo que había experimentado, escapaba a su control.

Se sentía impotente. Tras tomarse un descanso, comenzó a hablar de corazón con su familia y con su terapeuta.

Al principio estaba decepcionada y molesta por sentirse así y por sus reacciones viscerales. Después dejó que sus emociones salieran. Aprendió de su terapeuta la importancia de permitirse sentirse así. Acababa de pasar un trauma y un trauma requería dolor. Samuelson tuvo que aceptar que el duelo estaba bien. Que tratar de pasarlo de puntillas era antinatural e innecesario.

También aprendió a ver de otro modo la experiencia. Durante días, su mente se quedó atascada en lo que COVID se había llevado: los Juegos Olímpicos, las vacaciones de después, un verano de felicidad… Pensar solo en eso agravó la decepción. Aprendió a cambiar el enfoque para centrarse en lo que ahora podía hacer y en cómo podría mejorarse a sí misma. Comenzó a trabajar en su respiración y a practicar yoga.

Mientras estaba confinada en la habitación del hotel se vio ‘Manifest’ en Netflix. Después de cinco días, su padre fue en coche hasta Las Vegas, lo dejó allí y se volvió en avión. Samuelson se subió al vehículo para regresar a Seattle y finalizar su aislamiento en un entorno más cómodo. Su fiebre se calmó. Se quedaba despierta hasta tarde o se levantaba temprano para ver a sus compañeras del equipo de 3x3. Se comunicaba con ellas esporádicamente (la diferencia horaria lo hacía difícil) y celebró que ganaran el oro.

Después de un tiempo, comenzó a aceptar que lo que le había sucedido. “No es mi culpa, no es culpa de nadie. No hay nada que pudiera haber hecho de otra manera”.

Dos semanas después de aquello se encuentra mejor física y mentalmente y está recuperando su forma para volver al baloncesto. Habló con Yahoo Sports desde el asiento del pasajero de un coche al salir del entrenamiento y espera estar lista para cuando la temporada de la WNBA se reanude el 16 de agosto.

Y, aunque la angustia del mes pasado no ha desaparecido por completo, ya no la consume.

Hace unos años reconoce que lo habría hecho. “Esta situación me habría llevado a un lugar muy, muy oscuro”, dice. Durante un tiempo, especialmente en la universidad, Samuelson se había resistido a asistir a terapia y, en cambio, se enfrentó sola a la depresión y la ansiedad.

Pero en 2019 buscó la ayuda de profesionales de la salud mental y está contenta por haberlo hecho. Comenzó a liberar sus sentimientos. “Me siento capaz de hacer eso ahora sin necesidad de esperar hasta mi punto de ruptura total”, cuenta.

Y así, pese a pasar por esta terrible experiencia que no le desea a nadie, se siente feliz. O al menos orgullosa de cómo se las arregló y agradecida por los amigos y la familia que “vieron el peor de los miedos” y la ayudaron a superarlos. Y orgullosa del crecimiento personal que le permitió llorar y luego estabilizarse.

“He recorrido un largo camino para poder seguir funcionando y ver el otro lado de las cosas”, afirma.

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