En la Juventus, una temporada de por sí extraña da un nuevo giro

El inicio de la temporada de la Juventus fue lamentable. Un montón de lesiones devastó la plantilla. Los resultados del equipo en esas primeras semanas estuvieron salpicados de decepción. Apenas un mes después de comenzar la campaña, el entrenador Massimiliano Allegri tuvo que suavizar el impacto de una entrevista en la que había sugerido que “faltaba algo” en su equipo, con lo cual alienó a varios de sus jugadores.

Las cosas no mejoraron. A principios de octubre, con una Juventus que parecía a la deriva en la carrera por el título de la Serie A y al borde de sufrir una humillante eliminación de la Liga de Campeones, Allegri recibió el respaldo público de Andrea Agnelli, el presidente del club. Eso casi nunca es una buena señal. Y, cuando lo precede la admisión de que el equipo debía sentirse “avergonzado” de su rendimiento, es mucho peor.

Resulta que ese no era el punto más bajo. Por mucho, de hecho. A finales de noviembre, Agnelli —junto con el resto de la directiva de la Juventus— ya había renunciado a su cargo, al parecer como consecuencia de una investigación de 18 meses de la fiscalía italiana sobre irregularidades financieras relacionadas con la actividad del equipo en el mercado de transferencias. (El club negó haber cometido algún delito).

Al día siguiente, la UEFA, el órgano rector del fútbol europeo, anunció que iba a abrir una investigación para determinar si el club la había engañado, lo que generó preocupación sobre una posible sanción deportiva impuesta en contra de uno de los equipos más grandes de Europa, además de una posible sanción judicial.

Luego, un par de semanas más tarde, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea emitió un fallo no vinculante que, en esencia, declaró que la participación de la UEFA como un aparente monopolio no violaba la ley europea. La decisión anuló de inmediato la base jurídica de una Superliga europea, el proyecto que la Juventus, un equipo que registró una pérdida de 273 millones de dólares el año pasado, había identificado como su salida de la crisis financiera.

En el espacio de cuatro meses, casi todo lo que podía salir mal para la Juventus, dentro y fuera del campo, había salido mal. El equipo era un caos. El club había sido sacudido hasta la médula. Su luz, durante mucho tiempo la más brillante de Italia, parpadeaba y se apagaba, oscurecida a causa de la desesperación y la decepción.

Sin embargo, el viernes, el equipo de Allegri viajó al sur para enfrentarse al Nápoles, un equipo que en cierto momento parecía que podía alzarse con el título de la Serie A esta temporada, y que, con Victor Osimhen y Khvicha Kvaratshkelia, se podría decir que posee el ataque más devastador del fútbol europeo.

La supremacía del Nápoles quedó confirmada el viernes cuando despedazó 5-1 a la Juventus, un triunfo que amplió a 10 puntos su ventaja al frente de la liga. El resultado privó al equipo de Allegri de su novena victoria consecutiva y fue la primera vez en meses que la Juventus permitió un gol. La temporada más lamentable que haya podido imaginar la Juventus tal vez no termine con un título. Sin embargo, para como empezó, hasta un anticipado sabor a gloria se sintió como un soplo de aire fresco.

Es un misterio determinar la manera exacta en la que Allegri ha logrado ese repunte. La Juventus no ha empezado a jugar bien de repente; su cautela y testarudez la mantienen como una especie de anomalía en la Serie A moderna, la liga que podría considerarse la más ofensiva de Europa en la actualidad.

De las ocho victorias que habían llevado al equipo de Allegri a la estela del Nápoles, cinco habían terminado 1-0. La semana pasada, la Juventus necesitó un gol en el tiempo añadido para derrotar al Cremonese; el sábado, Danilo marcó en el minuto 86 para asegurar el triunfo contra el Udinese. Antonio Cassano, el alborotador exdelantero convertido en comentarista, insistió en que la Juventus no “merecía” ganar ese partido.

Allegri tampoco se ha beneficiado del regreso repentino a una forma física de una falange de grandes estrellas. Ángel Di María, ahora campeón del mundo, ha vuelto al equipo y Federico Chiesa se recupera poco a poco de una larga lesión. No obstante, Paul Pogba, Leonardo Bonucci y Dusan Vlahovic siguen ausentes y los recursos de la Juventus apenas son más profundos ahora de lo que eran hace tres meses.

En su ausencia, Allegri ha tenido que confiar más en la juventud de lo que a él —como todos los entrenadores italianos— idealmente le gustaría. Esto ha permitido que el centrocampista Fabio Miretti, de tan solo 19 años, pero quien ya debutó con el seleccionado italiano, se haya convertido en el abanderado de la siguiente generación del club. La sensación de frescura, así como la inyección de energía han ayudado.

Y así, tal vez, todos esos meses de debilidad de la Juventus se han metamorfoseado en fortaleza. Todas las críticas y todas las crisis han ayudado a unir a los jugadores de Allegri entre sí y con su entrenador. Les ha ayudado a aceptar la forma reactiva y retorcida en la que quiere que jueguen, que actúen, que sean. Les ha ayudado a escarbar para salir de la miseria y de ahí hacia la luz. Las cosas no podían empeorar más en la Juventus.

El legado de Bale

Hace unos años, en la parte más álgida de la guerra fría entre Gareth Bale y el Real Madrid, alguien conectado con el club y con intereses personales sugirió que el galés en realidad nunca había intentado establecer un vínculo con sus compañeros de equipo.

La evidencia, más allá de una supuesta falta de disposición para mejorar su español y la antigua acusación de que pasaba todo su tiempo libre en el campo de golf, era que —en más de una ocasión— no había asistido a una cena con el resto de la escuadra para fortalecer al equipo. Según la leyenda, para el resto de los jugadores del Madrid, había sido un desaire deliberado.

Hubo una explicación alterna, que ofreció otro jugador del Real Madrid que había tomado la misma decisión que Bale (aunque, curiosamente, no atrajo tanta censura). Resulta que la cena en cuestión se había programado en un horario español: aperitivos a las once de la noche, un plato principal que llegaría alrededor de la medianoche, el postre tal vez para después de la una de la madrugada, ese tipo de cosas. Un par de jugadores del club originarios del norte de Europa, entre ellos Bale, habían decidido que era demasiado tarde para comer y decidieron no asistir al evento.

Incluso ahora, no está del todo claro por qué los últimos años de Bale en el Madrid fueron tan amargos. La desconexión entre el jugador y el club siempre pareció un tanto pequeña y mezquina, como si el problema no hubiera sido una diferencia de visión o ambición sino, más que nada, una falta de comunicación y entendimiento.

Sin embargo, su impacto es indiscutible. El retiro repentino de Bale la semana pasada, seis meses antes de que expirara su contrato en Los Ángeles FC, provocó una inundación de tributos y testimonios de la que ha sido, por donde se le mire, una carrera resplandeciente.

A nivel de clubes, Bale ha ganado cinco Ligas de Campeones, tres campeonatos de LaLiga, una Copa del Rey y una Copa de la MLS. No obstante, su legado más significativo tal vez haya sido con Gales. Más que nadie, le puso fin a la larga espera del país para competir en un gran torneo (la Eurocopa de 2016) y a su aún más larga espera para volver al Mundial.

Sin embargo, a pesar de todo eso, desde hace tiempo parecía como si Bale se hubiera esfumado de la primera línea de las grandes estrellas. Parte de ello se le puede atribuir a la edad y a las lesiones —sus habilidades habían menguado, no cabe duda—, pero su ostracismo estruendoso del equipo del Real Madrid también tuvo algo que ver.

A lo largo de los años, conforme nos hemos acostumbrado a la ausencia de Bale, hemos interiorizado la idea de que ningún grande de verdad podía ser tan dispensable. Se ha argumentado que Bale nunca llegó a desarrollar todo su talento. No obstante, aunque la hipótesis es sensata, la conclusión es equivocada. La carrera de Bale destaca en comparación con la de (casi) cualquiera. No es que no diera suficiente al juego. Es que el fútbol no lo valoró lo suficiente.

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