Juventud, ¿divino tesoro?: tres retratos adolescentes contemporáneos en formato de serie

Juventud, ¿divino tesoro?: tres retratos adolescentes contemporáneos en formato de serie
Juventud, ¿divino tesoro?: tres retratos adolescentes contemporáneos en formato de serie

Cada nueva generación ha convivido con ficciones que expresaron sus inquietudes y sus dilemas, algunos universales, otros coyunturales, algunos duraderos, otros efímeros. También cada generación ha debido lidiar con las narrativas de los mayores que intentaban comprenderlos, ponerlos en una genealogía, reducirlos a una categoría: baby boomer, gen x, millennial. Ello adquirió creciente intensidad desde el protagonismo de la adolescencia en el cine de la posguerra, con la aparición de James Dean y Marlon Brando como expresiones de una nueva corporalidad, desde las narrativas de la nouvelle vague y sus romances en la París recobrada de los 60, con el hippismo y las revueltas estudiantiles de los 70, nacidos de la música e impregnados en las nuevas imágenes que condensaban ese despertar.

Las ficciones televisivas de Hollywood también se apropiaron de esas narrativas inaugurales, de ese intento de concentrar en una historia los conflictos de una era, los cambios sociales, los saltos tecnológicos, los paradigmas culturales. La televisión se nutrió de esa adolescencia heredada de la revolución musical del rock, luego de la oportuna conjugación del pop y la comedia que alumbró los 80 y después de la soledad y el nihilismo del fin de milenio. Algunas historias capturaban constantes y codificaban estereotipos, como Beverly Hills 90210; otras, un espíritu más provocador y contracultural, como Kids, de Harmony Korine, donde se combinaba la rebeldía universal con los skates, las drogas y el VIH.

Euphoria
Euphoria


Euphoria

En los últimos años hubo tres ficciones producidas por HBO que pueden pensarse como ese retrato en abanico que intenta cristalizar una época desde sus diversas aristas. Euphoria fue la primera, estrenada en 2019, con algo del espíritu de ruptura y provocación que definió a la británica Skins en los 2000 pero adherida al vértigo de la Generación Z, al reinado de las redes sociales y con una pizca del espíritu de indignación contemporáneo. Al año siguiente llegó We Are Who We Are, el aporte de Luca Guadagnino a la cuestión, que combinaba la experiencia universal de extranjería de la adolescencia con un escenario actual signado por recurrentes desplazamientos, nuevas formas de familia y una insistente perspectiva autoral. Y, por último, este año estrenó Genera+ion, la serie de HBO Max creada por Daniel Barnz (director de Cake, con Jennifer Aniston) y su hija Zelda Barnz, de tan solo 19 años, que asume como prisma creativo la voz de esa generación.

Lo que confluye en las tres ficciones es el intento de capturar una época en lo que tiene en común con el pasado –puja con la generación de los padres, identidades en conflicto, descubrimiento de la sexualidad, situaciones de violencia o abuso-, al mismo tiempo que ofrecer una mirada actual, que exprese las preocupaciones del hoy, el impacto inevitable del presente. En ese sentido, Euphoria condensa la experiencia de la virtualidad como forma de expresión generacional antes de la llegada de la pandemia. No lo hace sin cierto aire de preocupación, pero ese estado de alerta consigue empatía gracias a la cercanía del creador Sam Levinson con las experiencias que allí se retratan: ansiedades, adicciones, soledad, desamparo. Lo que funciona mejor es la construcción que realiza Zendaya del universo de su personaje, no tan deudor de una nómina de conflictos coyunturales –que no solo suponen su relación con las drogas sino también con sus afectos- como de su mundo como un todo, palpable y verdadero.

We Are Who We Are
We Are Who We Are


We Are Who We Are

Con esa misma ambición, We Are Who We Are intenta permear la experiencia de Fraser (Jack Dylan Grazer) y Caitlin (Jordan Kristine Seamón) en una base militar estadounidense en Italia con el desajuste de todo desplazamiento, con esa sensación que define a todas las criaturas de Guadagnino, vagando en mundos adversos –presente no solo en Llamame por tu nombre sino también, por ejemplo, en El amante, donde la condición de extranjera de Tilda Swinton no es solo geográfica sino también existencial-, aprendiendo a configurar sus deseos en el espejo de los otros. La serie no solo explora el descubrimiento de la sexualidad en alianza con la gestación de la identidad y la pertenencia nacional, sino los miedos presentes en las estructuras disciplinarias, los horizontes del patriotismo en los mundos contemporáneos y sus Estados en crisis, las nuevas relaciones familiares ya no solo como límite y control sino también como espacio posible de reencuentro con la pertenencia. El mundo juvenil de la base militar funciona dentro de un mundo más amplio, no solo regulado por la mirada adulta sino por la propia escena trasnacional.

En este punto, tanto Euphoria como We Are WhoWe Are son ficciones juveniles que, en última instancia, tienen la mirada de un adulto como punto de referencia. En el caso de la creación de Levinson, la voz de Zendaya, que resulta un hilo conductor del relato, ya expresa una perspectiva distanciada, cargada de ironía y complicidad con el espectador, que de alguna manera le ofrece a la serie su lugar de observadora de la generación que retrata. El impacto del 9/11, los recurrentes diagnósticos de déficit de atención, las masacres estudiantiles y el reinado de internet son los hitos que definen su universo desde su nacimiento y que ella indaga desde su estatuto de narradora. Lo mismo sucede con la experiencia de Jules (Hunter Schafer) con el mundo adulto, marcada por la conversión de la intimidad en una constante explotación pública. La mirada adulta, tanto invocada como puesta en tensión, es siempre el otro interlocutor del diálogo.

Generation
Generation


Generation

Algo similar ocurre con las familias de Fraser y Caitlin en We Are Who We Are, escenarios de tensión frente a los cuales la amistad adolescente funciona como refugio y antídoto. Ese mundo en derredor, que aparece también signado por miedos, inseguridades e inmadurez, no es modelo al que oponerse sino un marco con el que disputar la conquista de las propias decisiones. Guadagnino consigue un tono que lo libera de la sanción moral y del gesto de la provocación, que consiste en recorrer aquello que une a sus adolescentes con los de antaño sin con ello perderse en la nostalgia. El impacto de las tecnologías, las identidades en crisis, los interrogantes sobre la guerra y las fronteras son cuestiones que resuenan en el presente pero que nunca son exclusivas, que reverberan en una historia que se repite y se recrea en la adquisición de sus propias expresiones.

Genera+ion, en cambio, tiene el pulso de la inmediatez del presente. O por lo menos eso es lo que intenta definir como su identidad primaria. Ya el primer episodio utiliza la tecnología como clave para entender lo que significa ser adolescente en el 2021. El googleo obsesivo, los múltiples chats, la creación de stories se combinan con la presentación de los personajes que en la aparición de sus nombres ya cargan con todas esas representaciones: códigos de vestimenta, expresión de su sexualidad, disputas con los mayores. Si bien la serie es creada por una adolescente y un adulto, la perspectiva consiste en ubicarse a la altura de los ojos de esa juventud naciente, construir una narrativa veloz y fragmentaria, resultado de ese cruce de voces, concentrada en un tono exaltado propio de esa experiencia en la que todo parece un drama, pero puede ser visto como una comedia. Formalmente opuesta a Euphoria, en la que predominan los tonos opacos y una sensación opresiva y algo embriagante, Genera+ion se concentra en una estética clara, luminosa, definida por un humor demasiado verborrágico pero que aspira a la cercanía con el absurdo.

La escena del casamiento de la hermana mayor de los mellizos Nathan (Uly Schlesinger) y Naomi (Chloe East) es un buen ejemplo: construida como un teatro de apariencias, resulta subvertida no solo a partir de las confesiones y el juego del ridículo, sino también en virtud de una puesta en escena más ligera, jugada a partir del difuso límite que separa a ese mundo de su parodia. No hay aquí admonición ni gravedad alguna, sin embargo los personajes quedan más adheridos a los estereotipos, y la urgencia por reunir todos los tópicos del presente puede quitarle cualquier aspiración a la trascendencia. La sensación que domina en Genera+ion es que no quiere tomarse demasiado en serio, ni siquiera quiere proponerse como un retrato generacional definitivo, sino asomarse a esas experiencias juveniles desde la misma lógica que las define: la intermitencia, la fragmentación, el recurrente cambio de tono. Los adultos aparecen entonces como un coro lejano, que adquiere materialidad cuando asoman en las vidas de los adolescentes porque les importan, y no porque es necesario entenderlos.

Estos mundos ficcionales que asumen distintos atajos para representar lo que todavía está ocurriendo configuran un retrato que está siempre en evolución. Más allá de la inclusión de temas de agenda pública –racismo, embarazo adolescente, adicciones, sexualidades fluidas- y de las variantes de tono –más oscuro y doloroso, más liberal y cosmopolita, o más cercano a la comedia-, lo que predomina es ese intento de capturar la expresión naciente de una generación, el ritmo de su lenguaje, la verdad de sus preocupaciones, el germen de lo que va a gestar su futuro. Por ello, los personajes, Rue en Euphoria, Fraser en We Are Who We Are o Chester (Justice Smith) en Genera+ion, terminan siendo más relevantes que los conflictos que atraviesan, y en la creación de su universo está la posibilidad de que sean recordados como algo más que una etiqueta de su tiempo: como memoria en presente de su generación.