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Jeff Hardy, el luchador que no temía a la muerte pero su adicción no lo dejó brillar

Jeff Hardy ha ganado múltiples campeonatos individuales y de parejas en la lucha libre. No sólo en la WWE, sino en Total Nonstop Action y Ring of Honor. (Gilbert Carrasquillo/Getty Images)
Jeff Hardy ha ganado múltiples campeonatos individuales y de parejas en la lucha libre. No sólo en la WWE, sino en Total Nonstop Action y Ring of Honor. (Gilbert Carrasquillo/Getty Images)

Jeff Hardy estuvo muchas veces en la cima, pero poco pudo disfrutar de sus noches más preciadas en el ring. Cumplía con el personaje idóneo para maravillar a los aficionados de la lucha libre: el del atleta volador y extremo que no le temía ni a la muerte. Sólo que nunca pudo domar sus problemas de adicción. Ahora, en el punto final de su carrera, clama por revertir el pasado y despedirse al más alto nivel por el público que jamás le dio la espalda.

A la edad de 45, y convertido en un auténtico veterano del entretenimiento deportivo, las movidas arriesgadas quedaron atrás para Jeff Hardy. El lema hace sentido para su vida, cuerpo y accionar dentro del cuadrilátero. Su caso es el ¿qué hubiera pasado? más grande del deporte-espectáculo. Permanecerá la duda eterna sobre qué más habría alcanzado de no ser por sus conflictos internos.

A Hardy aún le apodan El Enigma Carismático. Su presencia dejaba muy claro el por qué: era imprevisible al subir a los encordados. Comenzó su trayectoria en la WWE, junto a su hermano mayor Matt, a finales de los noventa. El detalle es que, en el momento, la empresa no sabía que tenían 16 y 19 años. En cuanto lo percibieron, los retiraron de inmediato de los shows.

Al tiempo, los recuperaron por el potencial que mostraban. Juntos se hacían llamar The Hardy Boyz y se convirtieron en un hito como pareja. Sin embargo, como competidor individual, Jeff simbolizaba un mayor atractivo en taquilla que Matt. No parecía un luchador tradicional, de esos que suelen utilizar botas y calzoncillos como manda el manual; lucía muy distante de ese prototipo.

Conforme transcurrió la década del 2000, más tatuajes aparecieron en su torso. Se rasuraba la barba a modo de franjas y triángulos, portaba cinturones fosforescentes, vestía pantalones cargo y playeras sin mangas; además, empleaba bandas recortadas en los brazos. Luego, incorporó el maquillaje en el rostro como un distintivo de la época, en honor a su ídolo Sting. Exhibía una personalidad sin precedentes.

Justo cuando despuntaba en la transición de promesa a realidad, las adicciones lo rebasaron. En 2003 sostenía una historia con The Rock, emblema de la WWE y vigente actor de Hollywood. Allí, falló su primer control antidrogas y fue despedido. Cuatro años más tarde, en su segunda etapa por la compañía, incumplió el segundo; quedó fuera de la programación por 60 días.

A pesar de ello, logró ser campeón mundial. No una, sino tres veces entre 2008 y 2009. Derrotó a tres figuras del emporio: Triple H, Edge y CM Punk. Concretó una escalada que deleitó a sus seguidores. Porque sí, aunque no pasó las pruebas antidopaje, todos alababan su faceta aérea entre las cuerdas y querían ser tan disruptores como él. La sorpresa es que decidió no renovar su contrato.

Estaba tan lastimado que deseaba sanar y recuperarse. Desde entonces, nada volvió a ser lo mismo. Vinieron los arrestos, cargos por posesión de drogas, problemas por el alcohol, multas millonarias y postales bochornosas. No fue capaz de controlar su vida personal; eso afectó su desempeño en las arenas y ante las cámaras. Fue la caída más letal, de la que no consiguió reponerse.

En 2011, luchó en estado inconveniente; consumió soma en exceso, un relajante muscular. Contendió contra su héroe Sting. Se escondió en vestidores y saltó en escena a la hora exacta de su mano a mano. Ningún productor lo detuvo. Notaron que las cosas salieron mal al arranque del duelo. Eludió a su oponente por completo, simuló aventar su camiseta entre el público. Admitió sentirse como un zombie.

Eric Bischoff irrumpió, por mera improvisación, con tal de salvar la función. El gerente de la promotora Total Nonstop Action (TNA), donde peleaba Hardy, ordenó al réferi y a Sting terminar las acciones lo más rápido posible. El objetivo era atraparlo en un movimiento para derribarlo en la lona y contarle las tres palmadas, incluso si este se resistía. Así, la reyerta de ensueño terminó en una pesadilla.

Tras idas y vueltas a rehabilitación, su tercera etapa por WWE culminó de la peor forma posible en 2021. En una cartelera no televisada en Texas, Hardy optó por abandonar su compromiso. Sí, simplemente dejó en desventaja a sus compañeros Drew McIntyre y Xavier Woods frente a Roman Reigns, Jimmy y Jey Uso; se alejó del recinto entre el público. Eso no era parte del plan.

Declaró que la intención de los directivos era incluirlo al Salón de la Fama y, por ello, interpretó que trataban de retirarlo de manera prematura. También que no reconocieron el legado de su hermano Matt, quien trabajaba en la firma rival All Elite Wrestling (AEW). Ese fue su mecanismo de protesta para liberarse y unírsele a su familiar en 2022. La polémica no se detuvo ahí.

Durante sus primeros meses de estancia en AEW, fue arrestado por conducir ebrio y con una licencia vencida. En consecuencia, no podrá manejar algún automóvil en los próximos 10 años. A su vez, estuvo en la cárcel por 40 días y le colocaron un dispositivo de rastreo. Tony Khan, presidente del consorcio, lo suspendió por tiempo indefinido y sin goce de sueldo. Sólo retornaría en sobriedad absoluta. Y eso por fin sucedió.

Jeff Hardy reconoció sus errores, manifestó que era su turno de decir adiós. No de la disciplina, sino de los escándalos. La razón es que no le queda mucho tiempo como profesional y anhela cerrar el telón en sus términos. Busca retribuir a sus fans con una fase final de calidad. Recibió múltiples oportunidades, no quiere desaprovechar la última. Nadie podrá arrebatarle el carisma, la popularidad y el factor nostálgico; sólo que siempre existirá el enigma sobre lo inmenso que pudo ser y no fue.

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