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Glamour, moda y dinero: mujeres cambian las reglas del básquetbol profesional

Tiffany Mitchell, guardia de Indiana Fever de la WNBA, muestra uno de sus zapatos de tacón de aguja en el vestuario del equipo, en Indianápolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Tiffany Mitchell, guardia de Indiana Fever de la WNBA, muestra uno de sus zapatos de tacón de aguja en el vestuario del equipo, en Indianápolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

Angel Reese se considera “una chica de rosa”.

Uñas rosas, ligas para el pelo rosas, zapatos rosas, a veces hasta “un poco de rosa en las pestañas”, comentó Reese para referirse a las extensiones de pestañas que se pone antes de los juegos de baloncesto. “Todo es rosa”.

Para Reese, quien en mayo fue transferida a la Universidad Estatal de Luisiana después de una exitosa temporada en el equipo femenil de baloncesto de Maryland, todo es parte de una rutina previa a los partidos. Antes de que Reese entre a la cancha, se pone brillo de labios y gel en los bordes —el nacimiento del pelo— para evitar que se le suelte el pelo.

“Mi abuela siempre enfatizaba: ‘No dejes que nadie haga sudar tu maquillaje’”, recordó Reese.

Angel Reese, quien en mayo fue transferida a la Universidad Estatal de Luisiana después de una temporada exitosa en el equipo femenil de baloncesto de Maryland, en el vestidor del equipo en Baton Rouge, el 14 de julio de 2022. (Camille Lenain/The New York Times)
Angel Reese, quien en mayo fue transferida a la Universidad Estatal de Luisiana después de una temporada exitosa en el equipo femenil de baloncesto de Maryland, en el vestidor del equipo en Baton Rouge, el 14 de julio de 2022. (Camille Lenain/The New York Times)

La devoción de Reese a su apariencia para los juegos expresa tanto quién es como su estilo de juego. Las jugadoras en el baloncesto femenil se sienten con la libertad de mezclar un estándar tradicional de belleza femenina con retoques finales que son populares en las culturas negra y latina, como los bordes con gel. Es una libertad que para algunas personas significa un avance en un deporte cuyas atletas históricamente han sido presionadas para encajar en un ideal de consumo masivo que desde hace mucho tiempo ha beneficiado a las mujeres heterosexuales blancas. Reese es negra.

Sin embargo, la introducción de contratos de nombre, imagen y semejanza (NIL, por su sigla en inglés) en el deporte universitario y un flujo de dinero para mercadotecnia en el baloncesto profesional femenil han sumado intereses de dólares y centavos a las decisiones que toman las jugadoras al momento de arreglarse. En entrevistas con una docena de jugadoras universitarias y profesionales, las mujeres hablaron sobre la forma en que ha cambiado la decisión en torno a cómo expresarse por medio de su apariencia.

“En realidad, nunca había sentido la presión hasta que comenzaron los acuerdos NIL”, comentó Reese, cuyos acuerdos de promoción incluyen a Xfinity, Amazon, Wingstop y una cadena de supermercados del área de Washington D. C.

Dijonai Carrington, jugadora de la WNBA para el equipo Connecticut Sun, usa extensiones de pestañas de visón de 20 milímetros durante los juegos,  (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Dijonai Carrington, jugadora de la WNBA para el equipo Connecticut Sun, usa extensiones de pestañas de visón de 20 milímetros durante los juegos, (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

‘Siento presión para verme de cierta manera’.

Cameron Brink, la alera de Stanford, suele ponerse corrector, gel para las cejas, rímel y tal vez un poco de rubor antes de salir a un partido, pero se burló de la idea de los retoques durante el partido. “Me veo así cuando juego; me voy a aceptar así”, dijo.

Sus bloqueos fueron una pieza clave de la racha de Stanford para llegar a la final de a cuatro de 2022, en el que el equipo perdió contra Connecticut frente a una teleaudiencia de 3.23 millones de personas, un incremento del 19 por ciento en comparación con la temporada anterior y un brinco del 49 por ciento en comparación con 2019, antes de la pandemia de la COVID-19. Sin embargo, Brink también tiene una base creciente de seguidores en redes sociales. Brink publica tutoriales de maquillaje, lo cual le encanta porque considera el maquillaje como un arte. “Me relaja mucho”, comentó. Brink ha tenido acuerdos con ThirdLove, Visible Mobile, la bebida energética Celsius y Portland Gear.

Cameron Brink, jugadora del equipo de básquetbol de la Universidad de Stanford arregla sus pestañas en su dormitorio del campus en California. La introducción de acuerdos de nombre e imagen en los deportes universitarios, así como un mayor marketing para el baloncesto femenino profesional, está agregando dólares y centavos a la decisión de las jugadoras de lucir glamorosas durante los juegos. (Rikki D Wright/The New York Times)

Brink reconoció que sus seguidores —203,000 en Instagram y 62,800 en TikTok— han aumentado al menos en parte gracias a que “juego ese papel de ser femenina y vestirme de manera femenina”.

“Hay presión para que me vea de cierta manera”, comentó Brink, quien es blanca. “A veces se siente bien solo salir, jugar un deporte y no preocuparte de eso”.

El año pasado, la NCAA cambió sus reglas para permitir que los atletas universitarios obtuvieran un beneficio económico de sus acuerdos NIL. Las jugadoras de baloncesto universitario femenil no tardaron en comenzar a superar las ganancias de atletas de varios deportes a excepción del fútbol americano, según la empresa de mercadotecnia Opendorse. Paige Bueckers de Connecticut, quien es blanca, firmó con Gatorade por un estimado de 1 millón de dólares.

Blake Lawrence, cofundador de Opendorse, comentó que las jugadoras de baloncesto universitario habían superado a sus pares hombres en el mercado de los NIL en parte por la manera en que se diferencian mediante su apariencia.

“Están dispuestas a crear contenido; están dispuestas a crear un personaje al que quieres seguir y aplaudir durante un tiempo en la duela, en la pista, en el césped”, comentó Lawrence. “Tal vez lo hagan por medio de cambios en su peinado, cambios en el maquillaje, los accesorios que llevan a la cancha”.

No obstante, con esto puede llegar una presión tremenda para encajar en las nociones tradicionales del atractivo, lo cual agrega una capa más de competencia al baloncesto universitario.

“Compararte con otras personas es difícil: ‘Mira, esta chica es muy bonita; mira, ella se ve muy linda’”, opinó la guardia de Oklahoma Kelbie Washington.

Tiffany Mitchell. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Tiffany Mitchell. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

‘Las mujeres deben ser mucho más vendibles que los hombres’.

Los índices de teleaudiencia de los juegos universitarios y de la WNBA, así como los perfiles de las jugadoras —algunas de las activistas de la justicia social más visibles y que más se manifiestan en los deportes— están explotando.

Dentro de esa explosión, Victoria Jackson, una historiadora de los deportes en la Universidad Estatal de Arizona, considera que las jugadoras están dando un giro generacional, están replanteando las normas. “Las atletas mismas se están enfrentando a ideas históricas de lo que significa ser una atleta y qué es aceptable que hagan las atletas”, comentó Jackson, quien agregó que la WNBA es “un buen ejemplo” de eso.

Nefertiti A. Walker, profesora titular de Gestión Deportiva en la Universidad de Massachusetts, campus Amherst, y exjugadora de baloncesto universitario, mencionó que las jugadoras no sienten necesariamente que deban encajar en los estándares usuales.

Dijonai Carrington muestra su brillo labial y el retoque de sus uñas mientras espera en la concentración de su equipo en Indianapolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Dijonai Carrington muestra su brillo labial y el retoque de sus uñas mientras espera en la concentración de su equipo en Indianapolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

“Lo que se está dando es que ahora sin duda hay atletas que podrían sentir que está bien representar su género de una forma distinta, debido a los cambios que hemos visto en el deporte universitario —todas tienen noches del orgullo LGBTQ; hay matrimonios homosexuales ahora—, todos estos cambios que han ocurrido en su vida”, comentó.

Eso podrá ser cierto en la duela, pero una edición reciente de trajes de baño de Sports Illustrated sugirió una visión más angosta del atractivo sexual, el cual puede ser un factor importante en la mercadotecnia. La revista incluyó a cinco jugadoras de la WNBA en bikinis y trajes de baño de una sola pieza con recortes.

Courtney Williams, una guardia considerada de las mejores de la nación que juega en el Connecticut Sun, comentó en Twitter que la sesión habría sido mejor si hubieran incluido a una jugadora en brasier deportivo y shorts holgados. “Hay más de una manera de verte sexy y espero que en el futuro podamos tener más acceso a esto”, opinó.

Jonquel Jones fue la mejor jugadora de la WNBA en 2021. “Si no encajas en el estereotipo normal de lo que es femenino o de lo que ‘debería ser’, pierdes oportunidades”, escribió Jones en una publicación de Twitter de agosto de 2020. “Las mujeres deben ser mucho más vendibles que los hombres”.

Tiffany Mitchell, jugadora de la WNBA para Indiana Fever. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Tiffany Mitchell, jugadora de la WNBA para Indiana Fever. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

Las jugadoras de la WNBA, con un salario base máximo de unos 230,000 dólares, ganan mucho menos que sus pares millonarios de la NBA, por eso el dinero de la mercadotecnia es todavía más importante. La WNBA tiene una reserva de 1 millón de dólares que debe gastar en acuerdos de mercadotecnia para las jugadoras y cada uno de los equipos debe gastar entre 50,000 y 100,000 dólares al año en acuerdos de mercadotecnia para las jugadoras. Cualquier cantidad no gastada se suma a la siguiente temporada además del mínimo.

La liga declaró que elige a las jugadoras para participar en iniciativas de mercadotecnia con base en una variedad de factores: rendimiento en la duela, una marca personal consolidada con una base de seguidores activa y la disposición para viajar y participar en eventos de la liga.

‘Cuando me veo bien, me siento bien, juego bien’.

Apenas en quinto grado, la madre de Deja Kelly la alentaba a crear un peinado distintivo.

“Le llamaba un ‘peina DI’: si quieres triunfar como DI, debes verte como si quisieras ser DI”, comentó Kelly.

Kelly adoptó una cola de caballo muy ajustada hacia atrás o un moño como sus peinados preferidos. En la actualidad, su rutina para emperifollarse —extensiones de pestañas, un moño apretado y bordes detallados— “nunca ha afectado mi desempeño”, como la máxima anotadora de la temporada pasada para la Universidad de Carolina del Norte, campus Chapel Hill. Kelly ha recibido patrocinios de Dunkin’, Beats by Dre, Forever 21 y la bebida deportiva Barcode, entre otras marcas.

“Para mí, cuando me veo bien, me siento bien, juego bien”, comentó Kelly. “Siempre me enorgullezco de ello”.

Tiffany Mitchell, jugadora de Indiana Fever de la WNBA (la división femenina de la NBA), reflejada en un estuche de maquillaje en el vestuario del equipo, en Indianápolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)
Tiffany Mitchell, jugadora de Indiana Fever de la WNBA (la división femenina de la NBA), reflejada en un estuche de maquillaje en el vestuario del equipo, en Indianápolis. (Gabriella Angotti-Jones/The New York Times)

Walker, la profesora de Gestión Deportiva, comentó que sus estudios en el deporte femenil apuntaban a una tendencia: las mujeres en el baloncesto están demostrando una mayor agencia y autodeterminación al arreglarse.

“Muchas jugadoras de baloncesto se sienten libres para expresarse, para desenvolverse de una manera estética con la que pueden lograr lo que quieran lograr”, mencionó Walker. “A veces subestimamos cuán entendidas son para los negocios, en particular en esta época”.

© 2022 The New York Times Company

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