Harry Kane y el poder de los logros individuales

Resulta que el récord había estado dando vueltas en la mente de Harry Kane. Los jugadores siempre insisten en que son ajenos a estas cosas, que las consideran poco más que efemérides estadísticas. Por lo general, solo cuando obtienen el logro y cumplen el reto, admiten lo que es evidente a todas luces.

Kane ha pasado una parte considerable de esta temporada bisecada y desarticulada esperando y preguntándose. Tenía el aire de un jugador que estaba contando hacia atrás en lugar de hacia adelante. Cada gol que marcaba con el Tottenham no se sumaba a su cuenta de la campaña, sino que se restaba de un déficit histórico.

Nadie había marcado más goles con los Spurs que Jimmy Greaves, el hábil e implacable delantero que fue la estrella del equipo dorado del club en la década de 1960. Su marca —un total de 266 goles— duró más de medio siglo. En los últimos años, nadie había estado cerca de superarla: ni Vincent Janssen ni Steffen Iversen ni Chris Armstrong.

Y entonces llegó Kane, un delantero de la cantera, aficionado de la infancia, capitán de Inglaterra. Empezó la temporada con 248 goles, la inmensa mayoría de ellos en la Liga Premier, 18 por detrás de Greaves, a 19 de ser el único poseedor del récord. Se presumía que Kane lo iba a romper, tarde o temprano. Para cuando todo se detuvo por el Mundial, la diferencia era mínima: cinco más para igualarlo, seis para superarlo.

Kane empató un lunes por la noche, contra el Fulham, y por fin llegó su momento el domingo pasado. En realidad, fue un momento apropiado: no porque, como él mismo lo dijo, marcó el tanto que le aseguraba un lugar en la historia contra el Manchester City, “uno de los mejores equipos del mundo”, sino porque lo hizo con un gol arquetípico de Kane, un resquicio súbito de espacio, un solo toque, un remate infalible.

Hay que aceptar que el fútbol no les da a estos momentos la pompa que le dan otros deportes. Esta semana, la NBA no solo contó con la presencia de Kareem Abdul-Jabbar cuando LeBron James batió su récord de más puntos anotados, sino que permitió que el partido —entre los Lakers de Los Ángeles y el Thunder de Oklahoma City— se detuviera para celebrar una breve ceremonia. Tras el logro de Kane, solo apareció su nombre en la pantalla gigante del Tottenham. “Felicidades, Harry”, se leía.

No obstante, eso fue suficiente para Kane. “Es surrealista”, dijo después. “Se ha hablado mucho de ello y yo quería hacerlo lo más pronto posible. Es un sentimiento especial. No podía pedir más. Jimmy fue uno de los mejores delanteros que haya pisado un campo de fútbol, así que me parece increíble tan solo que me mencionen en su compañía. Superarlo es un sueño hecho realidad”.

Se podría argumentar que el siguiente récord en la mira de Kane es todavía más significativo. Gracias a su gol contra el City el domingo pasado, Kane se convirtió en el tercer jugador de la historia en marcar 200 goles en la Liga Premier. Con el viento a favor, debería ser el segundo máximo goleador de la competencia cuando llegue la primavera; ahora, Wayne Rooney solo le saca una mínima aventaja, con 208 anotaciones.

Tendrá que esperar un poco más para superar al actual líder goleador. Alan Shearer marcó el último de sus goles en la Liga Premier en abril de 2006, de penalti, en una contundente victoria del Newcastle contra el Sunderland. Pocos minutos después sufrió una lesión que acabó costándole los últimos partidos de su gira de despedida.

Shearer nunca se ha lamentado de que habría podido aumentar su cuenta goleadora; que se despidiera marcando contra los rivales más acérrimos de su equipo siempre le ha parecido la conclusión perfecta. Además, 260 goles —sin contar los 23 que anotó antes de que se creara la Liga Premier— no era una mala cuenta final, después de todo.

Curiosamente, a pesar de todo lo que consiguió, nunca dio la sensación de que Rooney fuera a alcanzar a Shearer. A partir de ahora, Kane debería hacerlo. Solo tiene 29 años. La convención sugiere que, siempre que evite lesiones importantes, le quedan otros cuatro años antes de que se le considere un veterano ilustre. A su ritmo actual, podría alcanzar a Shearer al final de la próxima temporada.

Podría darse el caso de que la Liga Premier esté viendo al mayor goleador de la historia en Kane. Sin embargo, si es importante o no, al parecer depende de a quién se le pregunte.

Hay una corriente de pensamiento, a la que se le ha escuchado de manera significativa en la última semana, que afirma que Kane cambiaría no solo su estatus de máximo goleador del Tottenham, sino la oportunidad de superar a Shearer por tener una sola medalla en la vitrina de su casa: un título de la Liga Premier, una Liga de Campeones, una FA Cup, la otra.

Eso tiene Kane al alcance de sus manos: no solo un capricho estadístico fugaz, sino un trozo de una historia que es toda suya, algo que perdurará mucho después de que haya terminado su carrera. Sin duda, él preferiría que lo acompañara algo más tangible, una pieza de plata y oro, algo que se pueda montar, enmarcar y admirar, un triunfo compartido con sus compañeros de equipo, con su familia, con sus correligionarios del Tottenham.

Sin embargo, haber anotado más goles que nadie con el Tottenham y ser el jugador con más goles en la Liga Premier no es ninguna nimiedad. Garantizan que el nombre de Kane resuene, resonante y orgulloso, mucho después de que se haya quedado en el pasado. Y, en muchos sentidos, esa es la máxima forma de la gloria.

Marschando juntos

Adiós, pues, a Jesse Marsch, el oriundo de Wisconsin que se va después de once meses como entrenador del Leeds United sin que se le llore ni eche de menos. Su destitución, tras una racha de siete partidos sin ganar en la Liga Premier, se sintió desagradable pero inevitable: a final de cuentas, así funciona el fútbol.

Sin duda así lo percibieron los aficionados del club. En particular, no se volvieron hostiles con Marsch porque se hubieran puesto en su contra; en general, tenían la sensación de que veían lo que intentaba hacer. Simplemente no había funcionado. Marsch puede sentir una especie de orgullo de que su despido no haya provocado un gran placer.

Ahora no se sabe a ciencia cierta hacia dónde ira el Leeds: el club ha fracasado al menos en dos intentos por atraer a posibles sustitutos, Raúl González y Andoni Iraola, y se enfrenta a la difícil tarea de persuadir a un tercero, el neerlandés Arne Slot, para que abandone el Feyenoord a mitad de temporada.

Quienquiera que asuma el cargo tendrá, por lo menos, una plantilla competitiva que moldear, sobre todo el centro del campo estadounidense —Tyler Adams y Weston McKennie—, que Marsch acababa de completar. A este equipo del Leeds le alcanza para evitar el descenso; que esté enfocado en eso demuestra en primer lugar lo competitivos que son los puestos medios y bajos de esta temporada de la Liga Premier.

Para Marsch, el futuro parece un poco más definido. Tiene un mejor currículum que el de cualquier entrenador estadounidense de su generación: experiencia en la Liga Premier y en la Bundesliga con el Leeds y el RB Leipzig, respectivamente, y en la Liga de Campeones con el Red Bull de Salzburgo. En otras palabras, sería un candidato ideal para cualquier puesto de alto nivel que pudiera estar disponible en equipos de su país.

Todo depende del momento

En silencio, sin el deseo de causar revuelo, la Liga Premier subió un comunicado a su sitio web el lunes por la mañana. No era nada importante, ni un motivo de alarma, simplemente la liga de fútbol más popular del planeta acusó a su campeón en serie, su gran superpotencia moderna, de llevar más de una década incumpliendo las reglas financieras de la liga. La Liga Premier sugirió que todo el éxito del Manchester City algún día podría merecer un asterisco.

Tres días después, salió una noticia distinta, diseñada para ser lo más ruidosa y atractiva posible. Un consorcio de inversionistas cataríes anónimos estaba a punto de presentar una oferta por el Manchester United, el club que consideran la “joya de la corona” del fútbol mundial.

Hay que decir que no hubo mayor detalle. No está claro quiénes son los dueños potenciales —aparte de que, al parecer, no están vinculados de ninguna manera con el Estado catarí, por si alguien se lo preguntaba—, ni siquiera qué probabilidades hay de que se acepte la posible oferta. Los dueños actuales del United le han dado instrucciones a Raine, el banco de inversiones, de que encuentre un comprador. Uno podría imaginar que no es terrible para ninguno de los dos que se haga público de forma imprecisa que hay un misterioso pretendiente de una nación que se cree que está inundada de efectivo.

No obstante, justo en este momento, resulta curioso leer los planes del misterioso grupo para el club. Tal vez suene a perogrullada —hablar con los aficionados sobre la remodelación del Old Trafford, querer que su posible adquisición sea “por el bien de la comunidad”, la intención de entregarle a Erik ten Hag, el entrenador del United, una gran cantidad de dinero para jugar en el mercado de transferencias—, pero hay que recordar que alguien lo divulgó, en algún momento.

El Manchester United no necesita una inyección de dinero para hacer fichajes espectaculares y caros. Hace menos de seis meses le pagó al Ajax 100 millones de dólares por Antony. En todo caso, desde hace tiempo lo que necesita es una estructura interna más convincente y un departamento de visores más moderno y eficaz (para ser justos, a últimas fechas el club ha progresado de forma considerable en este sentido).

Sin embargo, este no es exactamente un argumento convincente para ganar la aceptación de los aficionados, así que quienes planeaban comprar el club hicieron lo que siempre hacen los inversionistas potenciales: prometer el gasto de grandes cantidades de dinero en nuevos jugadores y decirles a los aficionados lo que se supone que quieren oír.

Por supuesto que no hay ninguna razón para creer que lo harían con el mismo método que en teoría ha empleado el City. No obstante, debido a la cercanía de los dos acontecimientos, fue difícil no cuestionar que el fútbol podría estar mejor si el gasto de dinero no se considerara la tarjeta de presentación de un dueño deseable, si no fuera un reflejo preponderante, si no fuera lo primero que alguien promete.

c.2023 The New York Times Company