Guillermo Ochoa, el portero que en cada Mundial se transforma en Neuer y Casillas

Guillermo Ochoa atajando un cabezazo de Neymar en Brasil 2014. (REUTERS/Kai Pfaffenbach)
Guillermo Ochoa atajando un cabezazo de Neymar en Brasil 2014. (REUTERS/Kai Pfaffenbach)

Un gigante llamado Memo Ochoa está por despertar. Lo hace cada cuatro años. Sus rizos inconfundibles y los vuelos que emulan a Superman están a la vuelta de la esquina. Ya lo vimos en Brasil 2014 y Rusia 2018. Nosotros, en México, lo conocemos muy bien. Sabemos que es un portero propenso a la irregularidad: ¿cuántas veces nos hemos preguntado cómo entró en su arco ese balón que parecía inofensivo?

Tenemos claro, también, que el juego aéreo no es su fuerte y que los penales son un gol en contra garantizado cuando él está bajo palos. Pero algo le pasa cuando la fiebre mundialista invade su cuerpo. Cada vez que el festival futbolero más grande toca las puertas, Paco Memo experimenta un cambio radical que lo hace mutar. Por dos o tres semanas, Ochoa deja de ser ese portero irregularmente necesario para convertirse en una muralla.

En el extranjero lo saben muy bien. No tienen idea de dónde juega Ochoa durante cuatro años, pero saben que llegada la magna justa su presencia será inevitable. Y, a juzgar por lo que conocen y opinan de él, la estima que le tienen es muy alta, pues consideran que el portero del América se convierte en una mezcla de Iker Casillas con Manuel Neuer cada vez que viste el suéter de México en Campeonato Mundial.

Ese prestigio no se lo ha ganado de a gratis. Ochoa es, en realidad, un portero hecho para los Mundiales. Le tocó comer banca en Alemania 2006 y en Sudáfrica 2010. En teoría, se segundo mundial sería también el que lo vería estrenarse como titular en el arco tricolor, pero un par de errores chuscos en los meses previos hizo cambiar de opinión al entonces entrenador nacional, Javier Aguirre, que decidió darle el sitio de honor al veterano Óscar “Conejo” Pérez.

El gran momento de Paco Memo se pospuso cuatro años. A Brasil 2014 llegó tras ganarle una reñida carrera a Jesús Corona. En el primer partido completó una sólida actuación ante Camerún. Pero en el segundo partido todo explotó. Ochoa estampó para siempre su nombre en la historia de los mundiales. En Fortaleza, contra Brasil, el portero del Tri se robó las miradas del mundo entero. Una espectacular atajada a un cabezazo de Neymar convirtió a Ochoa en algo cercano a héroe nacional. En ese mismo partido hizo otras atajadas dignas de recuerdo que valieron el 0-0 final con el que México salió vivo del infierno local.

También tuvo destacadas atajadas en los partidos contra Croacia y Países Bajos, pero justamente el sueño azteca murió en ese recordado cotejo contra los neerlandeses que se definió con un penal provocado por la falta de Rafa Márquez sobre Arjen Robben. A la par de una carrera sin luces en Europa, Ochoa tiranizó el arco de la Selección durante todos estos años: nadie le ha podido quitar la titularidad. La mística que lo acompaña en cada Mundial quedó patentada en Rusia 2018.

Ochoa transmitió la confianza que tanto niega en partidos normales desde el principio. Fue clave para la victoria de México contra Alemania. Cierto es también que ante Suecia no pudo hacer nada para evitar la caída por 3-0, pero ya en Octavos, de nuevo ante Brasil, sus guantes evitaron que la Selección se despidiera del Mundial con una humillante goleada. Porque eso también es verdad: al final, sus grandes reflejos no han evitado que el equipo nacional vuelva a casa con la mirada baja.

Es increíble pero cierto: ese portero que vemos en los Mundiales es el mismo que cada semana amenaza con el autosaboteo. Todo está contenido en los mismos guantes: allí donde se le escapan balones de las manos, y sus salidas generan todo tipo de miedo en compañeros y afición, Guillermo Ochoa se convierte en un portero de élite, en una mezcla de los mejores del mundo en uno solo. Ya casi es hora.

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