Arantxa Sánchez Vicario no necesita hacer de menos a Garbiñe Muguruza para ser una leyenda

PARIS, FRANCE - JUNE 04:  Foirmer player Arantxa Sanchez Vicario of Spain looks on following the Ladies Singles final match between Serena Williams of the United States Garbine Muguruza of Spain on day fourteen of the 2016 French Open at Roland Garros on June 4, 2016 in Paris, France.  (Photo by Julian Finney/Getty Images)
Photo by Julian Finney/Getty Images

A veces, da la sensación de que no hablamos lo suficiente de Arantxa Sánchez-Vicario. En ello pueden tener que ver años y años de sobreexposición mediática no siempre relacionada con el deporte y el continuo emerger desde su retirada de figuras clave en el tenis español, pero no deja de haber algo injusto en el tratamiento hacia esta auténtica leyenda. Arantxa no solo ganó cuatro Grand Slams (tres Roland Garros y un US Open) sino que lo hizo ante verdaderas estrellas de la historia del tenis: Steffi Graf en dos ocasiones, Monica Seles y la francesa Mary Pierce ante su público.

Aun así, hay algo más importante que sus triunfos puntuales. Algo más importante que sus picos de forma: su regularidad. Arantxa ganó Roland Garros en 1989 y lo ganó en 1998. En medio, tuvo que luchar contra una Navratilova crepuscular pero aún muy competitiva, contra las citadas Graf y Seles, contra Gabriela Sabatini y Conchita Martínez e incluso contra las jovencísimas por entonces Venus y Serena Williams... sin olvidar, por supuesto, al fugaz pero intenso fenómeno Martina Hingis. Arantxa no solo fue número uno del mundo, sino que lo fue en una década sin igual para el tenis femenino.

Es normal, por tanto, que quiera reivindicarse de vez en cuando. Por ejemplo, en la edición de este jueves del diario Marca, cuando aún no se sabía del triunfo de Muguruza en las WTA Finals, Arantxa daba una larga entrevista en la que venía a decir que, efectivamente, ella no había ganado nunca ese trofeo... pero porque lo tuvo más difícil: en aquella época, jugaban las mejores dieciséis tenistas, no había liguilla sino eliminación directa y los partidos se jugaban a cinco sets. Solo en 1993, consiguió llegar a la final, donde perdió con la arrolladora Steffi Graf en cuatro mangas.

Por supuesto, la catalana tenía razón. Ella no tuvo la oportunidad de jugar unas WTA Finals con el margen de poder perder el primer partido sin consecuencias y sus rivales nunca fueron Kontaveit, Badosa ni Krejcikova, con el debido respeto a las tres. Otra cosa es que sea el momento de decirlo. Queda mal, y mucho peor cuando el día de la publicación es el día que conocemos la victoria de madrugada de Muguruza. Parece como si a Arantxa le sentara mal que otra española haya conseguido lo que ella no consiguió jamás y necesite justificarlo, incluso hacer de menos lo logrado por Garbiñe. Sería pensar muy mal ver una relación entre este desprecio y el hecho de que la entrenadora de Muguruza sea... Conchita Martínez. Sinceramente, no creo que vayan por ahí los tiros.

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Es indudable que, de todas las WTA Finals que a uno se le vienen a la cabeza, esta era probablemente la más abierta por el bajo nivel de sus competidoras: no estaba Ashleigh Barty, no estaba Naomi Osaka, no estaba Simona Halep, no estaba Serena Williams, no estaban Leylah Fernandez ni Emma Raducanu... En definitiva, entre las ocho clasificadas, sumaban tres torneos ganados de Grand Slam y dos los había ganado la propia Garbiñe, el último hace cuatro años. Ahora bien, uno puede pensar lo que quiera, pero al final el palmarés pondrá lo que pondrá y es justo que así sea. ¿Qué hacemos, le quitamos el título a Garbiñe porque no le ganó en la final a Chris Evert? En cada torneo juega quien juega y se gana a quien se puede ganar. A las que no participan, obviamente, es imposible.

Garbiñe fue, con mucho, la mejor tenista de esta edición, y aquí hay que recordar lo mismo que recordábamos con las ATP Finals: a este torneo no te invitan, este torneo te lo ganas. Si luego las demás rivales son mejores o peores, que espabilen ellas. Tú estás ahí porque has sido una de las ocho mejores del mundo ese año y si, además, ganas con cierta facilidad, no hay ni un "pero" que ponerte. Cada época tiene sus campeonas y, lo mismo que Arantxa lo fue en una época mítica, Garbiñe lo está siendo en una más irregular, por llamarlo de alguna manera. Intentar jugar a intercambiar rivales es absurdo.

Y lo es más, insisto, cuando esa comparación llega de parte de una de las interesadas. No tiene sentido. Uno no se imagina a Miguel Induráin diciendo "claro, es que Contador no tenía que luchar contra Pantani". Pues no, claro, pero tenía que luchar contra Chris Froome, que no es poca cosa. Arantxa ha sentido por un momento que se la hacía de menos y decidió hacer de menos ella a Muguruza. No era necesario. La figura de la ex-tenista es tan grande que no necesita de este tipo de reivindicaciones. Está muy por encima de unas WTA Finals o comoquiera que se llamaran en su época. Llevó el tenis femenino (junto, a un menor nivel, a Conchita Martínez) a un nivel desconocido. Nos tuvo a todos una década delante de la tele y, aparte de sus triunfos colectivos, nos regaló multitud de slams en dobles y unas cuantas medallas olímpicas.

Aunque, por lo que fuera, Garbiñe ganara más slams que ella (improbable, pero quién sabe), nunca estaría a su altura histórica. Eso se sabe, no hace falta recordarlo. Arantxa fue la pionera. Fue la que, con diecinueve años, se plantó en la final de Roland Garros y ganó a una Steffi Graf que llevaba cinco grandes del tirón y había ganado 6-0, 6-0 la final del año anterior. Eso ya no se va a repetir. ¿Es posible que haya quedado como una figura más del papel cuché que de las páginas de deporte? Es posible, pero eso cambiará, por supuesto. Demos tiempo a la memoria y espacio al éxito de las demás. Así ha sido siempre y así debe ser.

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