Esteban Torres, el jockey que paso de jugar al fútbol por plata y ser ayudante de albañil a ganar su primer gran premio en Palermo

Esteban Torres, sobre Nievre, logró su triunfo más importante en el Gran Premio República Argentina (G1)
Hapsa

La imagen de Esteban Torres emocionado hasta las lágrimas en la montura del caballo Nievre, un puñado de minutos después de haber llegado delante de doce rivales, excede hasta al propio jockey. Esa victoria del domingo pasado en el Gran Premio República Argentina, en la arena del hipódromo de Palermo, representa un sueño alcanzado luego de casi 16 años de perseguirlo y levantarse una y mil veces en el intento.

Su primer triunfo en una carrera de Grupo 1, el máximo nivel internacional, entregó un retrato que está en las antípodas de lo que el mismo jinete relataba el 25 de agosto de 2015, cuando se sacó la primera foto en un podio jerarquizado y veía que un éxito de los más grandes estaba en camino. “Mi emoción va por dentro, no exteriorizo demasiado”, sostenía aquella tarde luego de adjudicarse el Clásico Diego White (G3) con la potranca Pepper’s Pie, en La Plata. Debió esperar casi siete años más para aferrarse a un trofeo premium, y justo lo consiguió en la prueba para ejemplares adultos más importante del escenario porteño.

El Gran Premio República Argentina

En 2004, Torres dejó Frías, la ciudad santiagueña en la que nació, creció y donde le tomó el gusto a las carreras de caballos. Allá comenzó a competir informalmente en su adolescencia, cuando “había que ganarse unos mangos para vivir”. Antes de viajar a Buenos Aires, su vida transitaba entre “las cuadreras en calles de tierra, el fútbol por plata y unas pocas jornadas como ayudante de albañil”, recuerda quien el 28 de julio próximo cumplirá 37 años.

Ser jockey ya lo apasionaba. Y su pasión en una provincia con poca actividad por entonces lo obligaba a salir de una zona que estaba lejos de ser de confort. Por eso, cuando podía viajaba a Catamarca, donde las carreras tampoco eran de lo más frecuente y, si bien quedaba a unos 70 kilómetros de su casa, el camino por ruta demoraba más de dos horas. Los partidos en el barrio eran un placer juvenil sin la proyección que tenía en la cancha jugando en la posición de lateral. Las tareas en las obras eran un legado, el trabajo de su padre. “A mí me gustaron siempre los caballos, y mucho”, subraya Esteban, siempre, a quien quiera escucharlo.

Su viaje en 2004 no fue casual. Ese año reabrió la Escuela de Aprendices de San Isidro, donde comenzó a cursar y fue parte de la primera camada que salió a las pistas tras la reapertura de esa institución. Desde su debut oficial en julio de 2005, “Chuchu” corrió casi 5700 carreras y alcanzó 382 victorias, de las cuales apenas ocho fueron este año. Pese a eso, cuando comenzó 2022 podía imaginar que algo bueno estaba por llegar: había empezado con el pie derecho al vencer en la primera que corrió, el 7 de enero en San Isidro.

Esteban Torres, acompañado por su hijo, levanta su copa luego de ganar el Gran Premio República Argentina (G1), en Palermo
Hapsa


Esteban Torres, acompañado por su hijo, levanta su copa luego de ganar el Gran Premio República Argentina (G1), en Palermo (Hapsa/)

Esteban vivió en un stud en Palermo en el que trabajaba con el preparador Walter Suárez hasta 2006, cuando se mudó a Boulogne junto a Paola Cor, cuyo padre, Miguel, fue quien trajo a Torres a Buenos Aires, se volvió a Santiago y les dejó la casa. Paola es todavía su pareja y la madre de sus dos hijos.

Graduado en 2007, la etapa profesional no fue sencilla. Después de que dejan de descargar kilos (la ventaja que tienen los jinetes hasta lograr 120 triunfos y recibirse) hay menos trabajo en los hipódromos principales para los aprendices, salvo algunas excepciones. Torres no la fue. Así, durante un tiempo estaba pendiente de ir a competir al interior, escuchaba ofertas.

Torres es quien se fracturó una muñeca la semana siguiente a salir ileso de una cuádruple rodada en San Isidro en 2008, en la que significó la última competencia en el país del peruano Jacinto Herrera (volvió a montar en 2014 en los Estados Unidos). Es, también, el que en 2011 ganó la primera competencia no oficial que hizo Palermo en su pista de césped previo a la inauguración de esa cancha. No ha pasado inadvertido en su desafío de seguir el instinto, pese a tener pocos flashes encima habitualmente.

El festejo tras la victoria de Nievre, montado por Esteban Torres; en los extremos, de frente, el propietario Rodolfo Bor y el entrenador Edgardo Martucci (der.)
Hapsa


El festejo tras la victoria de Nievre, montado por Esteban Torres; en los extremos, de frente, el propietario Rodolfo Bor y el entrenador Edgardo Martucci (der.) (Hapsa/)

Entre Pepper’s Pie y Nievre, un voluminoso caballo con apenas cinco carreras corridas que despertaba mucho entusiasmo por lo que proyectaba su crecimiento pero carecía de experiencia clásica, existe un hilo rojo en el entrenador de ambos, Edgardo Martucci, al que tampoco le alcanzaron las medallas para sostenerse cuando la moneda cayó de canto. “El dueño de Nievre reapareció en mi vida en un momento que estaba pensando si seguir adelante con los caballos o largar todo”, confesó Gardy, que formó varios campeones en su oficio desde la década del ‘80. Fue un encuentro fortuito en un restaurante en 2019. Luego, se sostuvo el vínculo pese a que la pandemia por el Covid-19 obligó a suspender las competencias durante casi medio año. El stud de Rodolfo Pedro Bor, un propietario ligado al turismo, resistió y, tras las reaperturas de los hipódromos en 2020, ganó su primer gran premio, el Selección, con la potranca Mumy Beach, también en los 2000 metros de Palermo.

Pese a todo, jinete y cuidador siempre estuvieron a la par. “Agradezco a la confianza del entrenador, al que en alguna etapa estuve sólo galopándole o corriéndole muy poco, pero siempre me tuvo presente para el trabajo y cada vez que puede me da montas. Es el resultado del sacrificio y de correr detrás de los sueños”, dijo Torres. Tras quedar último en la largada, había ganado con Nievre por una cabeza. Como en el tango de Gardel, pero a su favor. Su noble potrillo, como Torres, no aflojó al llegar.