España descubre de repente que Qatar 2022 no es Sudáfrica 2010

Soccer Football - FIFA World Cup Qatar 2022 - Group E - Spain v Germany - Al Bayt Stadium, Al Khor, Qatar - November 27, 2022 Spain coach Luis Enrique talks to Sergio Busquets after the match REUTERS/Albert Gea
El seleccionador Luis Enrique habla con Sergio Busquets, único superviviente español del Mundial 2010, antes del partido contra Alemania (REUTERS/Albert Gea)

A veces, no es posible presumir de todo. España se ha plantado en Qatar con una selección jovencísima. Tan joven como para que Gavi se convirtiera en el primer chico de dieciocho años en marcar en un Mundial desde Pelé en 1958, que no es poca cosa. Pese a la presencia de los Alba, Carvajal o Busquets, el resto del equipo que jugó el miércoles contra Costa Rica y el domingo contra Alemania es de una juventud asombrosa. Cuando decimos cosas como "pero si estos chicos deberían estar viéndolo por la tele" es por algo. Y, a veces, se nota.

Uno podría resumir el primer partido del grupo con un verso de Roberto Bolaño: "Tenían veinte años y estaban locos". La locura de la juventud, el rayo de la inconsciencia es algo maravilloso. Un disparo de Dani Olmo que da en el poste y el travesaño, una internada de Ferran Torres, la omnipresencia de Pedri cuando el equipo tiene el balón, la de Gavi cuando el equipo lo pierde... Luis Enrique apostó en su momento porque España fuera un equipo insolente porque entendió que no podía ser otra cosa. Los resultados le han dado la razón. No vayamos a pedir, además, que sea fácil.

Porque fácil no puede ser, claro. En el partido contra Alemania, especialmente después del gol de Morata -otro de los pocos miembros de la "generación perdida" junto a Koke, quizá, y poco más-, el aficionado y la prensa se perdieron en las cuentas y la complacencia. Por un momento, pensaron que esto era Sudáfrica y que estábamos en 2010, ignorando todo lo que separa a aquel grupo de este e ignorando incluso que la mejor selección española de todos los tiempos consiguió meterse en octavos en el último partido y por un gol.

Mientras Juan Carlos Rivero explicaba los siguientes pasos de gloria -error que, probablemente, cometimos todos en nuestra casa- los chicos seguían teniendo veinte años y sí, seguían estando locos e intentaban ser insolentes, pero, por primera vez en Qatar, se enfrentaban a la adversidad: el rival tenía más hambre, más necesidad, más experiencia, más determinación. La última media hora de España fue espantosa, pero es que los alemanes jugaron como si estuvieran eliminados (no lo estaban) y con una intensidad que a nuestra selección aún le cuesta neutralizar.

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Porque, ¿qué pasó cuando España dejó de mandar y fue el contrario el que se lanza en tromba a nuestra portería? Pasó que faltó oficio. Que los pasillos de contención de los que tanto hablaba Luis Aragonés y de los que tanto se benefició Vicente del Bosque dejaron de existir. Que los alemanes llegaron y llegaron como cuchillo en mantequilla y solo un excepcional Unai Simón (25 años) salvaba los muebles con una actuación prodigiosa. Que entró el tembleque y el respeto y algo muy parecido al miedo. Que el caos del que tanto suele disfrutar esta selección se volvió en su contra.

Y lo cierto es que es normal que así sea. Si volvemos a Sudáfrica, que es el único ejemplo que tenemos como referencia porque es el único Mundial en el que hemos pasado de cuartos de final, allí teníamos a una generación en su esplendor competitivo. Gente que lo había ganado todo en el Barcelona, en el Real Madrid, incluso en el Valencia. Un grupo que venía de ser campeón de la Eurocopa y que consiguió dejar su portería a cero en octavos, cuartos, semifinales y final... para volver a hacerlo de nuevo en 2012 en las tres eliminatorias que jugó.

La España de la que presumiremos toda la vida fue una España que no encajó un gol en diez eliminatorias seguidas. Eso, que no lo había conseguido nadie en la historia del fútbol, es muy improbable que se vuelva a conseguir. Y ya sería la leche que lo volviéramos a hacer nosotros diez años después. No, no va a pasar. El barco será suficientemente firme como para competir contra cualquiera, pero tendrá que convivir con la zozobra de los nervios y el vértigo. Ganará mucho, pero no parecerá siempre superior. No se rendirá, eso seguro: no lo hizo ante Italia en semifinales de la Eurocopa ni ante Francia en la final de la Nations League. Tampoco lo hará ahora.

Teniendo todo eso en cuenta, volvamos al principio: están locos, sí, pero esa es un arma de doble filo. Se parten porque ven el segundo cerca y no se conforman con un 1-0 delbosquiano. Despejan al centro cuando siempre hay que despejar a las bandas. Buscan la verticalidad mientras el entrenador les suplica calma en la banda, casi como un director de orquesta. Están creciendo en la altísima competición y solo hay una cosa clara: están preparados. Hubo zozobra, sí, pero no perdieron. Casi nunca pierden, es increíble. Tienen veinte años, diecinueve, dieciocho... pero resisten lo que les echen. Se doblan, sí, pero no se rompen. En treinta minutos, algunos habrán madurado cinco años. De eso se trata, porque lo demás ya lo tienen.

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