Cómo encontró su voz el Arsenal

La Ashburton Army, un grupo de animación del Arsenal inspirado en las barras ultra comunes en el fútbol europeo y sudamericano, reacciona después de que el equipo anota un gol contra el Tottenham en el Emirates Stadium, en Londres, el 1.° de octubre de 2022. (Ben Quinton/The New York Times)
La Ashburton Army, un grupo de animación del Arsenal inspirado en las barras ultra comunes en el fútbol europeo y sudamericano, reacciona después de que el equipo anota un gol contra el Tottenham en el Emirates Stadium, en Londres, el 1.° de octubre de 2022. (Ben Quinton/The New York Times)

LONDRES — La noche previa al juego más importante de la temporada para el Arsenal hasta el momento, unos aficionados se colaron al Emirates Stadium para asegurarse de que todo estuviera en orden. El líder y un puñado de amigos habían pasado semanas trazando sus planes: recaudar dinero, contactar a proveedores, hacer lluvia de ideas para melodías, diseñar imágenes, recortar plantillas, pintar letras con aerosol.

Luego, entrada la noche del viernes, tan solo faltaba algo por hacer. Debían revisar que todos los asientos del Bloque 25 en la grada Clock End del estadio tuviera una bandera, ya fuera roja o blanca, para la culminación de sus planes.

El día siguiente, vieron cómo se hacía realidad su visión. Cuando los jugadores del Arsenal y el Tottenham saltaron al campo del Emirates, el Bloque 25 estaba transformado. “Llegamos, Vimos, Conquistamos”, decía una pancarta. “El norte de Londres es rojo desde 1913”, decía otra, una referencia a la controvertida reubicación del Arsenal a esta parte de la ciudad —y territorio del Tottenham— hace un siglo. Cientos de banderas ondearon bajo un cielo celeste.

El espectáculo apenas duró poco más de un instante, todas esas horas de esfuerzo invertido para un solo momento pasajero, una ensoñación que terminó en cuanto sonó el silbato. No obstante, su impacto duró bastante más.

Después del juego, el entrenador del Arsenal, Mikel Arteta, describió la atmósfera dentro del Emirates esa tarde como “quizá lo mejor que he visto en este estadio en el tiempo que llevo en el club”, una relación que abarca más de una década. Su capitán, Martin Odegaard, también enfatizó el agradecimiento a los aficionados. “Fue increíble jugar ahí”, opinó.

Claro está, en parte, eso se le puede atribuir al resultado: el Arsenal había vencido al Tottenham y una victoria en el clásico del norte de Londres siempre es algo que se debe celebrar. El contexto también ayudó: el triunfo le garantizó al Arsenal permanecer en la cima de la Liga Premier una semana más.

Aficionados del Arsenal ondean banderas mientras los jugadores salen a la cancha del Emirates Stadium, en Londres, el 1.° de octubre de 2022. (Ben Quinton/The New York Times)
Aficionados del Arsenal ondean banderas mientras los jugadores salen a la cancha del Emirates Stadium, en Londres, el 1.° de octubre de 2022. (Ben Quinton/The New York Times)

Sin embargo, este no fue un caso aislado. Más o menos durante el último año, no ha sido poco común que Arteta y los jugadores expresen cuán ruidoso, apasionado y ardiente se ha vuelto el Emirates. Dentro del club, hay una creencia sincera de que la atmósfera estridente es una de las causas de la mejoría del nivel del equipo, no una consecuencia.

En un estadio ridiculizado desde hace mucho tiempo como uno de los más callados del fútbol inglés, un público que había llegado a considerarse una advertencia de los peligros de la gentrificación de este deporte —en esencia, demasiados fifís para impulsar a su equipo— de pronto ha encontrado su voz.

Esa transformación se puede atribuir no solo a la energía y el ímpetu del grupo que se ha formado en torno a un puñado de fundadores —la Ashburton Army, inspirada en las barras ultra comunes en Europa y Sudamérica, pero no tanto todavía en Inglaterra—, sino también a la determinación del mismo club por permitirles resolver un problema que databa al menos de una generación.

Después de todo, la noche previa al partido más importante de la temporada, cuando quisieron dar los últimos toques a su obra, alguien los dejó entrar.

La culpa de la reputación que tiene el Arsenal de ser una especie de club sedado y apagado a menudo recae en la partida de su estadio local de toda la vida en el Highbury para irse al majestuoso y enorme óvalo del Emirates en 2006. Arsène Wenger, el entrenador que supervisó la reubicación, siempre sintió que el Arsenal había “dejado su alma en el Highbury”.

Es un recuento poético y un tanto romántico de la historia, pero tal vez no sea preciso. “La reputación comenzó en el Highbury”, mencionó Ray Herlihy, fundador de RedAction, un grupo que ha trabajado para mejorar la atmósfera del Arsenal durante dos décadas. “Yo empecé en esto en el Highbury. Ahí inició lo del apodo de la biblioteca Highbury”. Resulta que lo único que cambió con la mudanza fue el código postal.

Sin duda, el nuevo estadio acentuó los problemas. Grupos de aficionados que se habían sentado juntos en el Highbury de pronto se encontraron separados. A causa del diseño del Emirates, no había un punto de fuga evidente donde se pudieran reunir los aficionados más ruidosos y fervientes. El Highbury se había jactado de sus polos gemelos del Clock End y North Bank; el Emirates no tenía ningún equivalente natural.

Lo más dañino de todo era la discrepancia entre el costo de los boletos y el éxito del equipo. El Emirates era famoso por ser el hogar del abono más caro para la temporada del fútbol inglés. Cuando los aficionados más jóvenes no pudieron pagarlo, el público comenzó a volverse más viejo. “Durante un tiempo, creo que tuvimos el promedio de edad más alto entre los poseedores de abonos”, comentó Herlihy. “Y no eres igual de animado a los 65 años que a los 25”.

Al mismo tiempo, la suerte del Arsenal estaba menguando. Los últimos años de Wenger estuvieron marcados no por búsquedas de títulos, sino por una lucha anual para calificar a la Liga de Campeones, un declive que dio lugar a un debate amargo e interno en torno a si el francés se había quedado demasiado tiempo en su puesto.

“Hubo una campaña de años para sacar a Wenger”, comentó Remy Marsh, fundador de la Ashburton Army (aunque mencionó que después se “alejó” del grupo). “Había una toxicidad innegable”. Buena parte de esta quedaba registrada todas las semanas en las cámaras de Arsenal Fan TV: una abundancia de diatribas furiosas y riñas entre barras. “Esto arruinó a toda una generación”, opinó Marsh.

Al inicio, la barra Ashburton Army estaba lejos de ser una organización importante. Era un intento por llevar elementos del espíritu ultra al Arsenal —“las demostraciones de los ‘tifosi’, la pirotecnia; siempre estaban cantando, siempre apoyando, y no vi por qué no podíamos tener eso”, comentó uno de los líderes del grupo—, pero tenía su sede en un simple chat grupal. En aquel entonces, la Army apenas tenía poco más de una docena de miembros.

Sin embargo, fue suficiente para llamar la atención del club. El Arsenal no era el único de los clubes de la Liga Premier que intentaba resolver el acertijo que presenta el atractivo global de la liga: cómo mantener la atmósfera cuando el estadio cada vez está más lleno de visitas corporativas y turistas que pasan ahí el día solo para conocer la experiencia en vez de para contribuir a ella.

Su solución podría ofrecer un camino para otros equipos con precisamente el mismo problema. “Alentamos a nuestro personal a escuchar de manera informal a los aficionados”, comentó Vinai Venkatesham, director ejecutivo del Arsenal.

Cuando Marsh le envió un correo electrónico al club para describir lo que esperaba lograr el grupo, los invitaron a reunirse con el equipo de enlace con los aficionados. La Ashburton Army quería seguir siendo independiente, pero el club no solo la toleraría con mucho gusto, sino que también la ayudaría.

Según Venkatesham, la pandemia de la COVID-19 fortaleció esa decisión. “Tuvimos 62 partidos sin hinchas”, mencionó. “Eso nos dio una perspectiva y tiempo para evaluarnos, para preguntarnos si estábamos prestando suficiente atención, si los aficionados sentían que eran el centro de todas las decisiones”.

Para Venkatesham, ver el Emirates “en silencio” todo un año reforzó la idea de que los “fanáticos no son solo un ingrediente del fútbol; son el ingrediente”. Añadió: “Queremos que los aficionados se sientan cercanos y conectados al club. El Emirates Stadium es el epicentro de eso y, desde ahí, se propaga a todo el mundo”.

Herlihy, un veterano de los programas de enlace con los aficionados del Arsenal, desde hacía mucho sentía que el club hablaba de dientes para afuera sobre la idea de escuchar sus opiniones. “Nos endulzaban el oído”, mencionó. “Pero solo nos vendían humo”.

Según Herlihy, eso cambió luego del inicio de la pandemia y la controversia sobre el involucramiento del Arsenal en la efímera Superliga europea. “Ya sabes lo que dicen: las calles no olvidan”, dijo Herlihy. “Después de eso, hubo un verdadero cambio de tono. Se comprometieron como debían con estos asuntos”.

Tras dos décadas de intentos, esta estrategia parece haber funcionado. Nadie se hace ninguna ilusión: por supuesto que sirve que Arteta haya armado no solo un equipo joven y promisorio, lleno de jugadores de la cantera, sino también ganador. No obstante, así como ellos han impulsado la atmósfera del Emirates, la atmósfera los ha impulsado a ellos.

“La Ashburton Army le ha demostrado al resto del estadio cómo se deben hacer las cosas”, opinó Herlihy. Su asiento, del otro lado del estadio, le permite tener una vista perfecta del grupo en acción: 90 minutos de “ruido y movimiento”, cada uno de ellos vestido no con los colores del club, sino con el uniforme negro de cualquier ultra que se respete.

“Hacen lo que todos hacíamos hace años y lo que pensábamos que ya no se podía hacer”, comentó Herlihy. “Van a ver el fútbol con sus amigos y se divierten. Es más divertido pasársela bien en el fútbol”.

c.2022 The New York Times Company