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Las declaraciones de Emma Raducanu retratan sin querer el estado del tenis femenino

SYDNEY, AUSTRALIA - JANUARY 11: Emma Raducanu of Great Britain looks on during the Sydney Classic Tennis match between Emma Raducanu of Great Britain and Elena Rybakina of Kazakhstan at Ken Rosewall Arena on January 11, 2022 in Sydney, Australia. (Photo by Steven Markham/Icon Sportswire via Getty Images)
Photo by Steven Markham/Icon Sportswire via Getty Images

Uno de los mantras que más se ha repetido en los últimos años es que Garbiñe Muguruza no tiene la suficiente fortaleza mental como para ser una estrella del tenis femenino. La hemos visto discutir con su entrenador, tirar partidos que tenía ganados y tomarse descansos para reorganizar sus ideas. Acostumbrados, quizá, a la consistencia granítica de Rafa Nadal o incluso, años atrás, a la de Arantxa Sánchez Vicario, todo eso nos suena raro y sospechoso. Ahora bien, si comparamos con sus propias rivales, Muguruza es una mezcla de Jimmy Connors con Ivan Lendl.

Desde su explosión en 2014, Garbiñe ha acabado entre las diez primeras en cuatro de siete temporadas y su puesto más bajo llegó en 2019, cuando terminó la 36ª del mundo. A lo largo de todos esos años, ha llegado como mínimo a octavos de final de algún torneo de grand slam. Ha sido finalista en cuatro temporadas distintas y, además, viene de ganar el torneo de maestras. Sin duda, podría ser mejor, pero lo que estamos viendo últimamente en el circuito WTA la convierte en una privilegiada y nos obliga a valorar en su justa medida su regularidad en la élite.

Desde el inicio de la cuesta abajo de Serena Williams, el circuito femenino es una continua moneda al aire: en los últimos cinco años -diecinueve torneos- hemos visto quince ganadoras distintas de Grand Slam. Solo han repetido Ashleigh Barty, Naomi Osaka y Simona Halep. De esas quince ganadoras desde 2017, cinco ni siquiera están ahora mismo entre las veinticinco mejores del mundo, sea por lesiones o bajones en su juego. Caroline Wozniacki, directamente, tuvo que retirarse por una extraña enfermedad que le impedía competir.

Esta igualdad absoluta tiene su punto bueno -cada torneo es una incógnita- y su punto malo -da la sensación de que no hay verdaderas estrellas que impongan su ley, que cualquier tenista del montón se puede coronar campeona de un grande-, pero además parece estar influyendo en el estado mental de las competidoras, a las que cada vez se las ve más ansiosas, más afectadas, con más problemas para gestionar la presión que supone mantenerse en una élite tan voluble y de la que todas se sienten parte.

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La madrugada del pasado lunes al martes, tuvimos el extraño episodio de la llorera en pleno partido de Aryna Sabalenka. La bielorrusa, número dos del mundo, estaba jugando su partido de primera ronda en Adelaida contra la sueca Peterson, cuando le entró una crisis con su saque de la que no pudo salir. Después de coleccionar decenas de dobles faltas, Sabalenka decidió empezar a sacar a cuchara y, cuando por fin ganó uno de sus servicios -en blanco, además- en el segundo set, se echó a llorar desconsoladamente, sin poder continuar el partido durante un buen rato.

¿Es eso normal? Obviamente, no. Primero, las crisis de saque en el circuito femenino son habituales y vienen de lejos. A Sharapova, por ejemplo, le pasaba continuamente. Es horrible, te sientes fatal, pero si te pasa en la primera ronda del torneo de Adelaida, pues es algo que normalmente superas. ¿Qué presión tiene encima Sabalenka para reaccionar así? ¿Qué estaba pasando por su cabeza, qué mezcla de frustración y lástima por sí misma la llevaron hasta las lágrimas solo porque temía perder un partido? ¿Puede que las oportunidades generen más inseguridad que un estatus claro y definido?

Horas después, fue Emma Raducanu la que volvió a sorprender con un partido infame -perdió 6-0, 6-1 contra Elena Rybakina- y unas declaraciones en las que parecía un poco de vuelta de todo: "Bueno, me lo tomo como mi primer año en el circuito, intentaré ir creciendo poco a poco". No digo que sea mal método, teniendo en cuenta cómo le ha ido a Raducanu desde que ganó el US Open -cambio de entrenador, nuevo cambio de entrenador, persecución mediática, resultados más que mediocres...-, pero es revelador de lo que es el circuito. Raducanu no solo ganó en Nueva York sino que se paseó: no perdió un solo set en siete partidos del cuadro principal más los tres de la clasificación previa.

Esa Raducanu parecía imbatible. Cuatro meses después se muestra satisfecha por ganar un juego. Es muy difícil saber de nuevo qué está pasando por esa cabeza, como qué está pasando por la de Naomi Osaka o por qué jugadoras tan ilusionantes como Coco Gauff, Amanda Anisimova, Sofia Kenin o Sloane Stephens no consiguen un mínimo de regularidad después de destacar en un grande. Las vemos, nos enamoramos durante dos semanas y no solo es que desaparezcan, es que sufren en esa desaparición. Desde la distancia, es imposible averiguar dónde está el problema, pero ese problema existe. Nos lo muestra Sabalenka, nos lo muestra Raducanu y nos lo muestran tantas otras. Mientras, Muguruza resiste. Quién sabe, si a río revuelto, no acabará engordando un poco más su palmarés.

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