El Real Madrid y la enésima prueba de que la grandeza no tiene precio

Real Madrid venció al PSG en los Octavos de Final de la Champions Leangue. (REUTERS/Susana Vera)
Real Madrid venció al PSG en los Octavos de Final de la Champions Leangue. (REUTERS/Susana Vera)

El Real Madrid es un equipo de otra galaxia. Se rige con otras reglas. No puede ser normal lo que han hecho el día de hoy. Y vaya que tienen acostumbrado al mundo a noches memorables. Lo han normalizado tanto que a estas alturas lo raro no es que hayan remontado: lo verdaderamente raro es que nos siga pareciendo sorprendente. Cuando el Madrid está en la lona, hay que sentir miedo.

Lo de hoy en la Champions League es el ápice de la mística merengue. El Santiago Bernabéu devoró al PSG con todo y sus infinitas luminarias. El acabado Karim Benzema eclipsó al rey y al heredero al trono. Ni Messi ni Mbappé pudieron evitar la hecatombe. Neymar ha olvidado hace mucho tiempo la ambición por ganar. Los dos veteranos, Benzema de 34 años y Luka Modric de 37, devolvieron a los parisinos a su cruel realidad. La grandeza se mira de lejos.

Ancelotti y sus pupilos remaron contracorriente. La noche estaba puesta para una tragedia. Kylian Mbappé apareció a los 39 minutos para validar la lógica de Mauricio Pochettino: los espacios estarían a la orden del día. El atacante galo no perdonó el regalo de Thibaut Courtois, que desatendió su primer poste. Herir el orgullo madridista es un arma de doble filo. Los testigos sobran: la historia del madridismo está repleta de relatos heroicos que atentaron contra toda lógica.

El PSG ya no puede argumentar inexperiencia en las grandes citas. Los petrodólares llegaron en 2011. Han pasado once años y el resultado no cambia. Nasser Al-Khelaifi ha coleccionado tantas frustraciones que ya no le quedan más cartas en la baraja. Lo ha intentado todo. Contrató a los mejores, robó talento a otros equipos, ha llevado a entrenadores de élite. Nada ha sido suficiente. Si el Fondo Soberano de Qatar elige seguir malgastando su dinero, el desenlace será idéntico año tras año.

El Madrid le dio el curso completo al PSG: le ganó, le quitó el dulce de la boca y, por si la humillación no fuera suficiente, también habría convencido ya Kylian Mbappé de vestir la casaca blanca. Y no tuvo que gastar un centavo. Si hace unos meses el jeque rechazó una oferta de 180 millones por su joya, hoy ha visto en primera fila cómo toma el vuelo de adiós definitivo. Mbappé será huésped de la Casa Blanca, de acuerdo con una versión del diario alemán Bild.

Y no llegará para ser la estrella. Que quede claro y que aprenda la lección de hoy. Las figuras del Real Madrid son dos jugadores retirados. Dos foráneos que despertaron dudas incluso cuando lo hacían todo bien. Qué lejanos parecen aquellos días en los que a Karim Benzema le decían Benzemalo. Ninguna muestra de calidad parecía suficiente para llenar el exigente paladar blanco.

Messi después de la eliminación. El argentino no ha podido volver a una Final de Champions desde 2015. (REUTERS/Juan Medina)
Messi después de la eliminación. El argentino no ha podido volver a una Final de Champions desde 2015. (REUTERS/Juan Medina)

Benzema fue acribillado sin piedad. Y lo hacían los madridistas más recalcitrantes. La inteligencia en el juego del Gato siempre era sospechosa. No marcaba los suficientes goles como para merecer la playera del goleador. Bueno, ahí tienen: hat-trick contra el equipo con más opulento de Europa para superar a Alfredo Di Stéfano en la lista de goleadores merengues.

Lo de hoy es una síntesis a la altura de sus facultades. Si decían que no tiene corazón, fue y apretó a Donnarumma para ganar el balón y luego anotar. Que no aparecía en momentos importantes, definición categórica entre seis rivales como espectadores. Le faltaba ángel de ídolo: tomen, de tres dedos y por abajo, como quien se quita el polvo del saco.

Modric estaba acabado. Había que buscarle sustituto, decían. Hoy ningún jugador del mundo podría ocupar su espacio. En la etapa final de su carrera defiende con la determinación de un contención y ataca con la elegancia de un enganche de viejos tiempos. Tenían prisa por jubilarlo y ahora el anciano ha llevado su magisterio al nivel estelar de su carrera.

Luka Modric celebrando el pase del cuadro blanco a los Cuartos de Final de la Champions League. (REUTERS/Juan Medina)
Luka Modric celebrando el pase del cuadro blanco a los Cuartos de Final de la Champions League. (REUTERS/Juan Medina)

Contra eso no estaba preparado el nuevo rico del futbol. La atmósfera era mucho plato para ellos y su pretendida aristocracia. Y cómo no, si el Santiago Bernabéu tiene vida propia. No fue el jugador número doce. Sería muy poco justo decirlo. Su aporte es mucho más trascendente. No existe estadio en el mundo capaz de excitar tanto a sus propios jugadores y de hacer pequeños a los rivales con tanta eficacia.

Es como si los espíritus de todos los ídolos merengues deambularan por las gradas en noches como la de hoy y en un momento de sobresalto decidieran adueñarse de las almas de los jugadores que pisan el verde césped. Los aficionados madridistas quizá no son los más pasionales, pero ni falta que hace: la mística, ese intangible sin precio de venta, siempre hace su trabajo. El Real Madrid dio la enésima prueba de que la grandeza no se compra.

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