El día que Cuauhtémoc Blanco jugó amenazado de muerte y se salió con la suya

Cuauhtémoc Blanco celebra uno de sus goles contra el América de Cali. (Photo by PEDRO UGARTE/AFP via Getty Images)
Cuauhtémoc Blanco celebra uno de sus goles contra el América de Cali. (Photo by PEDRO UGARTE/AFP via Getty Images)

Cuauhtémoc Blanco llegó al Campín de Bogotá amenazado de muerte y se marchó aplaudido. Esa era la magia de su juego. No había que comprenderlo, sólo disfrutarlo. A nadie sorprende el colosal compendio de peleas y provocaciones que supo escribir el último artista mexicano del balón. Pero dentro de las Obras Completas del Emperador Azteca, hay una historia que dibuja con precisión su indómita personalidad.

La faena comenzó en el inmaculado césped del Estadio Azteca el 2 de mayo del 2000. El América de México recibió a su homónimo de Cali. Los colombianos se fueron arriba en el marcador, pero Braulio Luna y el propio Blanco se encargaron de la remontada. La renta era mínima y los viajes a Sudamérica siempre presuponen dificultades. Nadie podía fiarse. El partido quedó perfilado para la bronca: ambos equipos acabaron a los empujones y Blanco llamó “coqueros y narcos” a sus rivales.

Ningún matiz era suficiente para atenuar la tensión. El Cuau no midió sus palabras, lo cual no sorprendió a nadie. Su temperamento siempre fue la delicia de las primeras planas. La factura apenas le esperaba. Una semana más tarde, el América viajó a Bogotá para el partido de vuelta. Los locales no perdonaron las provocaciones del enganche azulcrema. “Cuauhtémoc cabrón, hoy sales en un cajón”, era la consigna de la hinchada caleña.

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El contexto que vivía Colombia, con las guerras intestinas entre gobierno y guerrillas, generó que esas palabras retumbaran más allá del folclore que suele condimentar los partidos en suelo sudamericano. Los ataúdes en las gradas tenían destinatario: el 10 del América. “No tengo miedo. Al contrario, somos once contra once dentro de la cancha”, dijo Blanco antes del partido. El ambiente crecía en tensión: México no estaba acostumbrado a eso. La pasión sudamericana era ajena al Hemisferio Norte.

América llegó a Bogotá protegido por policías. La sugerencia era que Blanco no viajara con el equipo. Incluso su madre se lo pidió, pero eso no estaba en el manual de instrucciones del Temo. Su orgullo jamás le hubiera permitido la ausencia en un día clave. Él se sentía cómodo en la hostilidad. Pertenecía a la extraña estirpe de futbolistas que necesitan el insulto como combustible. Las provocaciones y amenazas lo exaltaban. Se cansó de certificarlo durante toda su carrera.

A la hora de la verdad, el hijo pródigo de Tepito se vistió de torero. Primero marcó de cabeza, como lo había hecho en la ida, para aumentar la ventaja. El América de Cali no reaccionó y encajó la segunda estocada todavía en el primer tiempo. El tanto llegó con el sello de la casa. Blanco cobró un tiro libre de manera magistral para sentenciar la llave. No volaba una mosca en el Campín de Bogotá. Con el balón en los pies, Blanco había inutilizado el grotesco recurso de los ataúdes. El miedo jamás fue una alternativa para él.

Blanco siempre fue un jugador de un carácter muy peculiar. (REUTERS/Paulo Whitaker)
Blanco siempre fue un jugador de un carácter muy peculiar. (REUTERS/Paulo Whitaker)

El conjunto local dibujó una tímida reacción, pero las cartas ya estaban echadas. El Cuau concluyó su obra con un gol de autor: dejó al meta rival manoteando en el piso y empujó el balón con un zurdazo frío y efectivo. El Campín se rindió ante un profeta de otra tierra. La nobleza que despierta el buen futbol es capaz de doblegar cualquier sentimiento de odio. El foráneo al que llamaban “cagón, hijo de puta” se marchó ovacionado.

América eliminó al Bolívar en la siguiente fase y se midió con Boca Juniors en las semifinales. El sueño terminó ahí en una serie repleta de emociones. Cuauhtémoc Blanco regaló muchas noches más de incontrolable exquisitez. Años más tarde, el Emperador incursionó en el sinestro universo de la política. Esa es otra historia, todavía sin desenlace. En la cancha le gustaba mezclar visceralidad con lucidez. Por eso no tenía reparo en marcar un triplete aun con su vida en juego.

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