Dinero para derrochar: lecciones del mercado de transferencias de la Liga Premier

Para retratar una instantánea de un día nada más en todo un verano de indulgencia y exceso, hubo un momento de la semana pasada durante el cual todas estas cosas sucedieron al mismo tiempo:

Hubo representantes del West Ham United presionando para poner 58 millones de dólares en las agradecidas palmas del Lyon a cambio del brasileño Lucas Paqueta, un enganche mercurial. Sus homólogos del Newcastle le ofrecieron 72 millones de dólares a la Real Sociedad por el delantero sueco Alexander Isak.

Mientras tanto, el autonombrado director deportivo del Chelsea, Todd Boehly, renunció a su breve búsqueda del capitán del Manchester United, Harry Maguire, y mejor zarandeó al Leicester City con ofertas por Wasley Fofana. A su vez, el United ametralló al Ajax con ofertas por Antony, otro volante brasileño, las cuales fueron escalando hasta llegar a un precio inicial inamovible, al parecer a base de incrementos de 10 millones de dólares.

La Liga Premier hace esto todos los años, claro está: todos los veranos y la mayoría de los inviernos, sus clubes descienden sobre Europa, con dinero en efectivo que les quema los bolsillos proveniente de acuerdos televisivos que escalan al infinito y, luego, proceden a usar su manguera de dinero por todo un continente. Lo empantanan; lo inundan; lo ahogan con su riqueza.

Y luego, a finales de agosto, regresan a casa, armados con más enganches brasileños y delanteros suecos, listos para jugar los partidos que les dará el dinero con el cual volverán a hacerlo todo de nuevo dentro de unos pocos meses.

El ritual, el gran gasto ceremonial del dinero de las televisoras, no solo es consabido —una tradición anual que desde hace tiempo ha perdido su poder de impacto, pues las cifras ahora son tan infladas e improbables que parecen no valer casi nada—, sino que, al menos en Inglaterra, se celebra con entusiasmo.

Hay un tipo de espectador no del todo neutral que, sin falta, proclama como un triunfo la cantidad que gastan los clubes de la Liga Premier: firmas de contabilidad para quienes la excelente salud del fútbol inglés es una viga central de su negocio; las televisoras que, en el fondo, han pagado por todo; la liga misma. La suma total se usa como una medida indirecta de poder, una medición de la grandeza y la fortaleza que ha alcanzado el fútbol inglés y, por extensión, la debilidad y la pequeñez del resto.

En este verano se ha exhibido más fuerza de lo normal. Las cifras han sido incluso más absurdas de lo usual. Para cuando cerró el mercado de transferencias la noche del jueves, el despilfarro de los equipos de la Liga Premier los llevó a gastar 2300 millones de dólares, totales, en el espacio de apenas un par de meses.

Sin duda, es un récord y no por poco: el valor máximo anterior fue casi 600 millones de dólares menor. Sugerir también que eso es más que todo el dinero que gastó todo el resto de las llamadas cinco grandes ligas de Europa —Italia, España, Alemania, Francia— no capta bien el panorama completo. El Chelsea gastó más dinero este verano del que haya gastado cualquier otro club inglés en la historia. El Nottingham Forest contrató a más jugadores que cualquier otro club inglés haya fichado en un solo mercado. Nueve equipos gastaron más de 100 millones de libras. Los equipos ingleses gastaron tres veces más que sus contendientes más cercanos. Ha sido un festival de consumo salvaje y descontrolado.

Y, a pesar de todo, aunque esto dice mucho del poder financiero que ahora ejerce la Liga Premier sobre todos sus competidores en el continente, la imagen que ha creado no es de una competencia llena de fortaleza, sino más bien de una confundida con desesperación, plagada de clubes consumidos por el miedo y tan bañada de riqueza que, en algunos grupos al menos, pareciera haberse despojado de ideas.

Por supuesto que hay clubes que se han conducido bien en el mercado de las transferencias: por ejemplo, el Manchester City escogió con una precisión quirúrgica a Erling Haaland y Kalvin Phillips y luego, de último momento, encontró la oportunidad para llevarse a Manuel Akanji del Borussia Dortmund por una tarifa reducida. O el Crystal Palace que tomó la decisión correcta de sumar a tan solo un par de nuevos rostros que podrían ayudar al desarrollo de su joven e intrigante escuadra. O el Brighton que vendió alto, compró barato y está mejorando en el proceso.

Sin embargo, casi en su totalidad, ha habido una promiscuidad en el gasto: el Chelsea que hizo llover dinero sobre casi todos los que se le ocurrieron para fichar a cualquier jugador disponible; los dueños del club parecen tan confiados del ascenso en la marea de los derechos de transmisión y los acuerdos de mercancía que están dispuestos a dar por perdidos un par de cientos de millones de dólares aquí y allá.

O el Manchester United que intentó hacer un trato con el Ajax por Antony, pero, cuando eso no funcionó, simplemente pagó, casi sin parpadear, un precio inicial que durante mucho tiempo se había considerado inflado. O el Fulham que fichó a Willian, de 34 años, el último día del periodo… por alguna razón.

La impresión más generalizada no ha sido de clubes que abordan con inteligencia sus defectos, para atender poco a poco sus necesidades. Más bien, ha sido de un fervor mercantil imprudente, de adquisiciones porque sí, de un hedonismo asqueroso en una época en la que el país que alberga la Liga Premier está asolado por los precios desorbitados de la energía y una inflación rampante y se pregunta si podrá sobrevivir el invierno. Los clubes de la Liga Premier no solo están acostumbrados a eso, sino que representan un contraste directo. Es casi como si hubieran internalizado la idea de que gastar es, en efecto, una medida de fortaleza, una virtud por sí misma.

Sin duda, muchos de los acuerdos poseen una transitoriedad, una fugacidad, una futilidad inherente. Ofrecen un consuelo inmediato, una sacudida de emoción, una dosis de adrenalina, pero la sospecha es que, a medida que se desarrolla la temporada, la urgencia por firmarlos —una vez que se cumplen las cláusulas y se aceptan las exigencias— parecerá un poco impulsiva. ¿El Chelsea de verdad necesitaba a Marc Cucurella? ¿Lucas Paqueta es mucho mejor de lo que ya tenía disponible el West Ham? ¿Acaso el Manchester United no había gastado también mucho dinero por un volante el verano pasado?

En un nivel, por supuesto que no importa. Las arcas de la Liga Premier se volverán a llenar a lo largo de los próximos meses. Siempre llega suficiente dinero para cubrir cualquier tropiezo. Los clubes de la liga siempre tienen la opción de salir de los problemas comprando.

Sin embargo, eso no quiere decir que no haya consecuencias. Cada una de esas firmas representa una oportunidad negada a un jugador joven, uno que espera obtener un puesto, encontrar su camino en el juego.

Esta temporada, el Chelsea le pudo haber dado minutos a Levi Colwill, un defensa al que el club considera como una de sus mejores promesas en años. En cambio, fue subcontratado en el Brighton, tan solo para que el club pudiera llevar a un lateral experimentado para competir con Ben Chilwell. El Liverpool pudo haber aprovechado sus crecientes problemas de lesiones para bautizar con sangre al prometedor Stefan Bajcetic; en cambio, se movilizó para firmar a préstamo a Arthur de la Juventus.

Ese es el asunto con el fútbol, el que la mayoría de los clubes del continente deben aceptar y del cual no parecen haberse percatado los equipos de Inglaterra. Siempre hay más futbolistas. A pesar de todas las intenciones y todos los propósitos, hay una cantidad ilimitada de recursos naturales. A menudo, están ahí, frente a tus narices, a la espera de una oportunidad.

Es poco común que los clubes de Inglaterra ofrezcan eso. No obstante, hay otros que sí lo hacen. El Ajax encontrará otro Antony pronto. El Lyon descubrirá otro Paqueta. La urgencia, la desesperación, por firmar a todos esos jugadores es inapropiada; habrá otro el próximo año, igual de bueno. Y, cuando surjan, los clubes ingleses estarán listos de nuevo, empapando a los equipos que los descubrieron, nutriéndolos y ayudándoles a brillar con una enorme manguera de bombero que riega dinero, solo pensando en el hoy y nunca en el mañana.

c.2022 The New York Times Company