Ni Daniil Medvedev sabe ganar ni su generación ha aprendido a perder

Daniil Medvedev montó un número muy desagradable en el Open de Australia. Foto: Mark Metcalfe/Getty Images
Daniil Medvedev montó un número muy desagradable en el Open de Australia. Foto: Mark Metcalfe/Getty Images

Después de quejarse por lo mucho que animaban los australianos a sus jugadores, por las pistas en las que le tocaba jugar y por los planos que elegía el operador de cámara para la gran pantalla de la Rod Laver Arena, Daniil Medvedev decidió montarle un número muy desagradable este viernes al juez de silla por una cuestión de "coaching". El ruso estaba indignado porque el padre y entrenador de su rival, Stefanos Tsitsipas, no dejaba de hablar entre punto y punto. Razón no le faltaba. Ahora bien, las imágenes delatan a un tirano maleducado y engreído, que cree que el árbitro es un pedazo de escoria que debe tratarle con un respeto que él desconoce.

Por mucho que pidiera perdón después, la imagen de Medvedev volvió a verse dañada por el espectáculo ofrecido. Hablamos de un gran campeón que viene de ganar el US Open, que está a un partido de ganar Australia en la que será su cuarta final de Grand Slam, y que pronto sucederá a Novak Djokovic como número uno del mundo si el serbio sigue empeñado en no vacunarse. Ahora bien, esas formas, ese continuo quejarse por todo, ese creerse por encima de todos los demás, nos muestra a un hombre que gana mucho, pero al que se le ha subido cada título a la cabeza. Un divo. Un divo pesado, además.

Con todo, la actitud de Medvedev no es lo peor que nos ha dejado este torneo. Ni siquiera es lo peor que nos ha dejado este partido. Al final, a Tsitsipas le cayó un aviso del juez de silla por "coaching", es decir, por recibir instrucciones tácticas durante el partido, una de las reglas más absurdas del mundo del tenis. Preguntado al respecto después del encuentro, el griego manifestó: "Llevan mucho tiempo persiguiéndome". Podría haber dicho que aquello no tuvo importancia en su derrota o que, en realidad, lo que lleva haciendo mucho tiempo es, precisamente, "coaching", pero no, prefirió el dramita.

Así que a Tsitsipas le persiguen, muy bien. A Shapovalov también, recuerden. Bueno, más bien, lo que dijo el canadiense era que el sistema estaba corrupto para beneficiar a Rafael Nadal. Otra buena dosis de dramita. Todo en un torneo que ya empezó con el dramón por excelencia: la "persecución" a Djokovic por no vacunarse que le impidió participar en Melbourne. La pregunta que cabría hacerse es: ¿Hay algún tenista que no esté siendo perseguido o perjudicado sistemáticamente por los altos y misteriosos poderes del tenis? No lo sabemos.

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Saber ganar es complicado, pero, mira, que te quiten lo bailado. No saber perder no solo da una imagen lamentable sino que, a la larga, es contraproducente. Si Shapovalov de verdad cree que no entregó el partido ante una versión disminuida de Nadal sino que fueron los "privilegios" del español los que le echaron del torneo, está condenado a repetir los mismos errores cuando se vea en la misma situación. No habrá aprendido nada.

Del mismo modo, si Tsitsipas cree que le pitan avisos porque hay una persecución en su contra e insinúa que esa persecución le costó las semifinales contra Medvedev, pues la situación volverá a repetirse. Es como un futbolista al que le pitan tarjeta por tirarse al suelo en el área y, en vez de dejar de hacerlo, prefiere salir a los medios a criticar al árbitro por acertar. El tenis siempre ha sido un deporte en el que el ego es muy importante. Hay que creer mucho en uno mismo para sobresalir entre cientos de muy talentosos rivales. Ahora bien, lo de esta generación se lleva la palma.

Se habla mucho de la "generación de cristal" en el mundo real, pero en el del tenis, la cosa es exagerada: que si hace demasiado calor, que si con este frío no se puede jugar, que si el público hace ruido, que si no sé quién es imbécil porque celebra demasiado, que si el juez de silla me tiene manía, que si la organización no me pone donde me merezco... Mirad, chicos, basta. Estas quejas quedarían ridículas en boca de Rafael Nadal o de Roger Federer, con veinte títulos cada uno. Ni siquiera Novak Djokovic ha salido a hablar de conspiraciones durante su affair con el gobierno australiano. Su entorno, sí, claro, pero él se ha mantenido callado. Que sean los segundos espadas los que se pasen el día protestando explica quizá que no consigan nunca asaltar los cielos.

Llevamos muchos años pidiendo a distintas generaciones que den el paso adelante y retiren deportivamente al famoso "Big 3" sin ningún éxito. No hacemos más que oír a las nuevas estrellas ir autoproclamando nuevos "Big 3", pero el que está en la final es el lesionado de 35 años. Falta humildad, falta trabajo y falta autocrítica. Sobran dramas y excusas. Ni saben perder cuando pierden -casi siempre- ni saben ganar cuando ganan -Medvedev, vaya, porque del resto no gana nadie-. De alguna manera, eso empaña un torneo más que atractivo en el que hemos visto partidazos. Ninguno de ellos, por cierto, decidido por ningún árbitro ni ningún parón en el juego ni ninguna conspiración de vete a saber quién. Afortunadamente.

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