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¿Cuál es tu imagen del Mundial? Abrazos con padres e hijos, llantos en soledad, un susto por el corazón, caminatas hacia el Obelisco

La recorrida del micro de la selección argentina campeona del Mundo en Qatar 2022 desde el predio de Ezeiza, que intentó llegar al Obelisco y quedó a mitad de camino en medio de millones de personas que celebraban.
La recorrida del micro de la selección argentina campeona del Mundo en Qatar 2022 desde el predio de Ezeiza, que intentó llegar al Obelisco y quedó a mitad de camino en medio de millones de personas que celebraban. - Créditos: @Ricardo Pristupluk

El Mundial de Qatar 2022 ya dio y seguirá dando todo tipo de material: libros, películas, documentales. No fue una Copa del Mundo con una sede sino con dos: se ganó en Qatar y se vivió también, o sobre todo, en Argentina. Los festejos callejeros por todo el país en las últimas semanas de la disputa, coronados por los cinco millones de hinchas que le dieron la bienvenida a la selección dos días después de la final, conformaron un fenómeno social-deportivo nunca visto: la Scaloneta como unión transversal entre los futboleros de siempre y las personas que por primera vez se vieron atravesadas por el fútbol, en especial las nuevas generaciones, los pibes que hasta hacía poco vestían camisetas de clubes europeos y en el Mundial se enamoraron para siempre de Lionel Messi y sus compañeros.

A eso apunta “Nuestro Mundial, una historia íntima de cómo nos volvimos a enamorar de la selección argentina”, el nuevo libro de Andrés Burgo. Autor de otros siete títulos deportivos, entre ellos “El partido Argentina-Inglaterra 1986″, el relato parte desde una premisa: “Cada uno guardará su propio momento, una imagen personal, íntima, de los días en que nos enajenamos por la selección y salimos a las calles”. A continuación, el primer capítulo y las primeras respuestas a esa “foto íntima” de cada hincha...

"Nuestro Mundial", el libro de Andrés Burgo que retrata un hito en la vida de todos los argentinos, futboleros o no.
"Nuestro Mundial", el libro de Andrés Burgo que retrata un hito en la vida de todos los argentinos, futboleros o no.

De Qatar 2022, un Mundial intravenoso, que fluye por dentro nuestro, cada uno guardará su propio momento, una imagen personal de los días en que millones de argentinos y argentinas nos enajenamos por la selección y salimos a la calle, con o sin fanatismo previo por el fútbol: los que sabemos que Defensores de Cambaceres es un equipo de la D con camiseta roja, los que suelen sumarse en cada Mundial con puntualidad de año bisiesto y quienes por primera vez llamaron “pasión” a sufrir.

No me refiero a las imágenes lacradas en eternidad de los futbolistas en Qatar, como Lionel Messi sosteniendo la Copa del Mundo con la firmeza con la que los padres sujetan a sus hijos en su primera vuelta en calesita, el Dibu Martínez coreografiando con un meneo de hombros de Mick Jagger el penal errado por el francés Aurélien Tchouaméni o la foto que los tatuadores hayan grabado más veces sobre la piel de los fanáticos. Tampoco hablo de los magníficos murales que se pintaron en nuestras ciudades y pueblos, ya en los días siguientes al Mundial, o de las gigantografías, calcomanías y stencils que pasaron a decorar de celeste y blanco la vida urbana: Messi y Diego Maradona abrazados, “qué mirá' bobo andá pa’ allá”, las tres estrellas, la Copa del Mundo. Ni, tampoco, aludo a los videos, stickers, reels o gifs protagonizados por hinchas anónimos y luego viralizados, como los jóvenes que recrearon el gol de Ángel Di María a Francia en una playa bonaerense, o el hombre que, con un brazo inmovilizado, la cabeza vendada y mientras lo trasladaban en camilla hacia una ambulancia durante el maremágnum del regreso de los campeones al país, no dejó de cantar ni agitar su brazo ileso.

A lo que apunto, por la imagen de cada uno en el Mundial, es a un instante personal, interior, aunque nos rodearan multitudes, de esos en los que el presente se congela y nos fotografiamos a nosotros sin cámaras ni celulares —y Qatar 2022 provocó eso, la suspensión del tiempo, un bloque arrancado al contexto de la vida—: un hijo revelando un interés futbolero que hasta entonces no le había brotado, el delirio callejero con amigos o en la soledad ficticia de la multitud compartida, un regreso a la infancia en la que los goles eran el centro imaginario de la Tierra, un susto porque el corazón pareció bombear demasiado rápido, el televisor apagado porque ya no se aguantaba más, una limpieza profunda de la casa con el oído atento a los gritos de los vecinos, un abrazo de los que ya no abundan con los padres.

Mi flash preferido de Qatar 2022 es un festejo junto a mi hijo, Félix, de 6 años, en el edificio de Barrio Norte en el que vimos a la selección parir el título del mundo junto a un grupo de familias amigas desde el jardín de infantes al que nuestros hijos habían concurrido. Acorde a una final contra Francia que habría desencajado de los nervios hasta a un gurú de la India, me abalancé sobre Félix y quedamos tendidos sobre el piso, yo con los ojos húmedos, él riendo. Que había perdido el eje varios minutos antes, desde que Kylian Mbappé empató 2 a 2, me quedaría claro a la noche siguiente cuando Daniela, la mamá de Ciro —amigo de Félix—, nos visitó en casa y a mi pregunta, con real interés, de con quién había visto el partido, le siguió la respuesta más inesperada: “Con vos, boludo, ¿me estás jodiendo?”. Estefi, mi mujer, me insistía desde hacía 24 horas en que me había visto dormir al comienzo del alargue pero yo me hacía el desentendido, le decía que no, que cómo podía ser, hasta que tuve que rendirme tras el nuevo testimonio: era evidente que, en algún momento de la final, me desconecté.

Lionel Messi levantó la Copa del Mundo junto al plantel argentino, tras la increíble final con Francia en Qatar 2022, y todos quedaron atravesados por un instante mágico.
Lionel Messi levantó la Copa del Mundo junto al plantel argentino, tras la increíble final con Francia en Qatar 2022, y todos quedaron atravesados por un instante mágico. - Créditos: @Aníbal Greco

Entonces terminé de comprender que, aunque mis recuerdos del 18 de diciembre de 2022 me acompañarán como un sol de medianoche —al igual que a infinidades de argentinos—, también en algunos pasajes quedé en blanco y perdí ciertos registros. Pero aun entre los loops de un partido reconvertido en una montaña rusa, el calor de un Mundial en verano y el alcohol con el que intentaba mantener a salvo el sistema nervioso central, no olvidé cómo, primero en el gol de Messi que nos ponía 3 a 2 a falta de 13 minutos, y después en el penal de Gonzalo Montiel que abría una caja de felicidad atemporal, corrí hacia Félix y me desparramé sobre él, moqueando lágrimas por primera vez, a mis 48 años, por la selección argentina.

Como a las nuevas generaciones de jóvenes, el Mundial le había multiplicado a Félix su interés por el fútbol, y lo abracé tan fuerte que nos caímos sobre el césped. Fuera de mí, en estado de catatonia, mientras gritaba “goool” y “goool” y “goool”, llegué a decirle con la voz entrecortada y respirando agitado, como si hubiera llegado de correr una maratón, “no tenés idea de lo que es esto”, “somos campeones del mundo”, “no lo olvidas más” y “pasa una vez en la vida”, todo un borboteo de frases ridículamente racionales que él, en su primer Mundial con consciencia, no dimensionaba ni tenía por qué hacerlo. Acostado contra el piso, debajo mío, mientras nos mirábamos a los ojos, Félix se mataba de la risa y solo atinaba a decirme: “No me aplastes”. Algunos minutos más tarde, cuando ya se escuchaban los bocinazos de la ciudad, los vecinos gritaban “muchaaachos” en los balcones y con los amigos nos disponíamos a ir al Obelisco, la culpa me tocaría el timbre para preguntarme si no había sido demasiado eufórico en mi festejo con Félix, si no había protagonizado un pequeño papelón sobre un tema al que a él, tal vez, no le interese en el futuro.

Pero la embestida de la culpa, por suerte, me duró poco: enseguida me autoconfirmé que había actuado como quería, mostrándole que el fútbol es irracionalidad, amor y vínculos con amigos y familia, y que no había mejor enseñanza que esa. No sé cuál será el recuerdo de su Mundial iniciático, y si para él también las Copas del Mundo se convertirán en una cuadrícula para medir el tiempo de su vida, pero —a la espera de ello— me encanta que mi imagen de Qatar 2022 sea esta.

Poco antes del Mundial había leído “Creí que mi padre era Dios”, una recopilación de cartas a cargo de Paul Auster, relatos que los oyentes del programa de radio que el escritor estadounidense conducía en la década de los 90 le enviaron bajo una única premisa: que fueran historias reales de sus vidas. Ese libro inspiró a que primero les preguntara a mis amigos y después a la comunidad de Twitter, el 9 de enero de 2023 —o sea con el país todavía conectado al cable endovenoso de Qatar 2022—: “¿Cuál es tu propia imagen del Mundial?”. A continuación expliqué, como en los párrafos anteriores, que no me refería a una foto de Qatar, sino a una situación personal. Muchas de las respuestas me sensibilizaron: en pocas palabras lograron describir toda la carga emocional que llevaban consigo. Elijo veintiséis, simbólicamente, una por cada jugador del plantel que ganó en Qatar, pero podrían haber sido decenas más.

—Mi viejo dice que me encontró en el suelo llorando cuando cobran el segundo penal de Francia en la final—, @tomachyruiz.

—Decirle a mi viejo qué hace Montiel sacándose la camiseta (conté mal, pensé que nos faltaba un penal más) y mi viejo diciéndome ‘somos campeones’ y mi vieja dejando su cábala de planchar para venir a festejar y yo llorando tirada en el sillón—, @CamiRodriguez_M.

El penal convertido por Gonzalo Montiel que desató la locura desbordante durante días.
El penal convertido por Gonzalo Montiel que desató la locura desbordante durante días. - Créditos: @Francisco Seco

—Mi imagen es mi viejo (hipertenso) avisándome que se le durmió un brazo en plena final. Por suerte no murió y pudimos festejar—, @melbattista.

—Hay dos. Reunidos con amigos en el primer gol a México, saltos, abrazos, puteadas, todo y mi hijo, poco futbolero, sale llorando. Le pregunto si se había golpeado y, entre lágrimas, me dice que era de la emoción. Otro: himno en semis, él agarra y apura con “dale, boludo, el himno”. Metamorfosis—, @GBosicio.

—En el tercer gol de Messi en la final. Terminé en el suelo, pero no por festejarlo: se me aflojaron las piernas y no me podía levantar. No sé si mi familia se dio cuenta de la situación—, @politomanane.

—Post penal de Montiel, irme corriendo a la habitación a llorar, abrazando la almohada, como si volviera a tener 9 años y estuviera viendo Francia 98—, @MarianoBoettner.

—Una final al borde del llanto. Nunca lo había vivido así. Rompí en lágrimas en el primer penal de la serie. Iba Messi. Inclinado contra la TV, manos en la cara y un profundo temor a que sea el villano de una historia mal contada. Nadie se dio cuenta en la redacción—, @FedeSPineda.

—En un momento del alargue, todavía empatados, de tanta angustia quebré y solo pude llorar sin decir nada, parecía que ya había abandonado el sueño. Incluso el gol de Messi no pude/no quise festejar... solo lloraba. Me recuperé para los penales. No volví a ver la final—, @Marcelo74851298.

—Mi papá llorando en medio de la final porque Francia empataba. Era su cumpleaños—, @jicolella.

—Nos juntamos con amigos a ver el partido contra Países Bajos. Se nos cortó la luz y nos quedamos sin señal en el minuto 119. Corrimos bajo la lluvia y nos dividimos en tres autos. Sintonizamos la misma radio: penales. Terminó y volvimos a correr. Esta vez para abrazarnos—, @FranFagioli.

—Abrazo a mi hijo de 13 años luego de los penales contra Países Bajos. Lloraba y no quería soltarse. No le gustaba el fútbol—, @dariotozzini_.

—Soy el que llevó al hospital al que se chocó contra el ventanal. Abrí la puerta pensando que venía a festejar post Países Bajos y era la novia para avisarme que se estaba desangrando. Volví a mi casa a las 3 de la madrugada y sin festejar—, @nicogianfra.

—Contra Croacia estaba de viaje en un camino de cornisa a 4 mil metros sobre el nivel del mar. Sin señal de internet, ni radio, camino a Iruya, un pueblo entre los cerros salteños. Llegamos y todo estaba en completo silencio, salvo un único parlante que nos dirigió al salón municipal, donde vimos los últimos 30 minutos—, @a_fertitta.

—Mis hijos viviendo y disfrutando la gloria de ser campeón mundial. Su Qatar 22 es mi México 86. Amo eso—, @jorgelahiba.

—El sábado de México estábamos en un refugio de montaña en Bariloche, sin señal de ningún tipo. El resultado del partido llegó por narración oral a la hora de la cena y lo festejamos como si lo estuviéramos viendo—, @DrCattel.

—A mí siempre me gusta escuchar a una ciudad entera gritar un gol—, @Fmdb5.

—Yo levantando de un saque a mis dos hijos después del penal de Montiel y ellos, al rato, diciéndome que no sabían que tenía tanta fuerza—, @jmgaimaro.

—Mi hijo angustiado, llorando, ante el empate de Holanda, @MaxiDuquelsky.

—Abrazado a una columna de mi casa después de gritar desaforado un gol contra Croacia porque me dio un mareo y casi me caigo—, @ppicchio.

—No pude ver ningún partido por los nervios. Los vecinos gritando antes los goles. Mi marido en otra habitación con auriculares para no oír a los vecinos. Mi hijo gritando los goles (antes) en voz baja. Yo ordenando placares, cómodas y biblioteca en los partidos—, @Lisayllanament3.

—Haciendo bici fija todos los segundos tiempos para canalizar la tensión—, @NosoyLionelP.

—Parado al lado derecho de mi cama, doblado sin mirar la tele mientras suceden los penales con Países Bajos y Francia. Solo en mi casa—, @rudyortizjh.

—El gol de Messi a México lo grité tanto que me agarró una puntada en la nuca, me aflojó las piernas y quedé doblado en el piso pensando que tenía un ACV—, @PablojBruzzone.

—Agarrado de la mano de mi viejo cada vez que pateaba Messi un penal, 44 y 83 pirulos—, @Aongania.

Lionel Messi, sus goles y sus festejos, en el Mundial más pasional de los argentinos (y del planeta).
Lionel Messi, sus goles y sus festejos, en el Mundial más pasional de los argentinos (y del planeta). - Créditos: @FRANCK FIFE

—Miré los primeros partidos con mi hijo de 16 en Mar del Plata. Me tuve que ir en mitad del Mundial a Estados Unidos a estar con mi otro hijo de 6. Mi hijo de 16, para seguir con la cábala, hizo un muñeco de mi tamaño y lo puso junto a él. Mi vudú en Mar del Plata es mi imagen—, @carlosaletto.

—La caminata por Cabildo/Santa Fe hasta el Obelisco, inolvidable—, @nachipriegue.

Los festejos en el Obelisco, un clásico argentino que tuvo su máximo hito tras Qatar 2022.
Los festejos en el Obelisco, un clásico argentino que tuvo su máximo hito tras Qatar 2022. - Créditos: @Matilde Campodonico