¿Cuál es el problema con el Chelsea? (Pista: podría no ser su entrenador)

La advertencia, desde el principio, fue la falta de experiencia. El consorcio, encabezado por Todd Boehly y financiado por la firma de capital privado Clearlake, tenía el dinero. Eso quedó claro. Después de todo, había pagado 2800 millones de dólares para comprar el Chelsea en una subasta frenética y poco transparente, lo que convirtió la adquisición en la más cara en la historia de los deportes.

También tenía pericia en el negocio o cierta forma de ella: ni Boehly ni Mark Walter, una incorporación algo tardía al grupo propietario, eran neófitos en los deportes. Ambos son dueños de una parte de los Dodgers de Los Ángeles y esa inversión, en los últimos años, ha demostrado ser relativamente acertada.

No, lo único que se le podía reprochar a los nuevos propietarios, lo único que hizo que los fanáticos del Chelsea se detuvieran a reflexionar y a considerar lo que podría traerles un futuro posterior a Román Abramóvich era que ninguno de ellos —Boehly, Clearlake, Walter ni Hansjorg Wyss, el multimillonario suizo octogenario que había reunido al grupo— sabía absolutamente nada sobre el fútbol inglés.

Tres meses después, esas dudas han sido superadas. Apenas han pasado unos 100 días desde que el grupo tomó el control oficial del Chelsea. En ese tiempo, prodigó más de 300 millones de dólares en nuevos fichajes —más de lo que cualquier club ha gastado alguna vez en una ventana de transferencias— y luego, con la tinta aún húmeda en los últimos dos contratos, decidió despedir a su entrenador a seis juegos del inicio de la temporada.

Si siguen así, los nuevos propietarios del Chelsea encajarán perfectamente en la telenovela hiperbólica de la Liga Premier.

Desde afuera, la decisión del Chelsea de despedir a Thomas Tuchel en las primeras horas del miércoles se sintió clara y reconfortantemente familiar. El equipo había perdido la noche anterior en su primer partido de la Liga de Campeones contra el Dinamo Zagreb. Esa derrota se produjo tras un comienzo titubeante en la campaña de la Liga Premier, que tiene al Chelsea en el sexto lugar, a solo 5 puntos del líder (el Arsenal), pero ya resentido por las derrotas sufridas ante el Leeds United y el Southampton.

Este fue, entonces, el nuevo Chelsea comportándose exactamente como siempre lo había hecho el antiguo Chelsea, con un cortoplacismo tan despiadado que casi califica como soberbio. ¿Gastar una suma de dinero inimaginable para darle a un entrenador el equipo que deseaba solo para despedir a ese entrenador ante el primer indicio de problemas? Román estaría orgulloso.

A nivel interno, la situación fue un poco más matizada. El breve reinado de Tuchel —quien solo estuvo 19 meses en el cargo— alcanzó su punto máximo muy al inicio, en el valle inquietante del fútbol confinado, cuando tomó a un equipo que había estado teniendo problemas para clasificar a la Liga de Campeones bajo el mando de su predecesor, Frank Lampard, y lo convirtió en el campeón de Europa en cuatro meses. Rara vez, por no decir nunca, un entrenador tuvo un efecto tan inmediato y espectacular.

Sin embargo, Tuchel, de 49 años, no pudo aprovechar ese estallido estelar. Hace un año, se le presentó el fichaje por 111 millones de dólares de Romelu Lukaku, en teoría el jugador que podía catapultar al Chelsea a su primer título de la Liga Premier desde 2017. No funcionó. A Lukaku se le permitió dejar el club este verano, en calidad de préstamo.

Aunque Tuchel llevó al equipo a dos finales nacionales en su primera campaña completa —ambas derrotas ante el Liverpool en penales— y manejó con aplomo y dignidad la tormenta geopolítica que envolvió al club tras la decisión del gobierno británico de sancionar a Abramóvich, la temporada del Chelsea se extinguió: al final, el equipo del entrenador alemán terminó 19 puntos por detrás del Manchester City.

Ese malestar no pasó desapercibido por la recién instalada jerarquía del club, como tampoco el comportamiento de Tuchel durante el verano, quien se volvió más distante con cada semana que pasaba.

En julio, Tuchel lamentó que el “nivel de compromiso, físico y mental” de sus jugadores fuera insuficiente. Ya para agosto, describió a los jugadores como “no lo suficientemente duros”. El martes, tras perder en Zagreb, eso había hecho metástasis hasta convertirse en un reconocimiento de que a la actuación del equipo le “faltó todo”.

Esas quejas públicas delataron un creciente malestar en privado. Tuchel había llegado a ser conocido en el Chelsea como un tipo gregario, cordial y afable (en un club con tantos entrenadores con los cuales ser comparado, Tuchel estaba bien posicionado), pero varios jugadores comenzaron a sentir que se había vuelto más hostil y distante en los últimos meses, en particular con aquellos a los que no consideraba sus tenientes más confiables.

Boehly y Behdad Eghbali, el cofundador de Clearlake, notaron lo mismo. Mientras intentaban reforzar la plantilla este verano, buscaron el consejo de Tuchel con frecuencia y le pidieron al entrenador —en ausencia de un director técnico— que les señalara sus objetivos preferidos.

Sin embargo, a pesar de todas las circunstancias atenuantes —y aunque los propietarios se han apresurado a identificar a Graham Potter, el inteligente, afable y talentoso entrenador del Brighton, como el probable remplazo de Tuchel— su despido parece ajustarse a un patrón.

Boehly ha asumido el papel de director deportivo interino con vigor y determinación. Su ética laboral ha sorprendido a la gente en el club y se ha esforzado para establecer una relación con muchos de los agentes más influyentes del fútbol, invitando a algunos de ellos a ver los partidos desde su palco privado en el estadio del club.

En algunos casos, eso ha brindado frutos. El Chelsea gastó mucho dinero este verano, pero gastó gran parte de ese dinero de forma acertada. Puede que Wesley Fofana haya salido costoso, pero también es uno de los defensas más prometedores del fútbol mundial. Raheem Sterling tiene años siendo uno de los delanteros más devastadores de la Liga Premier.

Sin embargo, los acuerdos que no se concretaron también cuentan una historia. Por ejemplo, estuvo la oferta por Romeo Lavia, un jugador que había hecho apenas un puñado de apariciones con el Southampton desde que se fue del Manchester City en julio. El Chelsea se ofreció a pagar al menos el doble de lo que había costado en agosto.

Luego hubo un intento por fichar a Edson Álvarez, el mediocampista mexicano del club neerlandés Ajax, el cual brotó a la superficie cuando la ventana de transferencias se estaba cerrando. De hecho, el contacto llegó tan tarde que el Ajax pudo usarlo como prueba de que el Chelsea no estaba invirtiendo en algún plan establecido, sino gastando dinero simplemente porque sí: el argumento funcionó lo suficiente como para que Álvarez decidiera quedarse en Ámsterdam.

Cuando llegaron al punto de inflexión (totalmente artificial) de su día número 100 a cargo del club, se reportó que Boehly y Eghbali pasaron un tiempo considerable contemplando el tipo de cultura que querían establecer en el Chelsea.

Decidieron que querían alejarse de la urgencia y la incertidumbre de la era Abramóvich y construir algo más sustentable y sintieron que Tuchel no era la figura adecuada para dirigir ese cambio. El alemán, determinaron, se adaptaba mejor a las viejas costumbres, cuando nada duraba para siempre y cada día se vivía como si fuera el último.

Y, sin embargo, aquí estamos: a seis juegos desde el inicio de la temporada y seis días después del cierre de la ventana de transferencias, el Chelsea ha despedido a su entrenador tras varias malas actuaciones y rumores de descontento entre la plantilla de jugadores. Quizás esta sea la última manifestación del antiguo Chelsea, la ruptura definitiva con el pasado. O quizás lo que sucede es que una cultura, una vez arraigada, no es fácil de modificar, sin importar cuánto dinero y ambiciones tengas.

c.2022 The New York Times Company